Abogado, especialista en Derecho Corporativo, autor de numerosos libros y publicaciones
Dimos vuelta la página y arrancamos un nuevo año. Sobre el 2020 ya se dijo demasiado. Nos toca ahora pensar qué tipo de país queremos de acá para adelante. 2021 se presenta como un año complejo que hereda las cinco pandemias que padece la nación: salud, economía, seguridad, educación e instituciones, y una elección de medio término de gran importancia para lo que será nuestro futuro.
Las zozobras existenciales que los argentinos hemos padecido por largas décadas dieron paso, en ciertos sectores de la ciudadanía, a un movimiento de indignados, muy heterogéneo, que se siente amenazado por la pérdida del empleo, la caída en picada del poder adquisitivo, las dificultades de adaptación a la convivencia con un virus, el barbijo, el distanciamiento social, la inseguridad, la falta de educación, y la convivencia con una clase dirigente que tiene una agenda diferente que no contempla sus necesidades.
Esa disociación entre dirigentes y dirigidos da lugar al dilema argentino actual que se presenta como el de la arrogancia del ignorante. Todos somos víctimas y victimarios a la vez, donde la grieta hace supurar cada vez con más fuerza el movimiento de las indignados a la criolla: nuestra sociedad entró en “modo de reconfiguración social, económica y cultural”, cuyas consecuencias son mucho más profundas que lo que se puede apreciar en la actualidad.
De esa corriente de indignados el 2020 nos dejó muchos ejemplos a lo largo y a lo ancho de nuestra nación con varias marchas de protesta de todo tipo y color partidario, valga como un ejemplo Vicentin, donde se mezclaron diversas cuestiones. Lo llamativo es que la gran mayoría de nuestros dirigentes ha optado por ignorar este fenómeno social que va cobrando fuerza a medida que se acercan las fechas del calendario electoral.
La indignación del ciudadano de pie es como el sapo que se cocina a fuego lento. Algo que nuestra sociedad toda viene padeciendo mientras vimos volar bolsos repletos de dólares por arriba de las paredes de un convento, actos de corrupción por doquier, funcionarios de los tres poderes del estado -esto viene desde hace décadas- que tienen un nivel de vida muy superior al que sus ingresos “declarados” le permitiría, cambios de bando político como si el pasado no existiera, impuestos marketineros, y mucho más imposible de enumerar en estas líneas.
Vivimos tiempos de “cosmética política” que solo genera mayor frustración y desencanto en la población. Los indignados criollos hacen culto al hartazgo que se ha generado por décadas de frustración nacional y popular. Somos hoy un país empobrecido a consecuencia de los desaciertos de quienes nos dirigieron.
Nuestra sociedad es desigual. La pobreza es una clara demostración del fracaso del modelo de país que fuimos y no deberíamos ser. La degradación del “pobre” (que no se quiere estigmatizar, pero se lo condena en la vida real) a consecuencia del fracaso de las sucesivas gestiones de gobierno los coloca en el triste lugar de desechos humanos que se ven excluidos de la sociedad.
Tan lamentable como real, pero alcanza con recorrer los barrios carenciados para palpar esta realidad de primera mano. Algo que todos los funcionarios deberían hacer antes de asumir su cargo.
La pobreza no solo implica falta de medios básicos para subsistir, es también una condición social y psicológica provocada por la imposibilidad de alcanzar un nivel de vida digno.
Ser pobre importa la exclusión de una vida normal. Lo cual genera a su vez toda una serie de sentimientos y enconos sociales donde quedan presos del asistencialismo del estado como única forma posible de supervivencia, porque no tienen la posibilidad de acceder a otro estándar de vida, trabajo y educación.
Va de suyo que son llevados a votar por la necesidad y no por la mera voluntad de elección. Al pobre no le queda más remedio que seguir al que lo asiste. Dicho de otra manera, se vota con el hambre, no con la razón.
Como dije, alcanza con bajarse del auto con chofer, ir a un barrio cualquiera y caminar por la calle. Hablar con la gente, mirarla a los ojos, palpar el sentimiento de la población en vivo y en directo. Preguntarles qué piensan, qué necesidades tienen. El político que haga este ejercicio tendrá garantizado al menos entender a la gente de a pie y sus “indignaciones”.
El movimiento de los indignados a la “criolla” tienen características propias de estas tierras, somos más efervescentes, se participa o se trata de participar más en la política. Incluso hay quienes pretenden insertarse en el sistema político para “explotarlo” desde adentro. Otros optan por la indignación silenciosa, pero saben esperar la oportunidad para hacerse escuchar cacerola en mano.
Desde que recuperamos la democracia hasta la fecha han pasado muchos gobiernos, pero nuestro país tuvo una sola constante: cada año hemos tenido más pobres y desplazados hacia la periferia social.
Si hay una definición respecto de la cual todos estamos de acuerdo es la que resumió en forma breve por consistente Albert Einstein (Premio Nobel de Física en 1921): “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.
La política no es ajena a esta definición, es más podríamos afirmar que para el año que empieza es una obligación moral de la clase dirigente intentar caminos diferentes a las viejas prácticas, porque si seguimos haciendo con la Argentina más de lo mismo, el fracaso será la constante que se repita.
