Foto Rosario Murillo, Daniel Ortega, Nicolás Maduro y Miguel Díaz-Canel durante la toma de mando del nicaragüense en Managua. Del acto participó un funcionario iraní acusado de terrorismo (Reuters)
Daniel Ortega organizó una puesta en escena provocadora con un alto valor simbólico. Siguió, con esmerado detalle, el libro de otros dictadores que lo abrazaron sonrientes en su día de gloria. Miguel Díaz-Canel y Nicolás Maduro cobijaron al jefe de estado nicaragüense de 76 años, quien mandará en el país centroamericano por quinta vez en su vida, aunque esta vez sin políticos molestos a la vista.
La imagen que recorrió el mundo dejó en evidencia el aislamiento al que Ortega somete a su pueblo aunque su plan original haya sido presentar a sus viejos y nuevos socios. Confirmó -en apenas una hora y media de ceremonia- que el retorno democrático será de ahora en más sólo un sueño para quienes terminaron presos por enfrentarlo en las urnas y para aquellos que debieron encarar el siempre avinagrado camino del exilio.
Porque además de los dictadores de Cuba y Venezuela, el veterano jefe del Frente Sandinista de Liberación Nacional tuvo la brillante idea de darle un lugar de máxima consideración a otras dos delegaciones cuyos gobiernos están en las antípodas de las libertades individuales: Irán y China.
Al delegado del régimen de Beijing, Cao Jianming -vicepresidente de la Asamblea Popular- lo subió a un avión el canciller Wang Yi por pedido expreso de Ortega. Quería exhibir al resto del planeta su veneración hacia el gigante asiático. Lo sentó a su derecha, bien cerca suyo, durante el show montado en Managua. Al ser anunciada su presencia, un júbilo espontáneo se apoderó de la concurrencia. El dirigente del Partido Comunista Chino (PCC), muy respetuoso del protocolo y de las formas, debió incorporarse dos veces para saludar y reverenciar a quienes lo aplaudían eufóricos como si se tratara del mismísimo Mao Tse-tung. Tanta obsecuencia se traducirá en dólares... que se marcharán. Merced a que Cao llevaba colocada su mascarilla para evitar contagiarse del COVID-19, nadie supo en el colorido acto cuál fue su reacción.
En cambio, que el iraní Mohsen Rezai estuviera allí fue algo más que una provocación. El Vicepresidente de Asuntos Económicos de Irán fue el delegado del Ayatollah Alí Khamenei a Nicaragua. Y fue además, en 1994 una pieza clave en uno de los ataques terroristas más mortíferos de la historia de América Latina: AMIA. Ese 18 de julio fueron asesinadas 85 personas en Buenos Aires. Por ese atentado, la justicia argentina pidió su captura internacional en 2006.
Desde entonces, es de creer que Interpol debería estar detrás de sus pasos. El lunes pasado, cuando se abrazó a Ortega, a Díaz-Canel y a Maduro ante las cámaras de televisión, la policía internacional dirigida por Jürgen Stock y apostada en Nicaragua no hizo nada. Algunos mal pensados sospechan que una supuesta ascendencia del régimen chino sobre el organismo lo hace más perezoso en algunos asuntos. Tampoco se lo notó incomodo al embajador argentino Daniel Capitanich por tenerlo a Rezai frente a sí. El diplomático se mantuvo en su lugar mientras anunciaron la presencia del prófugo entre los más relevantes invitados. Resulta curioso cómo la hermandad latinoamericana encuentra un límite cuando se trata de Irán.
El acercamiento a Teherán se profundiza gracias a Maduro. El chavista es un gran colaborador de las necesidades petroleras de Irán. Generosos recíprocamente ambos, son socios en el tráfico de petróleo que cuenta con buques tanque “fantasmas” navegando los océanos Atlántico e Índico. En Venezuela, los delegados de la Guardia Revolucionaria Islámica -de la que Rezai formó parte y que es considerada un grupo terrorista- se manejan con total libertad.
Durante años, el Socialismo del Siglo XXI supo darles a sus miembros, además, pasaportes y documentación para que pudieran transitar libremente por su territorio y de esa forma realizar negocios para financiar todo tipo de operaciones. Incluidas las que contemplaban la presencia de Hezbollah en la región.
