... referenciada en Alberto Fernández. Desafíos y limitaciones de un proyecto político que está en marcha
Si el “albertismo” algún día ve la luz y se consolida como una corriente interna dentro del peronismo, podría decirse que comenzó la noche del 14 de noviembre, después de la derrota del Gobierno en las elecciones legislativas, cuando Máximo Kirchner le pidió a Alberto Fernández que no convocara una marcha masiva en apoyo de él y de su gobierno, y el Presidente le respondió, sin titubear, que lo haría arriba del escenario del búnker del Frente de Todos.
Ese anuncio existió y se convirtió en uno de los hechos trascendentes de la jornada electoral. Fernández convocó a “celebrar” la derrota peronista como consecuencia de un paso en falso verbal. Fue la presión y el alivio en un puñado de palabras descontextualizadas del resultado electoral. Pero lo hizo. Sin dudar y pese al pedido de Kirchner de no hacerlo.
Se plantó frente a la presión del hijo de Cristina Kirchner y entendió, como nunca antes, que esa misma noche tenía que empezar un proceso de reorganización del Gobierno y del Frente de Todos. Hasta allí debía llegar la fuerte influencia kirchnerista sobre la gestión y su conducción, porque sino un importante sector del peronismo, que lo miraba de reojo, le iba a soltar la mano en los dos últimos años de gestión.
Gobernadores, legisladores, intendentes y dirigentes le hicieron saber al Presidente, de diferentes formas y en distintos momentos, que esperaban una señal de autoridad después de los comicios y que marque distancia de la poderosa Vicepresidenta. Muchos de ellos, históricos críticos de la ex Jefa de Estado, el kirchnerismo y La Cámpora, aguardaban con ansiedad que el Presidente marque un rumbo más definido de gestión sin tener que contentar al ala K permanentemente.
El miércoles 17 de noviembre Alberto Fernández encabezó un acto masivo frente a la Casa Rosada. Tuvo su primera Plaza de Mayo. Fue el único orador frente a la multitud empujada por los movimientos sociales y la CGT para darle volumen al respaldo callejero del Gobierno después de la derrota en las urnas. Esa tarde puso en marcha un proyecto de poder para contrarrestar la influencia de Cristina Kirchner.
Quienes rodean al Jefe de Estado y alimentan la idea de forjar una estructura política que lo tenga como cabeza, apuntan a ese momento como el comienzo de una nueva etapa en el Frente de Todos. Ese día vio la luz la idea de trabajar con seriedad en la construcción lenta, pero ininterrumpida, de un esquema “albertista”, que le sirva al Presidente de contención para poder transitar los últimos dos años sin perder poder en forma indiscriminada.
En ese trabajo están inmiscuidos el ministro de Desarrollo Social, Juan Zabaleta; el de Obras Públicas, Gabriel Katopodis; el de Turismo, Matías Lammens; el de Hábitat y Vivienda, Jorge Ferraresi; el canciller Santiago Cafiero; el Jefe de Gabinete, Juan Manzur; el secretario presidencial, Julio Vitobello; la secretaria Legal y Técnica, Vilma Ibarra, y el Secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Beliz.
Esos funcionarios, sumado al Grupo Callao, espacio que fundó Fernández en el 2017 y en dónde están dirigentes como Cecilia Todesca, Matías Kulfas, Miguel Cuberos, Victoria Tolosa Paz, Guillermo Justo Chaves, Federico Martell y Sabina Frederic, tendrán mayor protagonismo en la construcción política del peronismo albertista en el año que comienza.
El miércoles 15 de diciembre el Presidente cenó con los dirigentes del Grupo Callao en el restaurante Santa Evita. Allí les planteó la necesidad de la renovación dentro del Frente de Todos. Caras nuevas, ideas nuevas, formas distintas. El kirchnerismo, dijo, lleva 20 años como espacio político y ha sufrido el desgaste natural del tiempo y el poder. No hay que esperar otra derrota para renovarse.
