Statue of the sea god in Florence, Italy
“Cuando era chico, creía que Dios era un hombre viejo y poderoso que vivía en el cielo; una versión más potente de mi padre, pero con poderes mágicos. … Cuando hablaba, su voz tronaba en los cielos, especialmente cuando se enojaba. Y se enojaba seguido. Pero también era amoroso, piadoso y amable.” Buscando la complicidad del lector, así comienza Dios. Una historia humana (editado por Taurus en 2019). Su autor sabe lo que hace: además de teólogo e historiador de las religiones, Reza Aslan es un destacado profesor de escritura creativa en la Universidad de California.
Reza Aslan (Teherán, 1972), se convirtió en una celebridad internacional con la publicación de El Zelote. La vida y época de Jesús de Nazareth, un best-seller instantáneo que lo catapultó a la televisión y lo alentó a lanzar un podcast con audiencia mundial. Sus padres llegaron a Estados Unidos huyendo de la revolución iraní. De niño fue musulmán, de adolescente, evangélico; luego exploró el sufismo.
En Dios. Una historia humana, Aslan no está interesado en probar la existencia (o no) de Dios. Prefiere dejar en cada uno de nosotros la libertad de elegir creer que existe algo más allá del mundo material, algo que es real y que puede ser conocido. Pero nos advierte que, cualquiera sea esa creencia, para construirse y difundirse necesita de un lenguaje: la religión. “La religión es…un lenguaje hecho de símbolos y metáforas que permiten a los creyentes comunicar, entre ellos y con ellos mismos, la inefable experiencia de la fe”.
Cada religión desarrolla su propia red simbólica; pero si se estudia la historia de las religiones (y Aslan lo ha hecho con profundidad y erudición), se puede trazar la prevalencia de una gran metáfora: la de Dios humanizado.
Esta representación, dice Aslan, está embebida en nuestra conciencia desde que la idea de Dios se nos ocurrió por primera vez. La creencia en dioses humanizados guió a los cazadores-recolectores y luego a los primeros agricultores. Los mesopotámicos, los egipcios, los griegos, los persas representaron a sus dioses como superhombres. Hasta los judíos y los musulmanes, que piensan en un Dios incorpóreo e infalible, hablan de Dios en términos humanos, estableciendo con Él un diálogo que podría tenerse con una persona, y atribuyéndole emociones, buenas y malas, que conocemos bien.
Mediante una operación simbólica que el autor supone universal, convertimos nuestros deseos en deseos de Dios. “Esto, más que ninguna otra fuerza en la historia de la humanidad, explica por qué la religión ha sido fuente de amor sin límite y mal inenarrable; la misma fe en el mismo Dios inspira amor y compasión en un creyente, y odio y violencia en otro”.
Reza Aslan. El autor de "Dios". (Spellman/Getty Images)
Aslan pretende no sólo escribir una historia de la religión: quiere también señalarnos que, no importa cuáles sean o no nuestras creencias, somos nosotros los que hemos construido a Dios a nuestra imagen, y no al revés.
La historia comienza temprano y es tan extendida que la fe religiosa debe ser considerada una parte elemental de la experiencia humana. Aslan habla de un Homo religiosus constituido en el momento en que empezamos a pensar al alma como algo separado del cuerpo.
Aslan cita las conclusiones de la muy actual Teoría de la Mente para explicar el proceso mediante el cual adscribimos pensamiento y emoción a lo que resembla la forma humana. El ejemplo más sencillo es la interacción de los niños con los juguetes: aunque pueden distinguir lo vivo de lo que no lo está, les atribuyen agencia a los objetos.
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El razonamiento sería: “Si el objeto se me parece, pienso que es como yo; y si yo tengo un alma separada del cuerpo, y tengo propósito, los objetos también lo tienen”. Si un árbol tiene un tronco con un dibujo similar a una cara, está animado. Así nacieron los primeros tótems, y con ellos el primer lenguaje simbólico específico, la primera religión.
La creencia en la existencia de un alma derivó en el concepto de una presencia activa y divina detrás de toda creación; esa presencia divina fue adquiriendo nombres, historias y mitos de origen, emociones, personalidad y propósito.
Las ciencias sociales coinciden en que, en términos evolutivos, la religión habría facilitado a los primeros humanos algunas herramientas para lidiar con un mundo impredecible; Emile Durkheim, el padre de la sociología, pensaba que la dimensión ritual de la religión es lo que permitió a las comunidades formar una primitiva conciencia colectiva. Aslan pone en cuestión estas ideas canónicas, invirtiendo la ecuación: la religión surgió por accidente (sin propósito), y sostenerla significó un gran costo que podría haber sido empleado en la supervivencia.
En la segunda parte del libro, Aslan relata la historia de la humanidad en términos religiosos. Adán y Eva y el arca de Noé, dos mitos que se repiten en varias religiones; la polémica teoría que sostiene que los humanos se volcaron a la agricultura para permanecer cerca de los templos; los dioses egipcios, representados a semejanza humana con el mínimo elemento contraintuitivo que los volverá memorables (por ejemplo, la cabeza de chacal del dios Anubis); la función de los Ziggurats, y la enorme familia disfuncional de dioses griegos, envuelta en un drama cósmico sin fin, son protagonistas de un relato trepidante que evoluciona hacia una nueva forma de experiencia religiosa: el monoteísmo.
Aslan define al monoteísmo como la adoración de un solo Dios y la negación de todos los otros. Y describe con precisión el lento camino por el cual el dios de Abraham, El, y el dios de Moisés, Yaveh, se convirtieron en deidad única. Una idea que sería puesta en cuestión por el cristianismo y su idea de que Dios es uno, y es eterno, y existe en tres formatos: creer para comprender, la esencia misma del Misterio.
Reza Aslan nos advierte sobre la violencia surgida de la negación de la existencia de todo dios que no sea el propio; para conjurarla, propone una mirada panteísta sobre el asunto: en su versión más simple, Dios y el universo son uno y el mismo, nacido del impulso cognitivo de pensar a Dios como un reflejo divino de nosotros mismos. Rezamos en comunión con todo lo que existe porque el universo es Dios, rezamos para y porque somos parte de ese universo, somos parte de Dios. Porque somos Dios.
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