Cristina Kirchner en su despacho del Senado
El objetivo comenzó a desmoronarse temprano. Es que la idea de Cristina Kirchner, quien venía reclamando poder hablar también como parte de los alegatos de sus abogados defensores, era lograr un impacto político y mediático. Que la Argentina se detuviera mientras ella “demolía” los argumentos de los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola, los mismos que le están pidiendo doce de años de condena por corrupción en la causa Vialidad.
Esa era la palabra. Demoler. Cristina, algunos kirchneristas intensos, los abogados de la familia y ciertos periodistas de entusiasmo fácil, venían repitiendo la palabra demolición para darle potencia a los alegatos. Como si los argumentos por sí solos bastaran para ponerle fin a las preocupaciones judiciales de la Vicepresidenta. El discurso del viernes, transmitido en esa suerte de cadena nacional de TV y vivo digital, sería la frutilla del postre.
“Con la Constitución arriba de la mesa”, tuiteaba La Cámpora, utilizando una respuesta que en la semana había esgrimido Mauricio Macri para desestimar la enternecedora convocatoria al diálogo, la maniobra táctica con la que el kirchnerismo matiza la acusación de odio contra la oposición. El tuit iba ilustrado con la imagen de Cristina, ya instalada en su despacho del Senado, con un ejemplar de la Constitución nacional sobre la mesa y un rosario colgando sobre su pecho. Muy en la versión religiosa que adoptó después del intento de atentado del 1 de septiembre.
Todo estaba pensado para lograr otro viernes de conmoción nacional. Lo había logrado el 2 de diciembre de 2019, cuando hizo aquel discurso de defensa a los gritos y amenazó a los jueces diciéndoles que eran ellos los que debían rendir cuentas porque a ella ya la había “absuelto la historia”. Pero la causa continuó y está visto que la absolución de la historia aún no es suficiente.
Cristina Kirchner en Comodoro Py (Maximiliano Luna)
Tampoco le había ido mal a Cristina con la algarada del sábado 27 de agosto en La Recoleta, cuando habló en un escenario improvisado ante cientos de activistas a los que habían movilizado para generar un acto de respuesta al pedido de condena judicial que los fiscales habían hecho un día antes.
El kirchnerismo había aprovechado políticamente las refriegas con la Policía de la Ciudad, habían acusado de represor a Horacio Rodríguez Larreta y Cristina lograba alinear detrás de su figura a todas las tibiezas actuales del peronismo. “Vayamos a descansar que ha sido un largo día”, los despidió Cristina esa noche. Cinco días después aparecerían Los Copitos y el ataque. El resto es la historia conocida. El disparo que no salió, el feriado nacional, las leyes del odio, la misa militante en Luján, y Dios y la Virgen salvadores.
La táctica del viernes entonces era que la escuchara el mundo. Pero el primer imprevisto surgió temprano. Minutos después de las ocho de la mañana se conoció la noticia de la muerte de Carlitos Balá. El humorista infantil argentino más popular del siglo pasado. Amado y respetado por varias generaciones. Y una parte de la Argentina se conmovió por esa pérdida. No todos, porque el kirchnerismo religioso de las redes sociales salió a ensuciar su memoria y a vincularlo con la última dictadura militar. Gente sin paz.
El primer problema para Cristina fue que la partida de Carlitos le dividió la audiencia. Su discurso ya no fue el gran protagonista de todos los noticieros. Tuvo que compartir el rating y la cantidad de visitantes únicos en los sitios de internet con los memes del Chupetómetro, de Petronilo, del Sumbudrule y el perro Angueto. Hubo señales de TV y de radio que eligieron pasar solo algunos flashes de los argumentos jurídicos de la Vicepresidenta. Difícil ganar la batalla audiovisual con la lectura amañada de los artículos de la Constitución.
De todos modos, esa no fue la única adversidad para Cristina. La más importante fue la falta de peso de sus argumentos. Uno de las curiosidades de esta semana fue que el especialista, su abogado Carlos Beraldi, hizo los alegatos con un discurso más político que jurídico, incluyendo algunas críticas para los fiscales que sorprendieron hasta a quienes lo conocen bien y lo respetan.
