Alberto Fernández recibirá al venezolano Nicolás Maduro y al cubano Miguel Díaz Canel en el marco de la cumbre de la CELAC
El tiempo es el peor enemigo de los proyectos políticos. De los ciclos exitosos, porque empieza a mostrar sus flancos débiles. Y de los fracasos, mucho más, porque expone con crueldad su decadencia. Eso es lo que sucede con la cumbre de presidentes regionales que organiza el gobierno de la Argentina esta semana.
La invitación del deshilachado Alberto Fernández, en su espantoso cuarto año de gobierno, a sus colegas del poder latinoamericano exhibe a un conjunto de presidentes agobiados por crisis económicas y sociales similares donde sobresalen tres de ellos: el venezolano Nicolás Maduro; el nicaragüense Daniel Ortega y el cubano Miguel Díaz-Canel. Además de mantener a sus países en condiciones de pobreza extremas, sus regímenes los han hecho descender por el subsuelo del autoritarismo.
Cuba ya lo era desde hacía mucho tiempo con Fidel Castro. Pero el chavismo y el orteguismo derrumbaron a Venezuela y a Nicaragüa hasta convertirlos también en dictaduras. Fraudes electorales, parlamentos títeres y constituciones cambiadas. Dirigentes opositores y disidentes muertos o exiliados. Y la fórmula del populismo de izquierda que se repite en la cintura cósmica del sur: gobernantes ricos con sociedades pobres.
El karma de Alberto Fernández como presidente ha sido siempre el querer parecerse de alguna manera a Néstor Kirchner, de quien fue Jefe de Gabinete. A veces para agradar a Cristina, y a veces para desafiarla e irritarla. Hasta ahora, han sido todos experimentos fallidos. Pero quiere intentarlo de nuevo con la cumbre de la CELAC, que es como llaman a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. Y allá va una vez más.
Con espíritu cándido, intenta trazar una parábola histórica entre esta reunión de la CELAC con aquella Cumbre de las Américas que Néstor Kirchner protagonizó el 4 y 5 de noviembre de 2005 en Mar del Plata. En esos días, junto al venezolano Hugo Chávez y al brasileño Lula Da Silva, unieron fuerzas para tumbar el ALCA, una iniciativa de libre comercio liderada por EE.UU. y su entonces presidente: George W. Bush.
Kirchner, Lula y Chávez desarrollaron en esos días una estrategia política y diplomática para congelar el proyecto de EEUU, al que apoyaban Canadá, Colombia (presidida por Alvaro Uribe) y México, gobernado por el empresario Vicente Fox. Le sumaron el voto negativo venezolano a los cuatro del Mercosur y frenaron la iniciativa, que solo podía avanzar si tenía el consenso absoluto.
Eran circunstancias muy diferentes de las actuales. Argentina, Brasil y Venezuela empezaban a mostrar las primeras señales de recuperación económica posteriores al colapso de comienzos de siglo. Kirchner se vanagloriaba del superávit fiscal y comercial, y la inflación era menor a dos dígitos. La inflación de Chávez no llegaba al 15%, y el petróleo lograba que la pobreza no pasara del 38%. Los síntomas de despotismo que destruyeron esos parámetros económicos aún pasaban desapercibidos.
Además de juntar los votos contra el ALCA de Bush, Kirchner y Chávez armaron una cumbre paralela a la que denominaron Cumbre de los Pueblos, y secretamente llamaban “Stop Bush”. Como la Cuba de Fidel Castro estaba impedida de participar en el encuentro de las Américas, el presidente argentino comisionó a Luis D’Elía para que ejerciera de nexo con el líder cubano. Fidel no estuvo en Mar del Plata pero fue parte del plan para derrotar al “imperialismo yanki”. Hombres grandes, los jefes de estado latinoamericanos creían que estaban bajando de la Sierra Maestra.
Armaron un “Tren del Alba”, que viajó de Buenos Aires a Mar del Plata con dirigentes peronistas, piqueteros y celebridades de la izquierda criolla. Allí iban a marcha lenta (el tren bala de Néstor se quedó en proyecto) el cantante cubano Silvio Rodríguez, el uruguayo Daniel Viglietti y el cineasta serbio Emir Kusturica. Pero las estrellas eran el entonces candidato a presidente de Bolivia, Evo Morales, y el argentino Diego Maradona. Hubo guitarreadas, bebidas varias y cantitos tribuneros contra Bush. Evo y Diego flanquearon a Hugo Chávez cuando el venezolano pronunció su arenga en el estadio mundialista. Todo era jolgorio adolescente.
Maradona le dio el pie al venezolano. “Los argentinos tenemos dignidad; echemos a Bush”, gritó para darle enseguida el micrófono a Chávez. Parado en el escenario, la frase retumbó en todo el estadio mundialista. Y también en Washington, claro.
