06 ENE | 09:53

Maquillan a mujeres con cáncer y les devuelven la autoestima

“Es muy duro cuando te mirás al espejo y no te reconocés”. El cáncer atravesó la vida de las dos maquilladoras: una perdió a su mamá, la otra tuvo pequeños tumores en el corazón. Por Gisele Sousa Dias
Ahora van gratuitamente al hospital de oncología a ayudar a las pacientes en tratamiento a "reconciliarse con el espejo"
 
 
 
Florencia Chacra Peralta Ramos tiene 37 años y es maquilladora profesional. Se formó en Londres y en Nueva York, da clases en Europa y suele maquillar modelos para salir a las pasarelas y ser fotografiadas en revistas. Pero hoy es miércoles y ahora Flor, como le gusta que la llamen, sonríe en un pasillo de un hospital público de Caballito. Acá no hay modelos ni espacio para la frivolidad: en este hospital sólo se atienden personas con cáncer.
 
 
Viene, como todos los miércoles, a maquillar a las pacientes gratuitamente para "ayudarlas a reconciliarse con el espejo", dice. Y hay algo en su biografía que explica el germen: "Mi mamá murió de cáncer cuando yo tenía 23 años. Siempre había sido súper coqueta, yo era chiquita y me encantaba verla maquillarse.
 
 
Cuando se enfermó, padeció mucho su cambio físico: las ojeras, la hinchazón por los corticoides, la pérdida de peso, la caída del pelo. Recuerdo ese rechazo: decía 'no me puedo mirar al espejo', 'no me saquen fotos', 'esta no soy yo'".
 
 
A su lado, Claudia Eboli -55 años, maquilladora terapéutica- le acaricia la pierna y se nota que entiende de lo que habla. Hace 15 años le diagnosticaron una enfermedad cardiológica cuando ya estaba en una etapa complicada. Tenía masas celulares anómalas (pequeños tumores) en un ventrículo que le ocasionaban paros cardíacos reiterados.
 
 
En este pasillo del hospital oncológico Marie Curie, donde las maquilladoras hablan con Infobae, la convivencia entre la vida y la muerte se palpa. De un lado, en una habitación con vista a los jardines del Parque Centenario, hay una mujer con diagnóstico de linfoma folicular que hoy se va de alta. Está feliz: vive en San Clemente y podrá volver a la playa. Del otro lado del pasillo, una familia se abraza en silencio. Alguien querido acaba de morir.
 
 
"La enfermedad me había provocado un deterioro tremendo -sigue Claudia Eboli-. Estaba demacrada, pálida, me desmayaba por la calle y, cuando me levantaba, era una bolsa de golpes. Empecé a estar tanto en cama que el pelo se me caía de a mechones. Yo sentía lo mismo que las pacientes oncológicas: cuando te miran parece que te están contando los días".
 
 
La operaron dos veces con irradiación directa al corazón. Claudia creyó que no iba a sobrevivir a la segunda. Cuando abrió los ojos -cuenta, como quien cuenta una revelación- un pensamiento se impuso:
 
 
"Si estoy viva, lo que me pasó tiene que servir para algo". Hacía más de 20 años que trabajaba en la hemeroteca de la Legislatura porteña cuando empezó a estudiar "maquillaje terapéutico" (es en el mismo Instituto de Capacitación de la Legislatura en el que ahora da un curso llamado "Maquillar lo real").
 
 
El tipo de maquillaje que enseñan no sólo sirve a las pacientes con cáncer. También para personas con trastornos psiquiátricos (psicosis, esquizofrenia), para chicos con autismo (es más artístico y los ayuda a procesar estímulos externos), y para mujeres que sufrieron violencia. En este último caso, "durante ese mimo pueden aflojarse y hablar. Después, frente al espejo, verse mejor las ayuda a reconstruir su autoestima".
 
 
Claudia tenía 45 años cuando conoció a Cristina Rosales, jefa de la división Medicina de este hospital, y le propuso venir a maquillar a las pacientes. A Rosales, que se ocupa de la parte científica, le podría haber parecido una "pavada", pero no fue eso lo que pasó.
 
 
"Es muy duro cuando te mirás al espejo y no te reconocés. Es duro ver que la que está en el espejo sos vos pero enferma", dice la médica a Infobae. "El maquillaje es un mimo que les ayuda a recuperar su imagen".
 
