...cualquier otro momento de su carrera.
El ministro de Economía, Sergio Massa, sale del edificio del Fondo Monetario Internacional (FMI) en Washington, Estados Unidos
Tal vez ellos no se den cuenta, pero hay un nuevo patrón que distingue a varios de los principales dirigentes políticos argentinos: la manifiesta preocupación por el efecto de sus decisiones en la vida de sus hijos. En las últimas semanas, el presidente Alberto Fernández le ha contado a varios interlocutores que su hijo lo llamó para describirle un sueño aterrador: la pesadilla consistía en que él -Fernández- se presentara a la reelección. En el entorno de Mauricio Macri, muchas personas atribuyen a la resistencia de Antonia, su pequeña hija, las dudas que tiene el ex presidente respecto de su candidatura presidencial. Como se sabe, el recorrido de Cristina Kirchner ha sido también muy influenciado, al menos durante los últimos años, por las circunstancias de su hija Florencia. A la lista se ha sumado, en los últimos tiempos, Sergio Massa. Al parecer, su hijo Tomás juega un rol clave para que no sea candidato a presidente.
Nadie sabe si esto es verdad o, apenas, una construcción. Parece bastante razonable que un hijo se resista a que su padre sea presidente. Es, realmente, un plomazo. Por lo demás, es más elegante retirarse a tiempo con una excusa de apariencia noble y generosa, que reconocer, que a alguien no le dio el cuero, o que la verdadera razón de la arrugada era una derrota previsible. En cualquier caso, hay una diferencia entre los cuatro personajes. Macri, Cristina y Fernández ya fueron presidentes: lograron lo máximo a lo que puede aspirar un político. Massa, no. Por eso, tal vez, en su entorno nadie cree que no esté mirando hacia la Casa Rosada. “Él lo va a negar, incluso va a sobreactuar ese rechazo -confió en estos días uno de sus hombres-, pero todos estamos trabajando para que sea Presidente”.
Falta mucho para eso y las condiciones no son las óptimas. El Gobierno al que pertenece Massa genera un alto y sostenido nivel de rechazo en la sociedad. El mismo Massa debe lidiar desde hace muchos años con una imagen personal donde los rechazos, como mínimo, duplican a las adhesiones. Sin embargo, en los últimos meses, la carrera de Massa dio un vuelco: de a poco, imperceptiblemente, se va transformando en la única alternativa que tiene el peronismo para disputar la próxima elección, un lugar que hubiera soñado durante cualquier otro momento de su carrera.
Durante la última década Massa fue el candidato opositor que aplastó a Cristina Kirchner en 2013, el candidato presidencial que arrancó como favorito y terminó tercero en 2015, luego el referente de una fuerza menguante en 2017 y, finalmente, uno de los tres líderes del Frente de Todos, pero el que se sumó más tarde y tenía menos poder. Cristina había sido dos veces presidenta y era la dirigente más popular y más influyente en la dirigencia. Alberto sería presidente. Y Sergio, la tercera pata.
Esa situación cambió sorpresivamente en agosto. El Gobierno había quedado al borde del precipicio luego de una devastadora e insólita pelea entre el Presidente y la Vice, que terminó con un exitoso putsch de la segunda contra el ministro de Economía, Martín Guzmán. La crisis política había generado una corrida contra el peso. A tono con esa situación los precios habían enloquecido. Las perspectivas de hiperinflación, con la consecuente caída del Gobierno, eran muy realistas. Alberto y Cristina, increíblemente, no se dirigían la palabra, e incluso se agredían en público.
En ese contexto, lo buscaron a Massa. Es difícil saber cuáles fueron los términos del acuerdo que lo catapultó. Seguramente él habrá dicho algo así como: “Si no me van a dejar trabajar, renunció en medio segundo y el gobierno cae”. Así las cosas, para que Massa asumiera Alberto y Cristina debieron entregar algo. El primero, una porción significativa de lo que le quedaba de poder, y de liderazgo presidencial. La segunda, todas sus banderas: ya no despotricaría contra el Fondo Monetario, el ajuste fiscal, el aumento de tarifas, los Estados Unidos, la suba de tasas de interés o las relaciones íntimas con el empresariado local. La virulenta disputa entre ambos loa había dejado groguis. Era el tiempo de Massa.
Cinco meses después, la Argentina no es un paraíso ni nada que se le parezca, pero ya nadie cree que la economía caiga en una hiperinflación. Tampoco es serio pensar que el Gobierno pueda caer en pocas semanas. Lo que era entonces una tragedia preanunciada, hoy es más bien una pregunta. Quien fue capaz de bajar la inflación del pico de 7,5 al 5, ¿será capaz de llevarla aún más abajo?