Y, en cambio, Cristina intentó sumergirse en los laberintos técnicos de las acusaciones, un territorio mucho más propicio para quienes ejercen el derecho a diario que para alguien que lleva más de tres décadas cerca de la política y lejos de la abogacía. Hasta sus adversarios le reconocen a la Vicepresidenta su capacidad de oratoria y su facilidad para moverse en las aguas turbulentas del conflicto. Pero no. Ella eligió la zona más desconocida.
“Es lo peor que pudo haber hecho; los alegatos son técnicos y muy específicos. Debería haber desarrollado sus hipótesis políticas de siempre y dejarle las complejidades a Beraldi”, explica un jurista al que escuchan peronistas y opositores de distintas vertientes. Tampoco fue bien evaluado su planteo de estar “indefensa”. Cristina se defendió a fines de 2019, cuando le correspondía, y volvió a hacerlo ahora, apelando al hecho de que es abogada y que tiene derecho a defenderse a sí misma en los alegatos.
“El tribunal no se conmueve por esas cosas”, agrega el experto.
Cristina intentó sostener su defensa con cuatro argumentos que llamaron la atención, por su inconsistencia en los tres primeros casos, y por su inquietante lectura política en el último de ellos.
1.- Como ya lo habían hecho sus abogados, Cristina planteó que era inválida la acusación de asociación ilícita porque “un gobierno no puede ser una asociación ilícita”. En ese caso, dijo, sería ilegítimo el nombramiento del fiscal Luciani porque lo refrendó ella. En realidad, quienes están acusados de haber formado una asociación ilícita para supuestos delitos son Cristina, Julio De Vido, José López (los dos fueron funcionarios de los Kirchner durante los 12 años de gestión) y el avispado emprendedor Lázaro Báez, quien armó su constructora 12 días antes de que los Kirchner asumieran. Y la cerró cuando Cristina terminó su mandato. La acusación no alcanza a los cientos de funcionarios restantes.
2.- Cristina dijo también que no debe ser juzgada a través de la Justicia ordinaria, sino a través del mecanismo de juicio político por el Congreso. Pero lo que se investiga son sus presuntos delitos como presidenta, y el juicio político es para destituir a funcionarios en ejercicio. Se lo podrían hacer como Vicepresidenta, pero la causa Vialidad es de cuando era presidenta y corresponde que la investigue la Justicia.
3.- También argumentó que, como las 51 obras incompletas de Lázaro Báez ya las investigó la Justicia de Santa Cruz, no es válido que las investigue la Justicia Federal. Pero ese planteo de “cosa juzgada” ya fue elevado a la Corte Suprema, y el tribunal lo rechazó.
4.- Desde el punto vista político, el dato más interesante del alegato de Cristina fue cuando dijo que, en todo caso, la responsabilidad de sus actos administrativos presupuestarios no es de ella sino de los jefes de gabinete. A saber, tuvo cinco en esa función. De atrás para adelante: Jorge Capitanich, Juan Manuel Abal Medina, pero antes fueron sus subordinados Aníbal Fernández, Sergio Massa y Alberto Fernández. Los tres integrantes del actual Gobierno.
Un pelotazo para Alberto, Massa y Aníbal
¿Podría Cristina terminar achacándoles la culpa por el exponencial enriquecimiento de Lázaro Báez y el posterior lavado de dinero a Alberto, Massa y Aníbal Fernández? La respuesta la ensaya un ministro de la actual gestión. “Mirá si no les va a adjudicar la responsabilidad de lo de Lázaro a Alberto, a Sergio y a Aníbal…; los arroja al pozo ciego en menos de un minuto”. El off the récord no tiene valor probatorio, pero cuánto aporta a la hora de entender algunos dilemas existenciales.
Lejos de la discusión sobre si el discurso de Cristina fue o no un éxito de audiencias, quienes sí lo siguieron atentamente y conectados al sistema de transmisión del juicio, fueron los fiscales Luciani y Mola. Anotaron cada detalle de la exposición, cada crítica contra ellos y ahora evalúan si tiene sentido formular una nueva respuesta a las palabras de la Vicepresidenta. En ese caso, las defensas de todos los acusados podrían duplicar sus alegatos y la definición se extendería varias semanas más.
