12 MAR | 08:42

La intimidad de Bergoglio en el Cónclave de 2013

La pregunta que lo hizo “sospechar” que sería elegido Papa. El 13 de marzo de hace 10 años la fumata blanca en el Vaticano anunciaba un nuevo Papa. Cómo fue la interna de la curia...Por Marcelo Larraquy
... las conversaciones sobre una nueva “iglesia lejos de los palacios vaticanos” y la paz que Jorge Bergoglio sintió hasta que la historia lo llevó al trono de Pedro
 
 
 
11 de marzo de 2013 en el Vaticano: el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio saluda a los periodistas. Fue uno de los primeros en llegar a Roma para el Cónclave. Dos días más tarde sería elegido Papa (EFE/Ciro Fusco)
 
 
 
En la Congregacio?n General desarrollada en la Sala Nueva del Si?nodo de Obispos del Vaticano, con un papel manuscrito en tinta negra, el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio leyo? su texto delante de doscientos cardenales, de los cuales ciento quince se disponi?an a elegir al nuevo Papa.
 
 
 
Fue una alocucio?n corta. No le demandari?a ma?s de cuatro minutos. En ese tiempo reflejo? su sentimiento hacia la actualidad de la Iglesia Universal. Para e?l, la salida a la crisis era la Evangelizacio?n.
 
 
En el punteo que e?l mismo habi?a preparado en el hotel internacional del clero, habi?a anotado:
 
 
“1. Evangelizar supone celo aposto?lico. Evangelizar supone en la Iglesia la parresi?a de salir de si? misma. La Iglesia esta? llamada a salir de si? misma e ir hacia las periferias, no solo las geogra?ficas, sino tambie?n las periferias existenciales: las del misterio del pecado, la del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria”.
 
 
En las congregaciones generales, realizadas antes del Co?nclave en que se designa al Papa, los cardenales de todo el mundo se reúnen para dar su impresio?n sobre el rumbo de la Iglesia. Es una manera de ir pulsando, con comentarios, reuniones reservadas y encuentros informales las tendencias internas e incluso los candidatos que se pueden concentrar la mayor cantidad de adhesiones en las primeras votaciones.
 
 
El humor de los cardenales extranjeros era en ese entonces contra la curia romana, el gobierno interno de la Santa Sede, que debe servir al Papa y habi?a sido sen?alada como responsable de la dimisio?n de Joseph Ratzinger el 11 de febrero de 2013, despue?s de la fuga de documentos internos del escritorio del Santo Padre, que fueron conocidos como Vatileaks.
 
 
 
Prosiguió Bergoglio su alocución:
 
 
“2. Cuando la Iglesia no sale de si? misma para evangelizar deviene autorreferencial y entonces se enferma (cfr. La mujer encorvada sobre si? misma del Evangelio). Los males que, a lo largo del tiempo, se dan en las instituciones eclesiales tienen rai?z de autorreferencialidad, una suerte de narcisismo teolo?gico. En el Apocalipsis Jesu?s dice que esta? a la puerta y llama. Evidentemente el texto se refiere a que golpea desde afuera la puerta para entrar... Pero yo pienso en las veces en que Jesu?s golpea desde dentro para que le dejemos salir. La Iglesia autorreferencial pretende a Jesucristo dentro de si? y no lo deja salir”.
 
 
Su u?ltima homili?a en Buenos Aires habi?a sido el 13 de febrero de 2013 en la catedral metropolitana. Despue?s de permanecer durante dos peri?odos en la presidencia de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), entre 2005 y 2011, Bergoglio habi?a perdido cierto protagonismo tras una intensa actividad pastoral y poli?tica a lo largo de quince an?os. Si bien sus homili?as habi?an marcado la agenda de un debate con el poder poli?tico, despue?s de presentar la renuncia a la Arquidio?cesis porten?a al cumplir 75 an?os, y a la espera de que se aprobara su dimisio?n en la Santa Sede, su palabra habi?a perdido la fuerza que supo tener frente a la sucesio?n de los cinco presidentes en la Casa Rosada durante su arzobispado: Carlos Menen, Fernando de la Ru?a, Eduardo Duhalde, Ne?stor Kirchner y Cristina Ferna?ndez de Kirchner.
 
 
En esa u?ltima homili?a, realizada despue?s de la renuncia de Ratzinger y antes de viajar a Roma para participar del Co?nclave, habi?a un solo periodista en la Catedral.
 