En su discurso de entronización, Ortega se refirió varias veces a los Estados Unidos como el “imperio yanqui”. Cándida idea, teniendo en cuenta la apertura de puertas -y cajas- que hizo el patrón nicaragüense a China e Irán. Resentido por el aumento de las sanciones que le impusieron la Unión Europea y Washington ese día festivo, habló sobre la libertad y reclamó que de una vez por todas se instalara “una verdadera democracia” en aquellos países que tanto lo acusaban. En Nicaragua hoy están bajo cautiverio 171 presos políticos, algunos de los cuales iban a competir por la presidencia en las elecciones pasadas.
No pudieron hacerlo estando tras las rejas. La subestimación a la inteligencia general parecería no encontrar fronteras en algunos dirigentes latinoamericanos.
Beijing, por su parte, siempre prometió megaestructuras en América Latina. Y a Ortega lo seduce el arsenal de dinero que podría representar competir con Panamá por el comercio del canal. Esa obra de ingeniería implicaría años, miles de millones de dólares, un impacto ambiental monumental y unas concesiones incalculables. Un agujero negro para el futuro de los nicaragüenses, así planteado.
El empresario chino Wang Jing le envió al dictador centroamericano una carta el pasado 12 de noviembre felicitándolo por su triunfo electoral. Wang es un multimillonario que figura como uno de los sponsors del ambicioso Gran Canal al que intenta encaminar de la mano del hijo del dictador, Laureano Ortega Murillo, también sancionado por los Estados Unidos. Para eso, el hombre de negocios -el chino- creó la empresa HKND Group.
Desde 2013 el proyecto interoceánico duerme. Pero ahora en Managua parecerían decididos a despertarlo y ponerlo en movimiento. A Ortega Murillo -Asesor para Inversiones, Comercio y Cooperación Internacional- se lo notó eufórico en los últimos días. Radiante. Ya firmó varios acuerdos nebulosos con el enviado de Xi Jinping a la asunción de su padre, a quien llamó “compañero Cao”. Beijing celebra. Podría contar con una base militar en el centro de América antes de que una pala cave el primer pozo para surcar el canal.
Sin embargo, habría que leer la letra chica. O simplemente abrir los ojos. La efectividad de China en este tipo de emprendimientos faraónicos no posee buenos antecedentes. Ecuador puede dar fe: la central hidroeléctrica Coca Codo Sinclair es uno de los mayores dolores de cabeza energéticos, ecológicos y financieros del país. La actividad portuaria tampoco es el fuerte de la ingeniería china, como tampoco el dragado de ríos o canales. Es un misterio qué puede llegar a pasar con el Gran Canal, que podría convertirse en el “gran ancla” de Nicaragua.
La alfombra roja de Ortega llegó días después de que el 8 de enero se celebrara en Buenos Aires un nuevo encuentro de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), un foro creado por Cuba para contrapesar a la Organización de Estados Americanos (OEA). Argentina quedó a cargo de su conducción este año. En rigor, el grupo no publicitará ningún logro en materia de derechos humanos para los latinoamericanos y sólo permitirá dar voz a los estados parias del subcontinente, como Nicaragua, Venezuela y Cuba. Beijing también aprovechará este vehículo para involucrarse en la región. Quedó así establecido en un documento firmado en diciembre pasado para permitirle al régimen asiático explotar áreas estratégicas: seguridad, agricultura, 5G, energía, infraestructura y comunicaciones, entre otras.
En ese contexto enrarecido, el Center for a Secure Free Society advirtió sobre una nueva “ola autoritaria” en América Latina, fomentada en gran parte por China, Irán y Rusia, que tuvo un papel secundario durante la asunción de Ortega, quizás más abocado en reprimir protestas en Kazajistán o amenazar con desestabilizar Europa.
Esos países exocontinentales, señaló el think tank, están “capitalizando” lo que ven como un nuevo escenario en la región. De acuerdo al informe, no sólo las jefaturas del nicaragüense, de Maduro y de Díaz-Canel alientan esa expectativa. En 2021, las elecciones hicieron posible la llegada al poder de Pedro Castillo en Perú y de Gabriel Boric en Chile. El primero visitó la embajada de Beijing apenas asumió, en un particular y estrafalario gesto de acercamiento que sorprendió manuales de diplomacia. El chileno, por su parte, es un activo militante anti-Israel que llama a boicotear sus productos, lo que conmueve a Teherán.
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