La primera impresión, según fuentes de trato habitual con los fiscales, es que Luciani y Mola no agregarían ninguna respuesta a los argumentos de Cristina. Creen que los argumentos de la Vicepresidenta fueron inconsistentes y que no necesitan ser rebatidos. “Para ellos, el juicio de Vialidad está Game Over: ahora tiene la última palabra el Tribunal Oral Federal 2″.
Fiscal Diego Luciani
Si no sucede nada extraño en el país de las sorpresas, esa definición no debería demorar más allá de noviembre.
El horizonte inmediato no es el mejor para Cristina. La causa Vialidad aparece muy complicada en todos los aspectos y la inminencia de una condena empieza a ser una hipótesis de trabajo en la mesa de batalla de los comandantes kirchneristas. Para colmo de males, las encuestas siguen registrando números muy negativos en cuanto a su imagen y su intención de voto.
Por eso, la apuesta se concentra ahora en tres frentes: tratar de conseguir los votos en la Cámara de Diputados para el proyecto de suspensión de las PASO en 2023 (los números del Frente de Todos son bastante factibles) y para la iniciativa de ampliación de la Corte Suprema de los actuales cinco miembros a los 15 incluidos en la ley que obtuvo media sanción del Senado.
El intento de interponer un Per Saltum de la causa Vialidad a la Corte Suprema es una posibilidad que el kirchnerismo evalúa, no tanto porque pueda cambiar la composición del máximo tribunal (en este caso, los números en Diputados son más complicados), sino porque esa maniobra eclipsaría la repercusión tremenda ante la opinión pública que tendría una condena judicial para Cristina.
La tercera y última esperanza de Cristina es que Lula pueda obtener una victoria rutilante en primera vuelta el próximo 2 de octubre en Brasil. La última encuesta de Datafolha otorga al ex presidente una ventaja de 13 puntos sobre Jair Bolsonaro (47% a 33%). Pero las últimas experiencias en la Argentina, y en otros países, convencieron a muchos de no fiarse de los sondeos.
El kirchnerismo, en ese caso, intentaría aprovechar el impacto de un triunfo de Lula para jugar la carta de la ola regional. Un plan que incluye la victoria de Gabriel Boric en Chile, la de Gustavo Petro en Colombia y que, en esa lógica, debería finalizar con Cristina como candidata presidencial, instancia que no tendría obstáculos legales porque la confirmación de una eventual condena para la Vicepresidenta tardaría no menos de un año.
Por eso, no es casualidad que este sábado el gobernador Axel Kicillof haya presidido un acto de cierre de la campaña electoral de Lula en Argentina. Fue en la Facultad de Periodismo y Comunicación de La Plata (la que premió a Hugo Chávez y a Rafael Correa). Hubo dirigentes kirchneristas y artistas como la ex funcionaria Teresa Parodi y el grupo platense de samba “Carinhosos da Garrafa”. El que no estuvo, claro, fue Lula.
Axel Kicillof cerró la campaña presidencial de Lula en La Plata: “Vinimos a darle nuestro apoyo para que vuelva a ser presidente”
“Hoy todos sabemos que Lula es inocente, y que fueron mentiras, patrañas televisadas mil horas”, explicó ecléctico el gobernador, mezclando términos popularizados por Carlos Menem y por Andrés Calamaro. Es la misma hipótesis que sostiene el teorema del lawfare en el laboratorio de Cristina.
El drama con el que se tropieza el experimento regional de Cristina es que, en la Argentina, ha ido perdiendo credibilidad el relato de la persecución judicial contra la Vicepresidenta. La sucesión de mentiras en todos estos años ha logrado erosionar cada discurso kirchnerista. La inflación, las vacunas, la seguridad. La sociedad ya no les cree nada. Ese es el problema. Ni siquiera les creen cuando se equivocan e intentan decir la verdad.
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