...hicieron que comenzaran a llegarle pedidos para modernizar tractores y crear elementos de agricultura de precisión. Sus críticas a la educación: “Se precarizó en los últimos años”
Tenía apenas 15 años cuando con sus ahorros se compró un Fiat 600. Lo manejaba por las calles de tierra del campo, en el parador San Ambrosio, Córdoba. Un día volviendo de la escuela no lo pudo frenar y se dio vuelta. El auto siguió funcionando: apenas se abolló el techo. Sin saber qué hacer con el Fitito, Joel lo dejó estacionado bajo un árbol….
“Lo miré varios días entre las plantas. A la semana siguiente se me ocurrió cortarle el techo”, le dice a Infobae. “A la otra decidí acortarlo. Para eso le saqué los asientos de adelante y solo le deje los de atrás”, agrega sobre su coupé descapotable. Ese instinto para transformar cosas, algo que empezó como un pasatiempo divertido, luego se volvió casi una rutina.
Hoy, Joel tiene 23 años. Es el segundo de cuatro hermanos varones. El parador rural donde nació queda a 20 kilómetros de la ciudad de Río Cuarto. El vecino más cercano está a casi un kilómetro de distancia y muchas veces no tiene servicio de electricidad ni red de wifi.
Hugo, Ariana, Joel y sus dos hermanos menores que están involucrados en las tareas de siembra y cosecha del campo
“Soy un chico de campo”, dice. “Desde que tengo uso de razón estoy entre máquinas, tractores y camiones. Mi padre, Hugo, es contratista al igual que mis abuelos. Se dedica a la siembra y la cosecha, y siempre lo acompañé”, relata.
La facilidad que tiene en las manos la heredó de su madre, Adriana. única mujer entre tantos hombres. “Lo que se te ocurra para la casa, ella lo hace. Es artesana...”, cuenta Joel. Pero si bien lleva esa aptitud en su ADN, le agrega intuición y osadía.
La primera idea
A los cinco años construyó un ventilador para combatir el calor. Lo fabricó a partir del motor de un trencito de juguete. Lo desarmó, encontró en la casa unas aletas y unió los cables. “Nos habíamos quedado sin luz, algo muy frecuente en la zona y quería dormir fresco. Me ayudó mi viejo”.
No solo eso, recuerda que cuando le regalaban un juguete. lo que más le gustaba era desarmar las piezas para entender su funcionamiento. “Juntaba motores de los controles remotos y los volvía a ensamblar. Pasaba horas así”, agrega.
Instaló una plaqueta y un dianómetro en una bici fija para poder cargar el celular. Una idea de bajo costo
Pronto sumó una larga lista de creaciones. A poco de cumplir 21 años adaptó una bicicleta fija para que, al pedalear, cumpla la función de un cargador de celular. El artefacto cuenta, además, con una luz led que avisa cuando se inicia la corriente. Después, le instaló un sensor a los vehículos, que no permite que se maneje alcoholizado. Son innovaciones que podrían tener impacto en la sociedad.
Además de su inteligencia, Joel debe hacer malabares para conseguir los materiales, por lo que muchas veces se arregla con lo que tiene a mano. No desperdicia nada. “Siempre encuentro algo en casa y sino Internet me salva. Pido muchas cosas por ese medio. Lo malo es que trabajo mucho con prueba y error, entonces muchas piezas no sirven. Igual no tiro nada, porque en algún momento sé que les voy a encontrar una utilidad”.
Por su ingenio en la zona lo apodaron El Da Vinci de Córdoba. Humilde, dice que ese título le queda grande y que aún le falta mucho por aprender. Lo cierto es que se corrió el rumor de su creatividad en Río Cuarto y los pedidos no tardaron en llegar. “Hace un tiempo, un productor me dijo si podía lograr autonomía para su tractor y le hice un control remoto. Funcionó, pero no sé si lo seguirá usando”, admite.
-¿Cómo se te ocurren las ideas?
-Por necesidad. Quiero mejorar algo de la vida cotidiana y busco cómo lo puedo hacer. Otras veces actúa para resolver y mejorar algún aspecto de la vida de otros.
El volante manos libres que ideó para una cosechadora es el ejemplo perfecto. “Quería optimizar el trabajo del operador para que pueda conducir un poco más relajado, y concentrarse en las otras tareas, como por ejemplo, descargar la tolva en el acoplado autodescargable, revisar la limpieza del grano que llega a la tolva de la cosechadora, y hasta cebar mate, sin incurrir en errores de manejo”.
Joel es autodidacta, y a la vez osado. “No sigo mucho la teoría. Voy probando. cambio la forma todo el tiempo, modifico los procesos. Hay veces que me dan ganas de tirar lo que hago. Pero le busco la vuelta hasta que funciona”.
Camino a la inclusión
Ni bien terminó el secundario en la Escuela Salesiana, Joel optó por trabajar, y en sus tiempo libres hacía cursos de electrónica. En enero de 2020 dejó el campo para instalarse en la ciudad, alquiló un departamento en Río Cuarto y se anotó en la carrera de Ingeniería de software. La robótica y la programación lo apasionan. En ese paso, también renunció a su trabajo familiar de contratista. “El cambio de vida no fue sencillo. Soy familiero, y extraño la naturaleza”.
Pronto vino la pandemia, y con más tiempo libre, junto a su tío, se dedica a calibrar pilotos automáticos para la agricultura de precisión. “Se orienta a lo que estoy estudiando, aprendo a diario”, dice. Pero no le alcanza. Está constantemente buscando talleres o cursos en internet para seguir nutriéndose. “Veo que la educación se ha precarizado mucho en los últimos años. Si bien en la escuela me dio muchas herramientas también tuve que salir a buscarlas para poder insertarme laboralmente. Se debería aggionar la metodología de cara a un futuro mejor. La necesidad te pone objetivos que no se ven hasta que la tarea diaria las impone”.
Su cabeza no se detiene. Después de varias creaciones sueña con transformar la vida de los demás, y siempre en la Argentina. No se imagina viviendo en el exterior. “Estoy ideando algún sensor para que las personas con discapacidad audiovisual puedan hacer deporte. No quiero decir mucho porque recién lo estoy probando. Me motiva brindar soluciones, creo en pensar con conciencia social”.
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