Algunos, son huérfanos de guerra, otros fueron extraídos de orfanatos. Muchos son reclamados desde hace meses por familiares pero cientos ya fueron dados en adopción a familias rusas
La funcionaria rusa, Maria Lvova-Belova, arriba a Moscú con un grupo de chicos trasladados ilegalmente desde la entonces ciudad ocupada de Mariupol en octubre del año pasado. (Presidencia de la Federación Rusa)
Vladimir Putin pretende terminar con la generación de sus padres ucranianos a través de la guerra y retener a los hijos para adoctrinarlos y convertirlos en rusos. Desde que comenzó la invasión rusa a Ucrania, hace un año atrás, 232.000 menores de edad fueron evacuados de las zonas ocupadas por las fuerzas del Kremlin y trasladados a territorio ruso. Ahora sabemos que al menos 6.000 de esos chicos –aunque se aclara que el número podría ser “significantemente mayor”-, de entre cuatro meses y 17 años, están retenidos en campos de reeducación y que cientos ya fueron dados en adopción a familias rusas. La gran mayoría de los niños son reclamados por familiares y guardianes legales en Ucrania.
De acuerdo al informe dado a conocer esta semana por la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Yale (HRLY) y el Conflict Observatory, que el Departamento de Estado creó en mayo para documentar los crímenes de guerra y otras atrocidades cometidas por las fuerzas rusas, los menores están recluidos en al menos 43 centros, entre ellos 12 que se utilizan como campamentos de verano de organizaciones estatales rusas alrededor del Mar Negro, otros 7 en la península ocupada de Crimea y 10 en torno a las ciudades de Moscú, Kazán y Ekaterimburgo. Once de los campos están situados a más de 800 km de la frontera de Ucrania, incluidos dos campos en Siberia y uno en Magadan, en el Lejano Oriente ruso, cerca de la costa del océano Pacífico.
Al menos 32 de los campos, el 78% de los identificados en la investigación, “se encuentran comprometidos en esfuerzos sistemáticos de reeducación con el objetivo aparente de integrar a los niños ucranianos en la visión oficial de la cultura y la historia rusa”. El propio Putin habló varias veces en sus mensajes desde Moscú de su intención de “rusificar” a la población ucraniana. “Rusia lleva a cabo una política criminal consistente de deportar a nuestra gente. Deporta por la fuerza tanto a adultos como a niños. Este es uno de los crímenes de guerra más atroces. En total, más de 200.000 niños ucranianos han sido deportados hasta ahora. Son huérfanos de orfanatos. Niños con padres. Niños separados de sus familias”, denunció en septiembre el presidente Volodymyr Zelensky. “El Estado ruso dispersa a estas personas en su territorio, asienta a nuestros ciudadanos, en particular, en regiones remotas. El objetivo de esta política criminal no es sólo robar personas, sino hacer que los deportados se olviden de Ucrania y no puedan regresar”, agregó.
Desde la invasión, varios funcionarios rusos de alto rango anunciaron a bombo y platillo el traslado de miles de niños ucranianos a Rusia para ser adoptados y convertirse en ciudadanos de ese país. La televisión estatal muestra la llegada de estos contingentes y a los funcionarios entregando ositos de peluche a los niños, que son presentados como “abandonados rescatados de la guerra”. En el caso de los campos de verano denunciados por el HRLY, muchos padres fueron forzados a aceptar el viaje de sus hijos y una vez allí, les avisaron que ya no regresarían. Esto ocurrió en al menos cuatro campos, los de Artek, Medvezhonok, Luchistyi y Orlyonok.
En septiembre, Putin firmó un decreto de urgencia para acelerar el proceso para otorgar la ciudadanía rusa a estos niños y para que sean entregados cuanto antes a familias rusas. También nombró a cargo de todo ese proceso a Maria Lvova-Belova, una cristiana ortodoxa fundamentalista de 38 años, casada con un sacerdote y madre de 17 chicos, 5 de sangre, 4 adoptados y 8 en custodia. El líder ruso pidió a esta funcionaria que ostenta el título de Comisionada Presidencial para los Derechos del Niño en Rusia, que acelerara todo el proceso para “integrar” a los chicos ucranianos a su nueva sociedad. Algo que está prohibido claramente por la Convención de Ginebra, la Convención de la ONU sobre los Derechos del Niño y de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio por constituir un “crimen de guerra”.
Entre otros centros en los que fueron confinados los huérfanos se identificaron uno denominado “Romaska” ubicado en la calle Lomonosov 20 de la ciudad rusa de Rostov, a 200 kilómetros de Moscú. Allí se encuentran 540 chicos ucranianos. También se registró la visita de la comisionada Lvova-Belova al centro “Poliany” de Moscú en el que se la fotografió junto a otros 31 huérfanos trasladados ilegalmente desde Mariupol, la ciudad ucraniana bombardeada durante tres meses por la artillería rusa.
