Por The Economist
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, en un colegio electoral durante las elecciones presidenciales, en Río de Janeiro, Brasil, este domingo 2 de octubre (Reuters)
Para Luiz Inácio Lula da Silva, ex presidente de izquierdas de Brasil, fue una victoria que olía a derrota. Sus partidarios se habían atrevido a esperar que Lula, como se le conoce, pudiera obtener una mayoría absoluta en las elecciones presidenciales del 2 de octubre. En cambio, el resultado fue mucho más ajustado de lo que preveían la mayoría de los sondeos de opinión. Con casi todas las papeletas escrutadas, Lula obtuvo el 48% de los votos, mientras que Jair Bolsonaro, el populista de extrema derecha, consiguió el 43%. Ambos se enfrentarán en una segunda vuelta el 30 de octubre.
Bolsonaro llegará a esa contienda con cierto “momentum”. Muchos de sus aliados más cercanos fueron elegidos para el Congreso. Superó a Lula en San Pablo, el estado más poblado. Bolsonaro se benefició claramente de un voto oculto. La mejor esperanza de Lula es conseguir el apoyo de Simone Tebet, una centrista que obtuvo el 4,2%, y los votos de otros candidatos menores.
La polarizada campaña giró en gran medida en torno a qué candidato disgustaba menos a los brasileños. Muchos culpan a Bolsonaro por el mal manejo de la pandemia, por sus burdos ataques a los opositores y por un historial económico generalmente mediocre durante su mandato. Muchos otros culpan a Lula y a su Partido de los Trabajadores (PT) por la anterior depresión económica, de 2014 a 2016, y por un enorme escándalo de corrupción conocido como Lava Jato. Lula pasó 18 meses en la cárcel por condenas por recibir sobornos, aunque luego fueron anuladas. En un momento dado, el 38% de los brasileños dijeron que no querían ni a Bolsonaro ni a Lula como presidentes. Pero ningún otro candidato logró desafiarlos.
La reciente mejora de la economía puede haber ayudado a Bolsonaro. La inflación, que alcanzó un máximo del 12%, ha empezado a bajar. Su gobierno gastó miles de millones este año en transferencias de efectivo y subsidios a los brasileños más pobres. Pero muchos de los votantes más pobres guardan un buen recuerdo de la época de Lula, entre 2003 y 2010, cuando su gobierno canalizó los frutos del boom de las materias primas hacia programas sociales. En la mañana de las elecciones en São Bernardo do Campo, una ciudad industrial cerca de San Pablo donde Lula empezó como líder sindical, Lourdes Nunes, una conserje, dijo que una victoria del ex presidente le permitiría “volver a soñar”. Sus padres se incorporaron a la clase media trabajando en la planta de Volkswagen cuando Lula dirigía el sindicato de metalúrgicos. Su propio salario aumentó cuando Lula era presidente.
Cerca de allí, un grupo de partidarios de Bolsonaro se hacía eco de las afirmaciones del presidente de que Lula “cerraría las iglesias” e “implantaría el comunismo” si era elegido. “Lula no tiene ninguna posibilidad”, dijo Cleiton Moseli, que estaba tan seguro de que Bolsonaro ganaría en la primera ronda que hizo una apuesta con un partidario de Lula: tres cajas de cerveza. En caso de que Lula ganara, dijo, sería una prueba de “manipulación” y protestaría. Su amigo, José Tadeu, dijo que pediría la intervención del ejército para evitar que Lula asumiera el cargo. Pablo Ortellado, de la Universidad de San Pablo, que monitorea en línea a los grupos pro-Bolsonaro, cree que “el suspenso continuará” hasta después de la segunda vuelta. Entonces, si Lula gana, podría haber “tumultos”.
La segunda vuelta pondrá a prueba las instituciones brasileñas, especialmente si Lula acaba ganando por un estrecho margen y Bolsonaro se niega a aceptar el resultado. El presidente lleva más de un año sembrando dudas sobre el sistema de votación electrónica de Brasil, insinuando que todo lo que no sea su propia victoria es una señal de “fraude”. En lugar de aceptar que su buen resultado demuestra que esas críticas están fuera de lugar, es probable que su gente afirme que realmente ganó. La campaña fue polarizada y a veces violenta. Tres partidarios de Lula fueron asesinados por partidarios de Bolsonaro. En una reciente encuesta encargada por el Foro Brasileño de Seguridad Pública, casi el 70% de los brasileños dijo que temía ser atacado físicamente por sus opiniones políticas. “Todo está tenso”, dice Esther Solano, de la Universidad Federal de San Pablo. “Sólo hace falta una chispa”.
Pero la votación transcurrió sin problemas, sin denuncias de violencia ni problemas graves con las máquinas de votación (unas 3.000 funcionaron mal y tuvieron que ser sustituidas, el 0,6% del total, lo que es normal en unas elecciones de este tamaño). Muchos brasileños rezarán para que ocurra lo mismo el 30 de octubre.
Si Lula gana, podría tener problemas para gobernar. “No estamos hablando de un congreso más clientelar”, dice Guilherme Casarões, de la Fundação Getulio Vargas, una universidad. “Estamos hablando de un congreso más bolsonarista”. Eso tendrá implicaciones a largo plazo. Incluso si el señor Bolsonaro pierde la presidencia, el bolsonarismo parece una fuerza que está en Brasil para quedarse.
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