A diferencia de la primera parte de su mandato, donde prohibió que el “albertismo” se construyera para evitar una batalla de poder con Cristina Kirchner, en estas últimas semanas Fernández habilitó a su gente cercana para que comiencen a tejer alianzas en todas las direcciones posibles. Sin hacer demasiado ruido, para esquivar crisis internas, pero con la libertad de acción asegurada.
En las filas “albertistas” hay ansiedad por tener mayor protagonismo. Sobre todo en el interior del Grupo Callao, que se vio relegado durante los primeros dos años y condicionado por la virulencia del sello K. El objetivo es armar una fuerza propia. Chica pero con una identidad definida. Los que empujan esa creación dicen que no es detrimento de nadie, aunque está claro que caminan por la vereda opuesta al kirchnerismo.
“No podemos estar excluidos de la discusión. Hay que ampliar. En las próximas elecciones tampoco podemos quedar afuera de las listas como sucedió en las últimas”, reflexionó uno de los referentes del esquema político fundado por Fernández.
La referencia tiene que ver con que el Presidente solo colocó en las listas de los comicios legislativos la cabeza de la boleta bonaerense (Victoria Tolosa Paz) y la porteña (Leandro Santoro). El resto fue mayoritariamente aporte del kirchnerismo y una porción, proporcional a su influencia en la coalición, impuesta por Sergio Massa.
La proyección hacia el 2023 es otro de los ejes políticos del próximo año. Lentamente comenzarán a perfilarse los futuros candidatos del peronismo. Al día de hoy el principal candidato es el propio Alberto Fernández, que ya manifestó su voluntad de seguir cuatro años más en la Casa Rosada cuando se termine su mandato.
Los ministros y dirigentes que lo acompañan trabajarán en esa dirección. Lo iban a hacer sin la sensatez pública de Fernández, pero luego de la confirmación, lo harán sin tantos peros. Según anticipan cerca del Presidente, habrá muchas pequeñas tribus empujando ese objetivo.
Lo único que dejó en claro el Jefe de Estado es que no hay ninguna posibilidad de romper la alianza que tiene con Cristina Kirchner. Según allegados, en este tiempo de fin de año, la relación pasa por un mejor momento. Nunca se sabe cuánto durará. La conducción bicéfala fracasó. Depende de Fernández usar otra ruta.
En la Casa Rosada creen que la sinuosidad del vínculo era lógica porque ella debía cumplir un rol al que no estaba acostumbrada y él tenía que ser Presidente después de juntar unos cuántos años de experiencia como Jefe de Gabinete. “Tardó dos años en acomodarse toda la estructura interna, pero se acomodó”, sostuvo un funcionario con acceso al despacho presidencial.
La construcción del “albertismo” es una realidad con un gran signo de pregunta arriba. ¿Se concretará? ¿Tendrá el volumen suficiente para tener peso en el mundo peronista? ¿El kirchnerismo dejará que ese proceso se desarrolle? ¿Cómo influirá en la relación entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner? ¿Cómo seguirá la vida interna del Frente de Todos en el 2022 y, sobre todo, en el camino hacia las elecciones 2023?
Resta saber también hasta dónde jugarán los gobernadores peronistas en ese armado y si la CGT, de mala relación con Cristina Kirchner, pisará el acelerador a fondo para empoderar al Presidente, o jugará al pragmatismo peronista sin salpicarse. Los movimientos políticos del año que arrancó serán claves para entender los caminos de poder que transiten el Jefe de Estado y su vicepresidenta.
“El ‘albertismo’ se puede construir. Es verdad que Alberto ahora dejó hacer. Y lo hizo, en parte, porque cree que como debe haber PASO en todo el peronismo, cada uno puede trabajar en el rumbo que quiera. Por ahora esa construcción no está, no existe, pero podría ser un equilibrio interno en el futuro”, reconoció un dirigente de mucha confianza del Presidente.
La pelota está en juego y la reelección de Alberto Fernández en el horizonte. El 2022 de la política nacional se puso en marcha. El 2023, también.
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