Por Julio Bárbaro-Politólogo y Escritor. Fue diputado nacional, secretario de Cultura e interventor del Comfer.
.... “Les dirán que la causa es la corrupción, sepan desde hoy que son más brutos que corruptos”. Duras palabras que cada tanto retornan y caracterizan a toda una dirigencia política, pero se extienden a la empresaria, sindical y judicial, una clase dirigente que se fue degradando a la par, hundiendo al resto de la sociedad. Abundancia de denuncias en una dura carencia de propuestas.
Con posterioridad a la violencia, se instaló la coima, el robo, una forma de participación en los negocios del Estado que devinieron en “negociados”. Alguien dirá que existieron siempre, es cierto, antes era un porcentaje de lo construido, la privatización lo convierte en robo con justificación ideológica. Nuestros mayores edificaron los servicios públicos, sus descendientes los regalaron apropiándose de sus restos.
La corrupción convertida en pandemia ocupa, hoy, todos los espacios del poder. Para muchos que transitaron la violencia, después de matar, robar se convertiría en un tema menor. La excepción devino en regla, en norma instalada como costumbre para los sectores de poder. En el retorno de la democracia aparece “el operador”, personaje que expresa la antítesis del militante. Había habido un tiempo de búsqueda del heroísmo, ahora, en cambio, surgía el egoísmo en su versión más despiadada. Si el Estado era corrupto, la idea resultante era permitir, autorizar, incorporar la corrupción de lo privado, que por rara conversión ideológica es denominada “ganancia”.
Se privatizó lo instalado, a precio vil, solo para evitar el supuesto “robo” de los funcionarios e ingresar en la virtuosa estafa de los privados. Privatizar lo que da pérdidas es consolidar la corrupción. Muy claro, el funcionario le otorga un subsidio exagerado a la empresa a cambio de un retorno beneficioso para ambos.
Hace muchos años insistí en suprimir todos los subsidios y otorgarlos solo a quienes los solicitaran. Mi idea pecaba de inocencia, ningún gobierno permitió que le limitasen la oscura ganancia que otorga el subsidio generalizado. Esas son las corrupciones institucionales, cambian con cada gobierno, cambian de mano de quién las administra y reparte. El caso del juego es transparente, podía ser parte del Estado o de las instituciones de bien público; en rigor, se ocupa de debilidades y necesidades, fue multiplicado para que sus oscuros beneficios sigan siendo una caricia al bolsillo de miles de funcionarios. Hablan de una “industria del juego”, una nueva manera de ofender nuestra inteligencia.
En cuanto a las tarifas, las privatizadas ni invirtieron demasiado ni lograron todavía justificar su nacimiento. Estamos arribando a la tercera posición de lo peor, un muy mal Estado con privados desastrosos. Y ¿qué decir de la fuga de divisas? El fruto alegre de la concentración de la riqueza no fue el resultado prometido -el derrame - , sino la fuga de divisas, Macri nos integró al mundo para generar una monumental deuda cuya mayor justificación es la huida de ganancias exorbitantes. En nombre de semejante sangría no quedó de muestra ni una ruta, ni siquiera un jardín de infantes.
El enriquecimiento de los ligados al Estado es enorme, desmesurado, destruyeron el ferrocarril para repartirse como bombones las áreas que lo integran. Hubo un tiempo en que fabricábamos aviones y locomotoras, ahora importamos repasadores. Dicen que con eso ahorramos, cuando lo que se genera es desocupación y deuda, pero eso para el liberalismo económico es un mero detalle. La oposición y el Gobierno ocupan lugares parecidos, un enfrentamiento que no levanta vuelo, una dirigencia impotente frente a una crisis que le queda grande.
La economía tiene ciertos gestos de recuperación, lo cual no es poco, y puede tener un crecimiento del consumo, cosa que Macri no logró ni con la desmesura de la deuda. La inflación existe, mientras volvemos a iniciar un lento proceso de sustitución de importaciones. La izquierda marxista no quiere hacerse cargo de la deuda, es razonable; la lógica nos obliga a asumirla aun cuando queda claro que a quienes nos endeudaron ni se les ocurrió consultar al Congreso. ¿Imaginarían una deuda infinita? ¿O en todo caso ganar las elecciones llevando el ajuste cercano a la esclavitud?
Difícil entender qué piensan ambos, tanto el Gobierno como la oposición. La marcha contra la Corte no superó los límites de sus convocantes, marginal, pobre e inexplicable. La corrupción y sus rentas desnudan muchas situaciones, la droga estalla mientras el Estado permanece. En rentas oscuras no deben de estar muy distantes. Los retornos son desmesurados, números que muchos saben y por ahora nadie denuncia.
El ascenso social hace cincuenta años era fruto del esfuerzo, ahora es obra de la viveza que rodea ciertas “cajas” y a algunos personajes que se ocupan de distribuirlas. Asesinaron las regulaciones, esas que impedían al zorro habitar en el gallinero; todo lo rentable se concentra en pocas manos, los nuevos ricos son muchos y no producen nada, absolutamente nada. Algunos dan trabajo, esclavizan para amontonar y fugar. Hasta en algunas reuniones se escucha hablar con admiración de “la plata que juntó ese”, siendo “ese” un funcionario o intermediario, lo mismo da.
Los liberales todavía insisten en bajar los impuestos y aflojar las leyes laborales. Cierto que ambos pasos son necesarios, pero vistos desde las ganancias de algunos sectores, todo eso es una nimiedad. No hay grieta en la corrupción, si la hubiera, con cada cambio de gobierno se acabarían algunas coimas ilimitadas, y eso no pasa, ambas fuerzas políticas se enfrentan por las ideas de las que carecen, pero nunca por las ganancias que comparten. La complicidad es una impronta ideológica, entre nosotros está absolutamente instalada. Imponen un economicismo que engendra un liberalismo para empresarios, ellos son menos y ganan más, los ciudadanos son más y ganan cada vez menos.
La política debería conducir a la economía; sabemos que la corrupción es consecuencia de la falta de proyecto. El enojo y los gritos de algunos exitosos expresan lo peor de la decadencia mientras algún empresario coimero intenta imponer un sistema colonial definitivo. El endeudamiento de Macri y los compromisos internacionales del actual presidente son políticas de estado que no deberían ejecutarse sin apoyo parlamentario. En democracia las diferencias son de acentos, seguimos extraviados alternando rumbos. Necesitamos compartir un mismo modelo de sociedad y recuperar la voluntad patriótica. El presidente de Chile es de izquierdas, el de Uruguay de derechas, ambos expresan una estatura y un mensaje afirmado en un proyecto nacional que a nosotros nos llena de envidia. Son ejemplos valiosos y los tenemos al lado; ambos superaron las limitaciones ideológicas y expresan con sabiduría diferencias de matices en una visión compartida.
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