2021 es un año electoral, con todo lo que ello implica. Para la ecléctica coalición de gobierno el dilema pasa por concentrar sus esfuerzos en reparar una Nación rota y acosada por las cinco pandemias, o atender prioritariamente la agenda electoral.
Lo cierto es que los argentinos empezamos el año más pobres que el anterior y con mayores necesidades por atender. Los que dan trabajo seguirán sufriendo el agobio de leyes, impuestos, y cuanta traba implica el atroz encanto de generar actividad y dar trabajo.
O se gobierna para ganar una elección o se lo hace para tener un país mejor. La arrogancia del ignorante es la consecuencia de lo que somos hoy como nación.
Son dos caminos que a partir del pasado primero de enero se empezaron a bifurcar tras la puesta en marcha del “reloj” electoral. La gravedad terminal de los problemas que enfrentamos no resiste ambigüedades.
Valga como ejemplo simple, pero dramático a la vez: sin empresas que den empleo genuino, el asistencialismo -que es una manifestación del fracaso de la política- seguirá siendo una necesidad. La presión fiscal y la emisión monetaria hacen a la esencia del asistencialismo social, pero a su vez es el cáncer que extermina a los sectores productivos de nuestra Nación.
El futuro del año que está comenzando dependerá claramente de los objetivos de quienes detentan el poder. Si se pone primero el interés de la Nación y la superación de la crisis, podemos tener esperanzas de encontrar un camino con luz al final del túnel. Por el contrario, si lo que predomina son las decisiones enfocadas en ganar las elecciones, y sostener la gobernabilidad de un proyecto político, esa luz del final del túnel luce más lejana, casi inalcanzable.
No son tiempos para equivocar el rumbo nuevamente. La crisis mundial desatada a consecuencia de la rápida expansión del Covid-19, su agravamiento con la “segunda ola”, y la “mutación” de las cepas, son hechos lo suficientemente relevantes como para poner un freno a los discursos salvajes de la política, y sentar las bases de una nueva era.
El dilema del aumento de las tarifas de los servicios públicos es otra encrucijada de la coalición gobernante. Si aumentan las tarifas las posibilidades de ganar la elección de medio término se alejan. Si no lo hace, el déficit fiscal seguirá aumentando, el dólar no tendrá techo y las consecuencias pueden ser peores aún. Estas situaciones son las que nos convierten en un país modelo “puerta giratoria” con mucho movimiento, pero nulo avance.
Gobernar 2021 con más déficit fiscal, es tanto como seguir cavando la fosa más profundamente, lo que nos termina alejando de una salida. O se gobierna para ganar elecciones o se gobierna para tener un país mejor. Esta dicotomía, debe ser superada en una nación empobrecida, con el 50% de la población colgada de las tetas del estado para subsistir. Ni siquiera vivir dignamente, solo subsistir.
El virus seguirá dando vueltas, la provisión de las vacunas, dejando de lado la épica del vuelo 1601 de Aerolíneas Argentinas que trajo las primeras dosis de la Sputnik V, se irá acomodando, en parte por el esfuerzo del gobierno y en parte porque es una prioridad mundial que se distribuya urbi et orbi.
Nuestra clase dirigente arranca el año 2021 más devaluada que el año anterior. Tienen el desafío de ganarse la credibilidad, y para eso la obligación de ser más morales y éticos que el resto de la sociedad. El modelo de dirigente político que estuvo vigente hasta el año que se fue hace escasos días, ya no es viable. El movimiento de los indignados criollos lo tiene muy en claro.
Ese modelo nos fue convirtiendo en un país más pobre año tras año. Más allá de la dialéctica que se intente, los datos duros de las estadísticas del crecimiento de la pobreza en nuestra Nación son abrumadores, y marcan lo errado del camino que seguimos desde la salida de la dictadura y la instauración de la democracia.
Un buen comienzo de año sería, por ejemplo, que desde la dirigencia política se dejen al menos de generar más problemas e impuestos. No tener más trabas sería todo un logro. Discutir el desorden fiscal de la Nación y generar una mesa de consenso, todo un logro nacional y popular.
2021 no será un año para que la Payasa Filomena, con todo su encanto, aparezca en una rueda de prensa del Ministerio de Salud.
Quedó atrás la rebelión de la policía bonaerense, el surfista rebelde de los primeros días de la pandemia, Sarita, la Sra. que desafiando el confinamiento se sentó en una plaza a tomar sol. El padre de Abigail Jiménez llevando en brazos a su hija enferma desafiando a las autoridades que no lo dejaban pasar. El fallido intento multitudinario de velar a Maradona. Y muchas otras postales más de un año que no queremos repetir.
La arrogancia de la ignorancia nos puso en el lugar que hoy nos toca ocupar. Nos hizo más pobres. Gobernar para ganar elecciones es hoy el combustible que genera la irritación del movimiento de los indignados a la criolla.
La miopía del pasado no puedo empañar la visión del futuro. No es posible seguir gobernando con el espejo retrovisor en lugar de mirar el parabrisas. Por eso es importante para la población, para el laburante que se levanta todas las mañanas, que nos den señales claras. El relato salvaje de la política ya fracasó.
“Nadie es la patria, pero todos lo somos” (Jorge Luis Borges, 1966).
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