El miedo de una madre ucraniana a perder a su hija, Vira, hizo que le escribiera en su propio cuerpo el nombre y en una tarjeta adosada a su abrigo, los datos de cómo conectarla con familiares. (Twitter)
En noviembre de 2019, Lvova-Belova fue elegida senadora por su región de Penza (625 kilómetros al sureste de Moscú) apenas un día después de recibir el carnet de afiliación al partido oficialista, Rusia Unida. Un año más tarde, Putin la nombró Defensora de los Niños. El secreto del rápido ascenso está en el apoyo que esta profesora de música tiene de la jerarquía de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Su propio marido, Pavel Kogelman, fue ordenado sacerdote después de varios años de estudios de teología.
Putin está obsesionado con revertir la declinación poblacional rusa. Lo considera un problema tanto económico como geopolítico. En sus discursos, pide regularmente a los rusos que tengan más hijos. Incluso aprobó una serie de incentivos para impulsar la tasa de natalidad, como bonificaciones para las parejas que tengan más de un bebé. En este contexto se podría entender la orden que emitió a sus generales para que trasladen al territorio ruso a todos los niños que encuentren “en situación de desamparo” en las zonas ocupadas.
La tasa de natalidad en Rusia es muy baja. El número de hijos por mujer, 1,5 de media, está por debajo del umbral de 2,1 necesario para reemplazar la población sin inmigración. Y desde 2014 aumenta la emigración que se acentuó con el comienzo de la nueva guerra en febrero. Desde entonces se fueron del país unas 300.000 personas, la mayoría profesionales con muy buena formación. La pandemia se llevó la vida de otras 700.000 personas.
Chicos ucranianos retenidos ilegalmente en el campo de Zolotaya Kosa, sobre el Mar de Azov, en la región rusa de Rostov. (AP Photo)
En 1989, la entonces Unión Soviética tenía 286,7 millones de habitantes, más que Estados Unidos (246,8 millones). Tras el colapso del bloque comunista, y sin las antiguas repúblicas soviéticas, la población de la Federación Rusa cayó a 148,5 millones. En 2020, bajó a 144,1 millones, frente a los 329,4 millones de Estados Unidos. Según las últimas proyecciones de las Naciones Unidas, realizadas antes de la pandemia y la guerra, podría caer a 139 millones en 2040.
La práctica del robo de niños durante las guerras tiene una muy larga data. La práctica nazi de secuestrar “niños racialmente deseables” de los países conquistados durante la II Guerra Mundial y criarlos como alemanes está bien documentada. Y el secuestro por parte de los soviéticos durante la década de 1940 de casi 28.000 niños griegos también es bien conocido. La delegación griega en las Naciones Unidas presionó con éxito para que se incluyeran los traslados de niños en la definición legal de genocidio.
Los secuestros de niños se consideran tan atroces que las primeras condenas por genocidio en la Historia fueron para 14 oficiales nazis acusados de trasladar por la fuerza a niños polacos a Alemania. En el juicio, recuerda la profesora Marcia Zug en su ensayo para The Conversation, el fiscal Harold Neely sugirió que el secuestro de niños podría ser incluso el más escandaloso de todos los crímenes de los nazis. Neely dijo que el mundo conocía los asesinatos en masa y las atrocidades cometidas por los nazis, pero añadió que “el crimen del secuestro de niños, en muchos aspectos, los trasciende a todos”.
Niños ucranianos a punto de ser subidos a un tren en la zona ocupada del Donbás para ser trasladados a campos de reeducación en Rusia. (Telegram)
Tal vez, la evidencia más concreta del crimen que ahora están perpetrando las fuerzas rusas esté en este mensaje de un niño ucraniano secuestrado que leyó el jefe de la delegación ucraniana, Yevhenii Tsymbaliuk, ante la asamblea anual de la OSCE, la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa, al denunciar lo que estaba sucediendo:
“Tía Ira, estoy en Rusia, me trajeron aquí los militares rusos. Te escribo en secreto, logré conseguir un teléfono por unos minutos. Mi madre ya no está viva, la mataron en un bombardeo. Dicen que soy huérfano. Pero no soy huérfano, te tengo a ti, tengo abuelos. Hay muchos niños como yo aquí. Dicen que quieren dejarnos en Rusia. ¡Y yo no quiero quedarme en Rusia! Tía Ira, sácame de aquí. Quiero ir a casa, a Ucrania”.
El niño fue restituido a su tía, a principios de este año, por la presión internacional.
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