Hace pocas horas, Martín Guzmán explicó los muy módicos resultados de su sucesor: tiene el poder político que yo no tenía, dijo el ex ministro. Massa describió su lógica con sus propios términos. “Orden fiscal, disciplina, trabajo en equipo, ponerse objetivos y no cambiarlos y una mirada responsable de toda la dirigencia: política, empresaria y sindical”. La guerrita entre los Fernández impidió que hubiera todo eso.
En el centro de todo eso, aparece el factor destacado por Guzmán. Sin autoridad política nada de lo otro era posible. La reconstrucción de cierto orden frenó la escalada inflacionaria. Ese dato es bastante elocuente para entender que la inflación no hubiera llegado donde llegó sin el caos generado por la relación entre los Fernández.
En el medio de todo esto, hay un detalle interesante. Tal vez uno de los elementos más novedosos de la gestión de Massa sea un intento consistente de estructurar una alianza entre el peronismo y el empresariado. Esos dos polos fueron sometidos a una intensa tensión a medida que avanzó el kirchnerismo, hasta estallar por el aire durante el segundo mandato de CFK. Hasta la salida de Guzmán, fue uno de los motivos del conflicto con Fernández: ella cuestionaba en público que Fernández se reuniera con empresarios, acusaba a sus ministros de connivencia con Techint, por ejemplo, o impulsaba expropiaciones.
Todo eso parece haberse terminado. Massa es generoso con las cerealeras para conseguir dólares, perdona las deudas de las eléctricas, intercambia elogios con Paolo Rocca. Hace todo eso con desenfado. Por mucho menos, a Guzmán lo hubieran crucificado. La escalada de bonos y acciones argentinas parece tener que ver con eso. Si de un lado hay un peronismo amistoso con el empresariado, y del otro Juntos por el Cambio, la Argentina parece encaminarse hacia una relación cordial con el capital. Claro, Massa es Massa: al mismo tiempo manda a los camioneros a vigilar a los supermercados.
¿Tiene alguna chance de ser presidente? A primera vista, muy pocas. Tendrían que alinearse los planetas. Esto es que ese cinco por ciento de inflación que hubo en estos dos meses caiga por debajo del cuatro para marzo o abril, y luego aún más durante la campaña electoral. Es muy difícil: cada décima constará sangre. Pero si lo llega a conseguir -pedazo de condicional- Massa podría argumentar que la inflación inició un camino de verdad descendente y que él sería la garantía para que ese proceso continúe. Podría, en todo caso, proponer que en una elección se juzgara el año y medio de su gestión y no los cuatro del Gobierno al que pertenece. Podría advertir que, del otro lado, preparan un plan de shock contra el salario real.
Pero eso no alcanzará. Debería lograr también que el peronismo se rinda ante él sin demasiada resistencia. Algo de eso empieza a suceder. Hace unos días, en una reunión privada, le preguntaron a un dirigente camporista si apoyaría a Massa. “¿Hay otra cosa?”, preguntó. Y aun así, si consigue todo lo anterior, tendría que saldar cuentas históricas con la sociedad. Las encuestas cualitativas reflejan que, desde hace años, una enorme mayoría social lo percibe como un personaje poco confiable.
Claro: la democracia es una sistema de opciones.
Y del otro lado no están Lionel Messi y Scaloni, como bien puede verse. Más bien lo que se ve es a un grupo de gente que propone subir los precios para bajar la inflación, bajar los impuestos para subir la recaudación, redistribuir a favor de los ricos para bajar la pobreza, dejar salir los dólares para recuperar las reservas, despedir gente para bajar la desocupación. Para ser Presidente hay que tener un poco de suerte. Tal vez los economistas de Juntos por el Cambio le acerquen la que le falta a Massa. Entre un candidato aceitoso y personas que proponen cosas tan raras, quién sabe lo que la sociedad elegirá.
Pero por fuera de todo eso, falta lo más difícil: convencerlo a Tomás.
En octubre, Sergio y Tomás dieron una sola entrevista conjunta. Allí el padre confió en que podría bajar la inflación.
-Si no lo creyera, me quedaría en mi casa -dijo.
-Podrías…-intervino el hijo.
-¿No te gusta que sea político? -le preguntó el conductor.
-Tiene sus cosas buenas, sus cosas divertidísima y sus cosas que son una paja.
-Pero desde que sos chico él está en la política.
-Desde que nací él está en la política. Y esperemos que dentro de poco se termine.
¿Quién podría contrariar el deseo de un hijo? Si no hay nada más lindo que la familia unida.
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