 
 
Bergoglio era un cardenal en retirada que ya habi?a cumplido sus servicios como jesuita —donde habi?a sido la ma?xima autoridad de la Provincia entre 1973 y 1979— y como arzobispo de Buenos Aires entre 1998 y 2013, y que aguardaba la aceptacio?n de su dimisio?n por parte de Benedicto XVI.
 
Esperaba que esa instancia se concretara para mediados de 2013. Para entonces, ya habi?a decidido trasladarse al hogar de sacerdotes ancianos en Flores, barrio porten?o donde habi?a vivido en su juventud, cuando decidio? consagrar su vida a Dios. Bergoglio pensaba continuar prestando servicios a la Iglesia, predicando en retiros espirituales. Hasta que se entero?, en la man?ana del 11 de febrero, que por la renuncia de Ratzinger al Pontificado debi?a ir a Roma a participar del colegio cardenalicio para elegir al sucesor.
 
 
A Bergoglio no le gustaba viajar a Roma. Estaba obligado a hacerlo cuando participaba en las reuniones de la Pontificia Comisio?n para Ame?rica Latina, dos o tres veces al an?o. Y apenas llegaba ya pensaba en cua?ndo iba a regresar. No se trataba de su apego a las costumbres de su vida en Buenos Aires. Vei?a a Roma, al gobierno de la Santa Sede, tan ensimismada en sus propios problemas que no prestaba atencio?n a las conferencias episcopales locales que llegaban a Plaza San Pedro. Roma no escuchaba. Era un territorio cerrado que pensaba en el poder, en sus negocios, en sus propias luchas internas.
 
 
Los cardenales extranjeros no encontraban audiencia. Bergoglio era parte de ese grupo. Estaba alejado de la Curia romana, y a menudo, o casi siempre en los u?ltimos an?os, la Santa Sede elegi?a obispos para las dio?cesis de la Argentina que no eran de su preferencia. Un sector conservador asentado en la Curia romana, que lo acusaba de “progresista”, buscaba interferir en la eleccio?n de obispos locales en desmedro de su influencia. Este grupo nunca habi?a aceptado del todo su designacio?n en la Arquidio?cesis de Buenos Aires, y durante la u?ltima de?cada habi?a pensado alternativas para liberar a la Curia porten?a, incluso con un llamado de Bergoglio a Roma para convertirlo en funcionario de la Curia romana.
 
 
“Promover para remover”, un lema habitual para destituir a un obispo de su dio?cesis con una convocatoria desde el Vaticano.
 
 
Para Bergoglio, habituado desde fines de los an?os noventa a una pastoral de calle, alentando trabajos en villas o denunciando a las mafias de los prosti?bulos y talleres clandestinos, Roma estaba fuera de su voluntad. Y tampoco le interesaba el “carrerismo”, una tradicio?n curial en la Santa Sede para construir poder en base a relaciones intramuros.
 
 
En los u?ltimos an?os, cuando la Santa Sede empezo? a dar sen?ales de fatiga con las denuncias de proteccio?n de casos de pedofilia, de capitales ilegales que se depositaban en su banca y el desmoronamiento de su credibilidad, Bergoglio no perteneci?a a ningu?n poder interno. No participaba de ninguna guerra. Estaba afuera. Aunque cada vez que visitaba Roma cenaba con algu?n funcionario pontificio que lo actualizaba.
 
 
Su alocución en la Congregación General continuó:
 
“3. La Iglesia, cuando es autorreferencial, sin darse cuenta, cree que tiene luz propia; deja de ser mysterium lunae y da lugar a ese mal tan grave que es la mundanidad espiritual (segu?n De Lubac, el peor mal que puede sobrevenir a la Iglesia). Ese vivir para darse gloria los unos a otros. Simplificando; hay dos ima?genes de Iglesia: la Iglesia evangelizadora que sale de si?; la Dei Verbum religiose audiens et findenter proclamans, o la Iglesia mundana que vive en si?, de si?, para si?. Esto debe dar luz a los posibles cambios y reformas que haya que hacer para la salvacio?n de las almas”.
 
