Los vidrios rotos de la ventana del despacho de Cristina Kirchner en el Senado. La vicepresidenta denunció que fue víctima de un atentado que el Gobierno no repudió y frente al cual demoró sospechosamente en reaccionar (Foto: Nicolás Stulberg)
“Me expulsaron del kirchnerismo. Me dijeron que me vaya al albertismo. Me duele que me echen del kirchnerismo (…) Existe gente que aprendió cuatro o cinco cosas que se establecieron en los años más luminosos de la historia del país que yo recuerdo. Esos años fueron mucho más ricos que cuatro o cinco palabras. Pero con esas cuatro o cinco palabras componen una concepción del mundo que no necesita averiguar nada, preguntarse nada, ni sufrir con nada. Vos decís “voluntad”, “pueblo”, “patria”, “nación” y ya está, no necesitás pensar nada más (…) Se están usando algunos puestos de la pelea mediática para hacernos daño entre nosotros y eso verdaderamente me preocupa y un poquito me indigna… Estamos pensando en militarizar la opinión. O estás conmigo o estás contra mí. No hay nada en el medio. Yo no creo que detrás de esto estén las personas que conducen, no quiero creer que alguien esté impulsando esta especie de caza de brujas”.
Edgardo Mocca es un sociólogo que integró la mesa de 678, en los tiempos en que ese programa de televisión ocupaba un rol relevante. O sea: es difícil encontrar alguien que haya puesto la cara como él para defender al gobierno de Cristina Kirchner y cuestionar, con la agresividad que se lo hacía en esa mesa, cualquier disidencia. Hace unos días, sin embargo, Mocca se quejó de esa manera en una entrevista radial. Su franqueza refleja un fenómeno que lo trasciende.
Ricardo Forster fue uno de los líderes de la agrupación Carta Abierta, que inventó la palabra “destituyente” para descalificar a la mayoría de los planteos críticos que se hicieron frente a diversos aspectos del gobierno de Cristina Kirchner. Jorge Alemán, es un psicólogo argentino radicado en España, de estrechos vínculos con algunos dirigentes de Podemos, y muy respetado en los círculos intelectuales kirchneristas. Alicia Castro, como se sabe, es una dirigente muy cercana a la vicepresidenta Cristina Kirchner, de quien fue embajadora en Caracas y luego en Londres. Hasta hace poco todos ellos pertenecían, por decirlo de alguna manera, a la misma “familia política”.
Pero unos días atrás, Castro acusó a los otros de ser intelectuales “rentados”.
Alemán le respondió: “Al igual que la derecha argentina, que supone que detrás de cualquier gesto hay dinero en juego, la señora Alicia Castro dice que he firmado la carta por la Unidad por estar ‘rentado’. No estoy rentado por nadie…”
Este tipo de anécdotas se reprodujeron esta semana a partir de la difusión de un largo texto firmado por decenas de intelectuales kirchneristas, en el cual se pregonaba la necesidad de unidad del Frente de Todos.
El pronunciamiento incluía algunos párrafos que, para el cristinismo, son bastante difíciles de aceptar:
”La memoria de lo vivido, sus enseñanzas, son un activo en nuestra tradición política. No pueden ni deben convertirse en formas ejemplares y absolutas como si entre ellas y nosotros nada hubiera sucedido. Hace pocos años se vivieron momentos épicos y hoy no hay una situación épica. Por eso, aquí y ahora, hay una situación que conviene comprender mejor, incluso para detectar errores tácticos y técnicos”.
”Ha habido quienes creen que se trata de plantar banderas con la voluntad, aunque eso derive en enormes derrotas, creyendo que así se construirá en otra etapa una victoria”.
”Hay decisiones que un dirigente debe tomar porque son necesarias para el país y el bienestar de la población, aunque a veces pueden no ser convenientes para su capital político o su futuro electoral. La historia está repleta de ejemplos”.
”Hay momentos en la historia en los cuales la moderación puede ser transformadora y la radicalización impotente”.
