Dos proyectos de ley oficiales, el 0011 PE 2020, destinado a legalizar el aborto, y el 0012 PE 2020, que propone garantizar a las madres una asignación de dinero y otras medidas de protección durante el embarazo y los 1000 primeros días del niño, fueron presentados en simultáneo: ¿son “hermanos enemigos”, como parecen indicar a primera vista sus objetivos opuestos, o más bien “hermanos gemelos”, inspirados por una misma concepción?
El primer proyecto, de legalización, hace hincapié en la “atención al post aborto”, y con razón, porque en los países donde es legal, el drama para las mujeres y para las parejas se agudiza después del aborto. Así lo indican los 45 años de experiencia del aborto legal en Francia, por ejemplo, donde una reciente encuesta del IFOP (*) recalca que, para 92% de los franceses, “el aborto deja huellas psicológicas difíciles de vivir para la mujer”. Los psiquiatras, sea cual sea su postura acerca del aborto, identificaron un nuevo síndrome: el “síndrome post aborto”, con sus características y sufrimientos propios: tristeza, desgana, baja de la autoestima, retraimiento… No por ser legal deja el aborto de causar sufrimientos psíquicos y psiquiátricos.
Para un ciudadano, es muy difícil pensar que algo que es “legal” puede ser dañino, malo o inmoral
Sigue el proyecto de ley precisando que “cada persona podrá seguir pensando y decidiendo conforme a sus convicciones como lo hace hoy; pero no todo seguirá igual, porque tendremos mejores condiciones para que ocurran menos abortos que los que hoy suceden”. Pero no ocurre así en la realidad, primero porque la legalización del aborto produce su banalización. Para un ciudadano, es muy difícil pensar que algo que es “legal” puede ser dañino, malo o inmoral; distinguir lo “legal” de lo “bueno” exige una honda formación moral. La legalización, en consecuencia, promueve el aborto, lo facilita. Aunque la intención declarada por el legislador sea el aborto sólo en situaciones muy extremas, se termina pasando lentamente de la terminación de los embarazos no deseados a la de los no planeados -la diferencia no es menor- y el aborto se usa como reaseguro del método anticonceptivo.
Por otra parte, no se trata de que cada uno pueda actuar según sus “convicciones”, sino de actuar adecuándose a la realidad: no es mi convicción lo que hace que el aborto sea bueno o malo, sino la realidad de que acá está un ser humano en su forma más joven. La que nos marca la cancha, no es nuestra convicción, sino la realidad, es decir lo que existe. Y como decía el profesor Jerome Lejeune, padre fundador de la genética moderna, y descubridor de la causa genética del síndrome de Down: “Si la vida humana no comienza con la fecundación, entonces te puedo decir que no empieza nunca”.
El proyecto de ley no niega esta realidad. Hay vida desde la concepción pero en un caso se permite eliminarla y en el otro se dispone una batería de medidas para protegerla.
Cuando las “convicciones” guían las acciones, ya sean convicciones a favor o en contra del aborto, despunta el peligro de la ideología. El único camino que nos saca de la ideología es buscar la realidad y amoldarnos a ella. También es el único camino para ser personas libres y felices.
Los proyectos oficiales no niegan que haya vida desde la concepción: pero aceptan que a esa vida se le dé diferente tratamiento
El texto, en múltiples momentos, invoca los Derechos Humanos. Para entender este concepto gastado a fuerza de ser usado, acudamos de vuelta a Lejeune: “No existe, nunca encontré a un Hombre con H mayúscula. Solo hay hombres individuales, personas, y cada uno de ellos es respetable. Algunos tienen grandes impulsos, hablando de ‘dignidad humana’ o de ‘derechos humanos’, muy pocos se preocupan de cada hombre individual” (**). Los únicos derechos humanos válidos son los que defienden hasta al más vulnerable en cada sociedad, al que no tiene voz, está indefenso, y además es inocente.
Ahora bien, para los proyectos paralelos del oficialismo, esa vida reconocida puede ser respetada o no según un criterio antojadizo, circunstancial, y no de acuerdo a la dignidad inherente a todo ser humano concebido.