“ALCA, ALCA, ALCA, al carajo”, cerró Chávez en medio del griterío. Por si hiciera falta, repitió la consigna y terminó con una pregunta a la multitud. “¿Quién enterró el ALCA? Los pueblos de América Latina”. Horas más tarde, los cinco votos contrarios al ALCA consumaron la formalidad y el ALCA quedó en la nada.
Sin estadio y sin multitudes. Sin tren, sin guitarreada y sin Maradona, Alberto Fernández intenta recuperar algo de oxígeno para su gestión en agonía con esta cumbre en tiempos de derrumbe económico. Tiene el alivio de la compañía de Lula, quien llega este domingo y con quien se encontrará el lunes.
El presidente brasileño recién comienza su tercer mandato y cuenta como activo político el desastre institucional que intentaron activistas del ex presidente Jair Bolsonaro. Tomaron durante algunas horas el Palacio del Planalto, el Parlamento y el edificio de la Corte Suprema. El ministro de Justicia saliente está preso por connivencia y hay pedidos legislativos para que Bolsonaro sea extraditado por EE.UU. y aclare en Brasil que responsabilidad le cabe en el golpe institucional que armaron sus seguidores. Por izquierda y por derecha, los populismos solo le traen desgracias y retrocesos a las democracias de la región.
Claro que la verdadera prueba del ácido para Alberto Fernández será mostrarse en sociedad pública y política con Maduro, Ortega y Díaz Canel. No conservaron ninguna de las ventajas económicas y sociales que tuvieron sus antecesores, y consolidaron e incluso perfeccionaron sus peores características.
Venezuela tiene hoy la tercera inflación anual más alta del planeta (fue del 156% en 2022), y la pobreza supera el 100%. En un proceso de represión creciente, Cuba hizo detener el año pasado a más de 2.700 personas, acusadas de hacer alguna manifestación en contra de la dictadura. Y el matrimonio de Daniel y Rosario Murillo en Nicaragua ostenta el insuperable récord de haber encarcelado a los siete adversarios más competitivos en las últimas elecciones. A falta de contrincantes, se quedaron con otra reelección. Y ya llevan 21 años en el poder.
Las dos décadas que pasaron entre aquella Cumbre de las Américas y este encuentro de la CELAC marcan dos certezas básicas. Los países que gobernaron Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Fidel Castro siguen barranca abajo en términos económicos y sociales. El deterioro de las variables es una constante en la mayoría de los países latinoamericanos.
Pero hay otro aspecto que resulta evidente también en la comparación. Es la diferencia de volumen político entre aquellos líderes, y los ineficaces gobernantes de hoy. Al lado de Kirchner, Chávez y Castro, es notoria la distancia que existe con Alberto Fernández, Nicolás Maduro y Miguel Díaz-Canel. Son los Auténticos Decadentes del populismo de la izquierda regional.
En el caso de la Argentina, además de la situación de debilidad creciente de Fernández, la decadencia encuentra a Cristina Kirchner en una curva descendente de fortaleza política y muy complicada con la condena a seis años de prisión por fraude al Estado en la causa Vialidad, un episodio de corrupción que demuestra una ventaja para nuestro país: el funcionamiento de la Justicia conserva algunos signos de vitalidad que Cuba y Venezuela han dejado de tener hace muchísimo tiempo.
La fragilidad judicial de Cristina desencadena, además, síntomas en los dirigentes kirchneristas que a veces causan asombro. Es el caso del embajador en Santiago de Chile, el abogado, escritor y ex canciller Rafael Bielsa. Esta semana fue citado por la cancillería chilena para un llamado de atención a raíz de las quejas que el diplomático argentino profirió en un encuentro con legisladores chilenos. El motivo inicial fue la suspensión de un proyecto minero entre los dos países, pero Bielsa fue más allá.
El embajador les reprochó a los legisladores el trato que los políticos chilenos y la prensa de ese país suelen darle al tema Malvinas (usan la palabra Falklands para referirse y no le agregan al lado Malvinas, como corresponde). Y también se quejó por el destrato hacia Cristina Kirchner. “No puedo dejar que se le diga `chorra´ a la Vicepresidenta de mi país”, explicó Bielsa, quien fue el primer canciller de Néstor Kirchner. Está claro que el discurso defensivo del lawfare no prende demasiado en el continente.
No es un momento fácil para determinar el camino más correcto que debe seguir la política exterior de la Argentina. Las bravatas regionales de hace dieciocho años nos llevaron por territorios donde el liderazgo lo ejercen países como China y Rusia. Ninguno de ellos es hoy sinónimo de certidumbre y de confiabilidad.
Es cierto que, como lo gritó aquella vez Hugo Chávez, el acuerdo ALCA quedó enterrado para siempre y se fue al carajo. Pero cuando se observan los índices de inflación, de déficit fiscal y sobre todo de la pobreza en nuestros países, nos damos cuenta de la dimensión del derrumbe. En aquellos días lejanos sucedieron muchas cosas. Pero ninguna de ellas se pareció a una victoria.
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