Abogado, especialista en Derecho Corporativo, autor de numerosos libros y publicaciones
Alberto Fernández
¿Por qué fracasan los países? es un libro escrito en 2012 por Acemoglu y Robinson, de indispensable lectura, tanto por la riqueza de su contenido, como por las explicaciones que podemos extraer de la permanente crisis de un país como el nuestro. Los autores tratan de responder por qué algunas naciones son ricas y otras pobres (como la nuestra). Básicamente sostienen que la prosperidad no se debe al clima, a la geografía o a la cultura, sino a las políticas dictaminadas por las instituciones de cada país. Debido a ello, los países no conseguirán que sus economías crezcan hasta que no disponen de instituciones gubernamentales que desarrollen políticas acertadas. El populismo dio sobradas muestras de su fracaso, tanto conceptual como práctico: no se puede “repartir” lo que no se tiene.
Las “instituciones” son el eje por medio del cual es posible fomentar y sostener el desarrollo de un país, o hundirlo en el fracaso. Dicho de otra manera sin instituciones serias no es posible el crecimiento de una nación. Si, como en nuestro caso, las instituciones son permanentemente bastardeadas por la clase política, la pobreza es el resultado. La economía mundial marca las reglas de juego, pero los Estados son los jugadores que salen a la cancha representando a su equipo (en este caso la nación). Algunos lo hacen bien preparados y en forma, otros obesos y carentes de preparación. Cada gobierno está conformado por un conjunto de personas que son las elegidas para tomar las decisiones, algunas más trascendentes que otras, pero todas con un impacto final en el resultado.
Nos enfrentamos a una nueva contienda electoral que definirá el futuro de nuestra nación, donde lamentablemente lo urgente le vuelve a ganar a lo importante. Las políticas del presidente Alberto Fernández en sus 1174 días de gobierno nos dejaron sin moneda, con una inflación de tres dígitos, con más deuda y más pobreza, en una economía donde importar bienes o insumos para producir o de primera necesidad (como medicamentos) se ha convertido en toda una odisea, donde las leyes laborales más que beneficiar a los trabajadores los condenan a la clandestinidad del trabajo informal. Argentina es un país complejo, con instituciones deficientes, donde invertir ha dejado de ser una opción sensata. Por ejemplo, si desde el Gobierno se pusiera el mismo esfuerzo que se pone en combatir al Poder Judicial, para combatir el narcotráfico, éste no estaría en pleno “auge” como lo está.
Las políticas públicas son las que generan instituciones que pueden ser “inclusivas” o “extractivas” generando círculos virtuosos o viciosos. Quienes nos gobiernan son los responsables de esos círculos. En los países que progresan, que mantienen en el tiempo políticas públicas virtuosas, con independencia del color político de turno, el resultado es el progreso y una buena calidad de vida de sus habitantes. Por el contrario, en los países como el nuestro donde no hay políticas públicas perdurables, la pobreza y el fracaso se imponen. Es claro que hoy no tenemos entre al oficialismo y la oposición un consenso sobre el camino a seguir en el tiempo y que nos represente como nación, sino una puja de intereses mutuamente excluyentes.
Argentina es un país con recursos naturales extraordinarios, pero con recursos políticos ineficientes que ya nos demostraron su incapacidad de llevar a la nación hacia un círculo virtuoso de crecimiento. Las políticas públicas de los últimos años han sido muy creativas a la hora de destruir las posibilidades de crecimiento. El Estado nacional es bobo, engordado e ineficiente, se usa como una agencia de colocaciones para la propia feligresía, con todo tipo de gastos (además) destinados a “hacer política partidaria”. Basta recordar lo que malgastó el PAMI en cotillón para el mundial o el programa “Haceme tuyo” en la Provincia de Buenos Aires en lubricantes íntimos. Son solo dos ejemplos de miles que existen en toda la administración. La destrucción del erario público pareciera no tener límite. En esto las políticas públicas tanto del gobierno nacional, como del provincial y el municipal, son determinantes porque terminan generando una redistribución de recursos (que son escasos) de una magnitud tal que influye en la creación de círculos virtuosos o viciosos. En nuestro caso, los últimos se imponen lamentablemente.
Alberto Fernández
Vemos con el correr de los años cómo los políticos “profesionales”, los que viven y muy bien a costa del contribuyente, mejoran su calidad de vida, al mismo tiempo que los laburantes la empeoran. Alcanza con observar los celulares que usan y sus relojes. En muchos casos, no todos, esos políticos carecen de preparación y estudios para ocupar el cargo que ocupan, ganando lo que ganan. En el sector privado no serían ni siquiera considerados para un cargo menor. La política, como clase dirigente, es responsable de haber sometido a la nación a la permanencia de los círculos viciosos, que por cierto es el lugar donde unos pocos ganan, y el resto, pierde.
No por nada estamos como estamos. Los indicadores más trascendentes de los círculos virtuosos son los derechos de propiedad, la seguridad jurídica y la democracia representativa. Se ha convertido a nuestra nación, a consecuencia de las políticas públicas populistas, en una de mano de obra “barata” donde el Estado es el principal empleador contratando más por afinidad política que por capacidad. Se premia a políticos que consienten en gastar más de lo que se puede pagar. Un legislador, por ejemplo de la Provincia de Buenos Aires, cuesta al erario público la friolera suma de $557,6 millones al año. Son 92 diputados y 46 senadores, como se concluye del presupuesto legislativo aprobado en diciembre pasado.
¿Por qué Argentina fracasó? Porque desde el gobierno se implementan políticas públicas erradas. Los resultados están a la vista. El país fracasó porque el modelo populista tiene instituciones extractivas que generan un constante círculo vicioso y no cuentan con recursos lo suficientemente recurrentes como para mantener a la población con un estatus de vida digno. Las instituciones económicas no crean los incentivos necesarios para que la población ahorre, invierta e innove. Las políticas públicas impuestas por el Frente de Todos marcan el estancamiento del país o incluso la involución en algunos sectores de la economía.
¿Es posible cambiar el rumbo? Si, por supuesto, pero para ello hace falta la voluntad popular y la política, así como un sentido de Estado extremadamente arraigado y una alta dosis de patriotismo. Este tipo de dimes y diretes nos marcan claramente que hoy nuestra dirigencia política solo está interesada en las elecciones y acobacharse cada uno donde mejor pueda. Es una lucha de intereses de idiotas (en la concepción griega del término, donde el idiota es definido como aquel que solo se ocupa de sus intereses en desmedro de los de todos). Por cierto la oposición no es ajena al circo romano que estamos presenciando donde todos se exhiben como candidatos para algún cargo.
Nuevamente, ¿por qué fracasa Argentina? Porque estamos gobernados por idiotas (en la concepción del término que el lector entienda pertinente).
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