 
Después, mientras las chicas preparan sus maletines para entrar a las habitaciones, cuenta la historia de una paciente muy joven: "Ella estaba en una sesión de quimioterapia. Vino su marido y dijo: 'Hoy es nuestro aniversario, vamos a ir a cenar'. Las chicas la maquillaron y la vi salir hermosa, feliz. Imaginate lo que significan para estas familias esos pequeños momentos de alegría".
 
 
En su habitación, Rosa Costa (59), no puede hablar. Un tumor cerebral le provocó afasia y hemiplejia y está internada en silencio desde hace una semana. Es Roxana, su hija, quien da la autorización. Claudia la maquilla con cariño, sabe cómo tapar el hematoma que le quedó en el pómulo después del desmayo que terminó en esta internación.
 
 
La media sonrisa de Rosa -un rato después, cuando le acercan un espejo- hace emocionar al fotógrafo de Infobae. Ahora, cuenta su hija, va a llamar a sus nietos para que puedan verse a través de la cámara.
 
 
En otra sala, Flor hace lo suyo con Mirna Godoy, 42 años, que hace 2 años y medio lucha contra un cáncer de mama. Le quita con cuidado el oxígeno de la nariz, empieza con la base. Mirna dice que le costó mucho aceptar lo que le estaba pasando: que suele verse demasiado flaca, demasiado deteriorada.
 
 
Cuando le alcanzan el espejo redondo no le alcanzan las palabras: "Soy otra", dice, y agradece.
En la cama de enfrente, Alberto Schuster, alumno del curso de maquillaje terapéutico y estilista, maquilla a Nancy Naim, 72 años. Se nota que no es la primera vez que lo hace: cuando termina, conversan agarrados de las manos, ella lo besa como quien besa a un hijo.
 
 
Nancy está internada después de varias sesiones de quimioterapia con las que combate un cáncer de colon. "No es coquetería. Esto te da ánimo, te da vida: esa vida que necesitás hoy porque estar en una cama sabiendo contra qué luchas te deprime un poco", dice.
 
 
Sol Villelma es la única que hoy no está en cama. Conoció a las maquilladoras en 2017, mientras luchaba contra un linfoma de Hodgkin. "Yo tenía 25 años, dos hijos chiquitos, el pelo por la cintura. Estuve meses internada acá", recuerda Sol. "Cada vez que ellas venían, me maquillaban y me iban contando por lo que habían pasado. En todo ese rato, mi mente se iba, volaba: me olvidaba de la quimio, de los rayos, del cáncer, del miedo que tenía a morirme".
 
 
No era un estado fácil de alcanzar: "Estaba pelada, hinchada por los corticoides, muy tirada. Y de repente me hacían sentir feliz. Me daba igual estar pelada porque es otra belleza la que ves. No ves pintura, ves resaltar el brillo de tus ojos". Sol ya tiene el alta pero es miércoles, vino a un control ambulatorio, y ahora su rostro está envuelto en las manos de Claudia.
 
 
María Inés Cortez, psicóloga del hospital hace 40 años, las mira: "Yo me saco el sombrero. A veces maquillan pacientes que están muy muy graves", explica. "No es que las dejan lindas para que reciban visitas, es para que puedan reencontrarse con ellas mismas. Un médico puede decirte 'el tratamiento va bien' pero si vos te mirás al espejo y no te reconocés es muy difícil. Yo veo cómo se les ilumina la cara cuando se miran al espejo y dicen, 'volví a ser yo', y también las de los familiares, que sufren mucho cuando ven el deterioro de un ser querido".
 
 
No importa si las pacientes van a irse de alta, si van a quedarse internadas o si están en la etapa final del cáncer. Lo sabe Claudia, que elige cerrar con una historia que nunca olvidó: "Una señora que estaba gravísima me dijo: 'Dejame hermosa, que vino mi hijo de Salta a visitarme'. Cuando estaba por la mitad del maquillaje, la mujer falleció. Me quedé sin saber qué hacer, si salir a avisar o seguir -cuenta-. "Hasta que dije: 'Bueno, ¿qué me pidió ella? Que la dejara hermosa'. Eso hice. Cuando terminé, avisé. Cuando el hijo entró a despedirse, su mamá parecía dormida".
 
infobae.com

 

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