 
Apenas renuncio? Benedicto XVI, el cardenal Bergoglio recibio? avisos contradictorios en torno a su viaje. Se lo terminaron adelantando. Fue uno de los primeros en llegar a Roma, el 26 de febrero, seis di?as antes del inicio de las congregaciones generales. Se hospedo? en el hotel de siempre, Domus Internationalis Paulus VI, hotel internacional del Clero de via della Scrofa 70, y desde alli? caminaba hasta el Vaticano.
 
 
Los cardenales proponi?an cambios dra?sticos en sus exposiciones. Habi?a un clima de ruptura, de voluntad de cerrar una etapa que habi?a concluido con la dimisio?n de un Papa (AFP)
 
 
 
 
El lunes 4 de marzo de 2013 se iniciaron las congregaciones. A partir de ese momento se empezaron a escuchar pedidos de reformas en el gobierno de la Santa Sede. Fueron muchas propuestas: un consejo de cardenales que redujera el poder de la Secretari?a de Estado; que se perfeccionara la relacio?n ente centro y periferia, con encuentros del futuro Papa con las conferencias episcopales del mundo cada seis meses; que se recibiera a los nuncios aposto?licos; que se potenciara el Si?nodo de Obispos para generar ma?s debates en la Iglesia; que se reforzara la colegialidad en las decisiones, que la Curia romana abandonara el poder absoluto de definir los nombramientos en las dio?cesis y considerara la opinio?n de los obispos de esas dio?cesis. Se pidieron aclaraciones sobre el dossier de la fuga de documentos del Vatileaks por parte de los tres cardenales que lo habi?an elaborado, Julia?n Herranz, Jozef Tomko y Salvatore De Giorgi.
 
 
En resumen, los cardenales pidieron que se consultara fuera del muro y la Iglesia Universal no dependiera solo de la unilateralidad de la Curia romana, con su Ponti?fice eclipsado por sus organismos, en especial por la Secretari?a de Estado. “La Curia es un grupo de poder que intenta mantener contento al Papa manteniendo su propio poder”, indicó al autor de este artículo el periodista italiano Gianluigi Nuzzi, quien obtuvo las cartas del Vatileaks y las publico? en un libro.
 
 
Los cardenales proponi?an cambios dra?sticos en sus exposiciones. Habi?a un clima de ruptura, de voluntad de cerrar una etapa que habi?a concluido con la dimisio?n de un Papa.
 
 
La idea de romper con el poder de la Curia romana —en el sentido de reformar la Curia— suponi?a la eleccio?n entre dos estilos de pontificado.
 
 
Por un lado, habi?a una corriente que crei?a en la posibilidad de una Iglesia guiada por un manager decidido, que tomara las riendas de la Santa Sede, un cardenal de mano firme que guiara con la energi?a de la que ya careci?a Ratzinger para general los cambios.
 
 
Por otro lado, estaba la idea de encontrar un cardenal que gobernara y adema?s pudiera acercarse a los fieles, recuperarlos con un mensaje de pobreza evange?lica, con el anuncio del Evangelio como misericordia, y adema?s acompan?ara y aceptara en su seno a aquellas mujeres que habi?an abortado, los que amaban a otro del mismo sexo, a los divorciados y le hablara a los “heridos sociales”, que padeci?an situaciones que afectaban la dignidad humana. Un cardenal que guiara a una Iglesia que ayudara a sanar y superar sus debilidades o pecados con la misericordia.
 
 
 
Continuó Bergoglio en la lectura de su apunte frente a los cardenales.
 
 
“4. Pensando en el pro?ximo Papa: un hombre que, desde la contemplacio?n de Jesucristo y desde la adoracio?n a Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de si? hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser la madre fecunda que vive de ‘la dulce y confortadora alegri?a de la evangelizar’ (Paulo VI). Es el mismo Jesucristo quien, desde adentro, nos impulsa”.
 
No eran pocos los problemas que enfrentaba la Iglesia.
 
 
Mientras Juan Pablo II iniciaba un pontificado de veintise?is an?os de giras por el mundo, en el marco de la Guerra Fri?a y con su geopoli?tica contra el comunismo en los pai?ses del Este, la Curia quedo? vaciada de gobierno. Ya comenzaba a minarse la credibilidad de la Iglesia: casos de pedofilia, relacio?n con la criminalidad, la banca off shore del Instituto para las Obras de Religio?n (IOR). Despue?s de que Juan Pablo II murio? se penso? que, con un cardenal instalado desde haci?a dos de?cadas en la Curia como Ratzinger, Roma podri?a reformar a Roma.
 