Llama la atención que el Ministerio de Salud, entre otras carteras del gabinete, quiera legislar sobre el aborto, que es una práctica cien por ciento anti médica: primero porque todo aborto pone en peligro la vida de la mujer, no solo el aborto clandestino. Segundo, porque se habilita tácitamente el aborto por malformación del feto. Esto, más allá de las implicancias éticas, tiene consecuencias médicas, ya que, en vez de cuidar e intentar curar las patologías detectadas en un ser humano en gestación, se provoca la muerte.
Técnicamente, en muchos países con aborto legal, se están así perdiendo competencias médicas y quirúrgicas: en Francia, por abortar a los niños diagnosticados, por ejemplo, con espina bífida -una malformación tratable de la columna vertebral-, se perdió el “savoir-faire”, conquistado a lo largo del tiempo, para esta operación enormemente delicada, en muchos casos incluso intrauterina. Está pasando lo mismo con otras malformaciones, como el “pie zambo” y el “labio leporino”. Doble aberración de la medicina: regresión en su competencia técnica y, sobre todo, en su cuidado de la vida en situación de fragilidad.
El proyecto 0012, llamado “ley de los 1000 días”, parece proteger la vida frágil, y por ende entrar en contradicción con el proyecto 0011. Sin embargo, si bien sus consecuencias son distintas, ambos proyectos están inspirados por una misma ideología que se refleja en su vocabulario y razonamiento.
En el texto se lee al Presidente en primera persona: “En la apertura de las sesiones legislativas de este año expresé con claridad que la situación de las mujeres gestantes en Argentina presenta aspectos diversos. Distintos son los desafíos que enfrenta la mujer que desea tener a su hijo de aquellos que asumen las que deciden interrumpir su embarazo. Un Estado que cuida debe acompañar a todas las mujeres para aquellos procesos que se desarrollen accediendo plenamente al sistema de salud”.
Es decir que el proyecto 1000 días pone especial cuidado en distinguir el “embarazo deseado” del “no deseado”. ¿A qué nos remite esto? Clasificar a los embarazos en “deseados” y “no deseados”, y en función de eso ofrecer dos caminos bien opuestos, para unos el derecho a nacer y para otros no, habla de una nietzscheana “voluntad de poder”, que no es el modelo para cuidar de las personas vulnerables. Más bien, nos acerca a las horas más sombrías de la historia del siglo XX. “Con el aborto legal, hemos interiorizado Auschwitz”, escribe el filósofo Fabrice Hadjadj (***).
¿Cuántos de nosotros podemos decir que fuimos cien por ciento deseados por nuestros padres?
Por otra parte, los fundamentos de la ley parecen sugerir que todo embarazo no deseado debe ser abortado. Pero, ¿cuántos de nosotros podemos decir que fuimos cien por ciento deseados y planeados por nuestros padres? Es muy posible que muchos de los que estén leyendo esta nota hayan sido una sorpresa para sus padres, que tal vez pasaron por altos y bajos hasta aceptar la venida al mundo del nuevo ser, y algo o mucho hayan debido cambiar en su modo de vivir.
La presentación en simultáneo de estos dos proyectos de Ley no neutraliza los efectos de la legalización; este paralelismo introduce en realidad confusión y caos en las mentes, queriendo inducir a pensar que uno, “el bueno”, puede ser contrapeso del otro, “el malo”.
Sin embargo, por ley de evidencia, de la confusión surge más confusión, y del caos, no puede surgir la paz.
(*) IFOP: Institut Français de l’Opinion Publique. Desde hace 80 años, es referente en materia de encuestas e investigaciones de mercado.
(**) Documento de trabajo D9-4, Fondo Lejeune
(***) Réussir sa mort, 2005
La autora es una socióloga y bioeticista francesa, residente desde hace 5 años en la Argentina, donde desarrolla tareas sociales en barrios carenciados del Gran Buenos Aires, y como docente e investigadora en Bioética
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