Entre los firmantes de ese texto, que confronta con los planteos del Instituto Patria, además de Mocca, Alemán y Forster, hay muchos nombres muy cercanos al corazón del kirchnerismo: Eduardo Aliverti, María Seoane, Dora Barrancos, entre tantos otros. El cristinismo nunca se caracterizó por entablar un diálogo cordial con los disidentes. Su primera reacción, en general, consistió en señalarlos con el dedo y tratarlos como traidores. Por eso, Alicia Castro rápidamente los acusó de intelectuales “orgánicos” o “rentados”: “Los asesores rentados de Alberto Fernández e intelectuales orgánicos del grupo Posibilismo o Muerte, entre otros Alejandro Grimson, Ricardo Forster y Jorge Alemán, teorizando en apoyo a la unidad del Partido Único del Fondo. Tratando de silenciar a quienes resistimos”.
La periodista Sandra Russo, otra ex integrante de 678, calificó al texto como “viscoso”. “A mí me gusta hablar claro. No hay ningún motivo para la viscosidad. La viscosidad es una característica que un poco me repugna”. Marcelo Figueras, el periodista que acompañó a Cristina Kirchner durante la gira de presentación de su best seller, escribió: “De repente volvimos a los ochenta, cuando no se podía cuestionar nada al gobierno de Alfonsín porque era ‘desestabilizador’. ¿Necesito recordar cómo terminó esa experiencia?”. Horacio Verbitsky, por su parte, se burló de quienes se atreven a cuestionar las estrategias de la vicepresidenta: “Aleccionar a Cristina Kirchner sobre cómo vencer a Macri es una curiosidad de estos tiempos. La Academia no teme al ridículo”. La percepción sobre quién hace más el ridículo seguramente cambie según el lugar que ocupe cada uno en esta constelación.
Todo esto tiene un contexto conocido. En las últimas dos semanas, como se sabe, el Parlamento argentino aprobó por abrumadora mayoría el acuerdo de la Argentina con el FMI. Ese proceso expuso como nunca antes la fractura entre el presidente Alberto Fernández y su vicepresidenta Cristina Kirchner. El Frente de Todos votó dividido: el sector que quedó en minoría decidió romper la disciplina según la cual los bloques oficialistas respaldan al Gobierno y, en el caso de que hubiera diferencias, aplican el criterio mayoritario. Así las cosas, la Argentina no cayó en default solo porque la oposición votó unida a favor del acuerdo.
Aunque nadie se atreva a decirlo en esos términos, quienes respaldan al Gobierno sostienen que hubo un intento, por parte del sector que conduce la vicepresidenta, de empujar al país al default, y con eso poner en riesgo la continuidad de Alberto Fernández en la Casa Rosada. Al contrario, desde el otro lado, acusan al Gobierno de poner de rodillas al país, y de consumar una alianza con lo peor de la derecha. Unos acusan a los otros de huir para no pagar los costos de gobernar. Los otros responden que sus principios han sido traicionados y no tienen por qué acompañar esa traición. Son acusaciones muy difíciles de saldar, en las que resuenan la manera en que históricamente han resuelto sus diferencias partidos tradicionales de la izquierda.
La ruptura entre los integrantes de la fórmula presidencial se expresa en estos días en todos los frentes. Aparece en anécdotas pequeñas, pero muy reveladoras, como la admisión pública de que Cristina no le responde los mensajes a Alberto –meses después de que Cristina escribiera que Alberto no le atendía las llamadas. Pero también en episodios más serios. Cristina denunció esta semana que fue víctima de un atentado, que el Gobierno no repudió y frente al cual demoró sospechosamente en reaccionar. Por lo bajo, dirigentes que la rodean acusan directamente a un sector del oficialismo de haberlo planificado. El Gobierno, en cambio, sostiene que no está claro que ella, y no el Congreso en general, haya sido el blanco del ataque. Para el cristinismo, esa vacilación es una demostración de complicidad con quienes arrojaron las piedras.
Esa ruptura sacude a todo el universo kirchnerista con una potencia que es difícil de medir desde afuera. El cristinismo –ese sistema por el cual una mente iluminada ordenaba a todas los demás— ya no existe. Se ha transformado en una facción. Pero no hay algo que lo reemplace. En la transición hacia otro sistema, florecen las disputas personales, los insultos y las sospechas entre personas que antes cerraban filas contra supuestos enemigos comunes. Gran parte del Gobierno está consumido por esta dinámica autodestructiva.
Durante dos años, la gestión oficial fue dañada por la difícil convivencia entre sus dos líderes. Ahora, es dañada por su evidente ruptura. Parece un método bastante exótico para gobernar a una sociedad tan golpeada.
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