 
 
A lo largo de ocho an?os, durante los cuales naufragaron sus intentos de enfrentar algunos de esos problemas, se demostro? que Roma no estaba dispuesta a limpiar sus propios pecados y que Ratzinger no teni?a fuerzas: “Para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio son necesarias tanto la fortaleza de la mente como la del cuerpo, fortaleza que en los u?ltimos meses ha disminuido en mi? a tal punto que he debido reconocer mi incapacidad para cumplir adecuadamente el magisterio que se me encomendo?”, como anuncio? con voz de?bil el 11 de febrero de 2013, en la sala del Consistorio.
 
 
 
 
Su renuncia alimento? el deseo de los fieles de una iglesia transparente, evange?lica, lejos de los palacios, que terminara con la lo?gica de bandas de poder interno, una coherencia ma?s i?ntima entre la palabra y el testimonio. “A esta pe?rdida de confianza entre cato?licos se an?ade una creciente hostilidad contra la Iglesia en la sociedad secular. Demasiados contempora?neos se sienten confirmados por los penosos hechos recientemente descubiertos en su idea de una jerarqui?a incomprensiva y al mismo tiempo obsesionada por el poder, bajo cuyo autoritarismo, dictadura doctrinal, generacio?n de miedo, complejos sexuales y negativa al dia?logo sufre la Iglesia entera, a menudo incluso la sociedad en su conjunto”, fue el diagno?stico del teo?logo alema?n Hans Ku?ng, al que la Santa Sede le retiro? la licencia para ensen?ar en 1979.
 
 
En ¿Tiene salvacio?n la Iglesia?, que Ku?ng publico? en 2011, daba cuenta de las poli?ticas “anticonciliares” del Ponti?fice y la Curia romana y del desmoronamiento de las estructuras eclesia?sticas. El pesimismo en su diagno?stico inclui?a el silencio eclesia?stico sobre “los abusos sexuales y su encubrimiento (que) confirman la impresio?n de muchos de que la administracio?n y la inquisicio?n eclesia?sticas producen de continuo nuevas vi?ctimas, nuevos sufrimientos”.
 
Las acusaciones de pedofilia y abusos sexuales generaron situaciones cri?ticas sobre determinados cardenales en el Co?nclave, en especial con el escoce?s Keith O’Brien, quien ya habi?a dimitido en admisio?n de su responsabilidad (“hubo momentos en que mi conducta sexual cayo? por debajo de lo esperable...”, dijo) y declino? viajar a Roma.
 
 
La misma situacio?n se genero? con el arzobispo eme?rito de Los A?ngeles, Roger Mahony, acusado de encubrir casos de pederastia, considerado “indigno” de participar en el Co?nclave en la Capilla Sixtina. El secretario de Estado Tarcisio Bertone defendio? a Mahony, critico? las noticias “no verificadas o no verificables” en su perjuicio y “llamo? a rezar para que el Espi?ritu Santo ilumine al colegio cardenalicio y al futuro Ponti?fice” y autorizo? el ingreso del arzobispo cuestionado.
 
 
Mientras esto sucedi?a, la arquidio?cesis de Los A?ngeles llegaba a un acuerdo legal por casi diez millones de do?lares para retirar cuatro acusaciones de pedofilia, en que estaba comprometido un sacerdote que habri?a sido protegido por el cardenal americano que ahora defendi?a Bertone.
 
 
 
Pocos cardenales eran proclives a la continuidad de la Curia romana en el poder de la Santa Sede. Sin embargo la Curia podi?a apoyar a un candidato, en apariencia reformador, que pudiese ser asimilado por la burocracia de los organismos, como habi?a sucedido con Ratzinger.
 
 
Buscar un hombre de la Curia pero preferentemente extranjero era una de las opciones para la Secretari?a de Estado. Quiza?, frente al mensaje cri?tico en las congregaciones, esa estrategia se haya desarmado. Bertone se sintio? rechazado por el episcopado mundial.
 
 
Lo que los cardenales crei?an era que la solucio?n tendri?a que venir del exterior: se necesitaba un extranjero puro, fuera de Roma, un extranjero que viniese a resolver los problemas de Roma. “Si el Vaticano no resolvi?a el problema de Roma no podi?a hablarle al mundo”, diría el columnista del Corriere Della Sera Massimo Franco.
 
