13 OCT | 17:52

La comunicación digital no puede ser controlada

"El gobierno lanzó una iniciativa a la que llamó NODIO. Consiste en monitorear lo que se publica en medios y redes para definir qué publicaciones son ciertas y cuáles no, de acuerdo a su ...Por Horacio Minotti
...particular forma de verlo", dijo el autor.
 
 
"El gobierno lanzó una iniciativa a la que llamó NODIO. Consiste en monitorear lo que se publica en medios y redes para definir qué publicaciones son ciertas y cuáles no, de acuerdo a su particular forma de verlo", dijo el autor
 
 
Aquellos propietarios del status quo dominante en cada porción de la historia, han luchado denodadamente para evitar que ese estado de cosas se modifique. Y en cada ocasión en que tales cambios venían de la mano de un progreso tecnológico, han fracasado.
 
Desde que Gutemberg creó la imprenta, los poderes han sospechado de los libros. Ha habido regímenes que los quemaban, prohibían la circulación de algunas obras y perseguían a palazos a los lectores. Pronto existieron los talleres clandestinos, la distribución “blue”, la lectura en la intimidad del hogar o en un sótano entre amigos. Fue imposible.
 
 
 
Después de la primera guerra mundial, André Maginot, Ministro de Defensa de Francia, decidió extender una muralla a lo largo de las fronteras galas con Alemania e Italia, basado en la experiencia de la guerra de trincheras que acababa de finalizar. Pocos años después, Alemania invadió Francia con toda facilidad, rodeando la “Línea Maginot”, mediante la utilización de dos progresos tecnológicos: las divisiones Panzer, construidas alrededor de tanques de combate de alto poder y despliegue rápido; y las unidades de combate aéreo.
 
 
Todo intento de los grupos de poder por detener los cambios sociales basados en desarrollos tecnológicos, con mecanismos que fueron útiles antes de tales cambios, son líneas Maginot.
 
 
Conductores de taxis parando la ciudad, o apedreando pasajeros, no impide que los jóvenes tomen vehículos que responden a aplicaciones. Que el Estado los prohíba tampoco. El Estado debe regularlos, pero la prohibición es inconducente. Los taxistas deben mejorar sus unidades y capacitar a sus conductores, a la vez que buscan formas de ser más eficientes y económicos. Es la forma de no desaparecer, los piedrazos solo dan razón a quienes llaman a un vehículo mediante una aplicación.
 
 
Frenar, controlar, sancionar, restringir la conversación pública digital mediante instrumentos de monitoreo o coerción es la lucha contra los molinos de viento de estos tiempos. Muchos gobiernos, muchos medios se sienten amenazados por las nuevas formas de interacción social. En lugar de adaptarse, utilizarlas, montarse sobre la evolución social y crecer, buscan bloquear los cambios, demorarlos, demostrar que no son buenos.
 
 
Y a nadie le importan esos juicios de valor. Los medios que buscan sostenerse exclusivamente con formatos del siglo XIX o XX no solo se someten a la pérdida de audiencias, sino que son mucho mas susceptibles a prohibiciones, persecuciones, restricciones por ejemplo sobre la provisión de papel. Nadie puede prohibir a un medio digital, ni quitarle sus insumos o frecuencias, sea una web, un canal de youtube o una radio online.
 
 
La creación por parte de los gobiernos de organismos cuyo objeto sea el control de las ideas que circulan por redes sociales u otras formas de interacción digital son vanos. Los gobiernos apuntan a controlar a sus ciudadanos. El lingüista norteamericano Noam Chomsky, explicaba en su obra Política y Cultura a fines del Siglo XX, que los gobiernos aislaban a la gente, aspiraban a colocar a cada familia frente a sus televisores recibiendo un único mensaje para controlar el pensamiento. Según Chomsky, cuanto más democrático era un gobierno, menos podía recurrir a la violencia y por ende, más requería de aislar a las personas para controlar el pensamiento.
 
 
No estoy muy seguro si tal situación era propiciada por los gobiernos, pero en todo caso la descripción es irrefutable. Saber lo que estaba pensando la gente a 200 kilómetros, era toda una complicación. Entender lo que pensaban nuestros vecinos, hubiese requerido al menos asambleas barriales semanales.
 
 
Pero hoy no necesitamos reunirnos en ninguna parte, todos sabemos qué piensa el resto, en el piso de arriba de mi edificio o en París. Todos nos indignamos y nos convocamos frente a algo que va contra nuestros principios o ideas. El concepto de masa es total. Los sociólogos y los psicólogos sociales que establecieron la idea de que la persona individual pierde ciertos atributos particulares y adquiere los del grupo cuando se masifica, hoy han pasado a ser constantes, porque el individuo esta permanentemente masificado, participa las 24 horas del día de la masificación de las redes.
 
 
Ese fenómeno, trae como consecuencia que muchos vean determinada problemática del mismo modo, circulen versiones que si son aceptadas por la mayoría, se transforman en verdades. ¿Son fake news? Tal vez muchas lo sean, pero son la verdad aceptada por la masa. ¿Puede un organismo estatal esclarecedor separar la paja del trigo y decirle a la gente qué es verdad, qué pensar, cómo ver las cosas?
 
 
Es imposible. Primero porque la gente, en medio de esta interacción extraordinaria y constante, ha aprendido a descreer de toda autoridad. Un supuesta fake news aceptada como certeza por la generalidad, que sea desmentida por una autoridad pública encargada de informarnos qué es cierto y qué es falso, a lo único que conducirá es a ratificar la veracidad de la especie y rechazar colectivamente la versión oficial.
 
 
En la comunicación digital, la gente encontró el ámbito de libertad que ambiciona, allí se expresa abiertamente, sin abandonar sus obligaciones diarias. Se expresa y su opinión queda escrita, no es solo un grito entre la multitud, recibe una devolución de sus pares, debate, exhibe su enojo. Ninguna autoridad podrá quietarle eso.
 
 
Más allá de las apreciaciones que puedan hacerse respecto de la eventual censura que pueda originarse en ese tipo de organismos de control, su característica principal es que están condenados al fracaso.
 
 
Si los gobiernos quieren resultar creíbles, deben participar como sujeto en la conversación pública, hacer saber sus verdades mediante los mecanismos de esta sociedad, no la del siglo pasado, con los instrumentos que brinda la tecnología, acaballarse en el espíritu de los tiempos, comunicar del modo en que la gente está dispuesta a escuchar.
 
 
Todo otro intento, al margen del debate sobre si es o no censura, hay algo que indiscutiblemente es: totalmente inútil.
 
 
* El autor es Director Ejecutivo de Trust Consultora.
 
 
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