 
El mismo columnista anoto? la sospecha de que el propio Bergoglio, antes del Co?nclave, ya percibi?a que podi?a llegar a ser candidato. “No se? que? esta?n preparando mis hermanos cardenales...”, segu?n le habri?a comentado en instancias previas al Co?nclave a un obispo.
 
 
Los vaticanistas no teni?an a Bergoglio entre los candidatos. Se especulaba con el arzobispo de Mila?n Angelo Scola, el brasilen?o Odilo Scherer y Patrick O’Malley, de la arquidio?cesis de Boston. Incluso con el cardenal filipino Luis Alberto Tagle, que en el Si?nodo de Obispos de 2012 habi?a llamado a una “nueva evangelizacio?n”.
 
 
Pero Bergoglio empezo? a fortalecerse en las primeras votaciones del Co?nclave que se inicio? en la tarde del 12 de marzo de 2013.
 
 
El instante en que sale humo blanco de la chimenea en el techo de la Capilla Sixtina, lo que indica que el Colegio Cardenalicio ha elegido un nuevo Papa el 13 de marzo de 2013 en la Ciudad del Vaticano (Christopher Furlong/Getty Images)
En el caso de los purpurados estadounidenses, la decisio?n inicial de votar por Bergoglio fue del cardenal de Nueva York, Timothy Dolan. El franciscano de ascendencia irlandesa O’Malley, cardenal en Boston, tambie?n se sumo? al grupo y motorizo? la idea: conoci?a al jesuita argentino desde inicios de los an?os ochenta, y reconoci?a sus cualidades personales y espirituales. Además, Bergoglio obtuvo el apoyo de los cardenales latinoamericanos, a los que ya habi?a cautivado por la originalidad de su mensaje a favor de ir en busca de las periferias existenciales durante la Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM) de Aparecida, San Pablo, Brasil, en el an?o 2007, en la que fue elegido relator del documento.
 
 
Adema?s de la preferencia de los cardenales de toda Ame?rica, la anglosajona y la latina, que sumaban ya treinta electores, se sumo? la voluntad de cardenales de Espan?a, adonde en los u?ltimos an?os Bergoglio habi?a viajado a transmitir sus reflexiones como pastor a obispos de ese pai?s, que luego fueron editadas en su libro Mente abierta, corazo?n creyente.
 
 
Y de ese modo, con voluntades y preferencias de algunos cardenales europeos ma?s otros italianos de la vieja escuela progresista de cardenal jesuita Carlo Mari?a Martini, ya fallecido, Bergoglio avanzo? en la primaci?a de las elecciones.
 
 
 
 
Bergoglio dijo que estuvo en paz. Que se sucedi?an las votaciones, la primera y la segunda del martes, la tercera del mie?rcoles, y manteni?a la paz. Dijo que en el almuerzo con otros cardenales, en la Casa Santa Marta, le parecio? raro que le preguntaran por su salud  
 
 
 
 
¿Y qué le pasaba a él?
 
 
Dijo que estuvo en paz. Que se sucedi?an las votaciones, la primera y la segunda del martes, la tercera del mie?rcoles, y manteni?a la paz. Dijo que en el almuerzo con otros cardenales, en la Casa Santa Marta, le parecio? raro que le preguntaran por su salud, y que luego, en la tarde, mientras rezaba el rosario se sucedio? otra votacio?n en la Capilla Sixtina. Algunos cardenales electores lo miraban y ya empezaban a intuir que podi?a ser la persona que el Sen?or habi?a elegido, el consenso se fue ampliando y los votos empezaron a converger en e?l. Sintio? que se estaba cocinando el pastel, que podi?a ser irreversible. “No te preocupes, asi? obra el Espi?ritu Santo”, le dijo Claudio Hummes, arzobispo eme?rito de la Arquidio?cesis de San Pablo, Brasil, que estaba a su izquierda. Le causo? gracia. Se sonrio?.
 
 
Casi de una manera inconsciente continuaba en paz. Hasta que en otra votacio?n, la segunda de la tarde, la quinta del Co?nclave, la que al final de cuentas seri?a la definitiva, sacaron las papeletas de las urnas, las contaron y dijeron su nombre, y los cardenales se levantaron y aplaudieron, y e?l tambie?n se levanto?. El cardenal Hummes lo abrazo? y lo beso? y le pidio? que “no se olvidara de los pobres”.
 
 
Cuando fue elegido Papa cambio? la sotana de cardenal en una pequen?a sacristi?a a un costado del Altar Mayor y se puso la sotana blanca. No quiso que le colgaran la cruz de oro ni que le pusieran los zapatos rojos. Mantuvo los mismos zapatos que habi?a trai?do de Buenos Aires. Y aviso? que la estola solo la usari?a para la bendicio?n. Queri?a que el pueblo lo bendijera cuando saliera al balco?n de la Basi?lica (AFP)
 
 
 
Le preguntaron si aceptaba su eleccio?n cano?nica como Sumo Ponti?fice. Se lo pregunto? el cardenal italiano Giovanni Battista Re, que presidi?a el Co?nclave, y dijo que si?.
 
 
El cardenal Re le pregunto? co?mo queri?a ser llamado. Le dijo “Francisco”. Francisco. Ese solo nombre ya significaba un programa para la Iglesia. En la pequen?a iglesia de San Damia?n, probablemente en el an?o 1205, Francisco de Asi?s recibio? el mensaje desde el crucifijo de Jesu?s: “Ve y repara mi iglesia que esta? en ruinas”.
 
 
Enseguida se cambio? la sotana de cardenal en una pequen?a sacristi?a a un costado del Altar Mayor y se puso la sotana blanca. No quiso que le colgaran la cruz de oro ni que le pusieran los zapatos rojos. Mantuvo los mismos zapatos que habi?a trai?do de Buenos Aires. Y aviso? que la estola solo la usari?a para la bendicio?n. Queri?a que el pueblo lo bendijera cuando saliera al balco?n de la Basi?lica.
 
 
Volvio? a la Capilla Sixtina vestido de Papa. Lo vei?an sereno, sereno y expansivo. Se acerco? a saludar al cardenal indio Iva?n Dias, que estaba en un rinco?n en su silla de ruedas, y le pidieron que se sentara en el trono de Pedro para recibir la obediencia que le empezari?an a presentar los cardenales. Pero los espero? de pie y los saludo? y abrazo? uno por uno de manera amable y esponta?nea. Cantaron el Te Deum, un canto gregoriano de accio?n de gracias a Dios por la eleccio?n del nuevo Papa. Y mientras se preparaba la procesio?n de cardenales para acercarse al balco?n de la Basi?lica San Pedro, se encamino? hacia la capilla Paulina. Llamo? al cardenal Agostino Vallini, vicario de la dio?cesis de Roma, y busco? al cardenal Hummes con la mirada y le pidio? que lo acompan?ara a orar. Queri?a que estuviera con e?l en ese momento.
 
 
"Hermanos y hermanas, ustedes saben que el deber del cónclave era de darle un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales fueron a buscarlo casi al fin del mundo", dijo el Papa Francisco (AFP)
 
 
Desde la Plaza, ya habi?an visto el humo blanco de la chimenea de la Capilla Sixtina. Habi?a dejado de llover. El cardenal france?s Jean-Louis Taura?n se asomo? al balco?n y anuncio? que la Iglesia teni?a un nuevo Papa, el eminenti?simo y reverendi?simo Giorgium Marium Bergoglio, que habi?a tomado el nombre de Francisco.
 
 
Fue un momento de sorpresa y algarabi?a. El nuevo Papa quedo? en silencio unos instantes hasta que termino? de sonar la banda de mu?sica en la explanada. Miraba en silencio a la gente abajo, en la Plaza, mezclada entre las luces y reflectores, y luego saludó: “Fratelli e sorelle, ¡buonasera!”.
 
 
Comento? que el deber del Co?nclave era dar un obispo a Roma y que sus hermanos cardenales lo fueron a buscar casi al fin del mundo. Le pidio? al pueblo que bendijera a su obispo y rezara por e?l.
 
 
—Recen por mi? —pidió, en la noche del 13 de marzo de 2013, y luego se retiro? hacia la Basi?lica. Su Pontificado acababa de empezar. Ahora le tocaba la tarea más difícil de todas. Gobernar.
 
 
(*) Marcelo Larraquy es autor de Recen por Él La historia jamás contada del hombre que desafía los secretos del Vaticano, y Código Francisco. Cómo el Papa se transformó en el principal política global y cuál es su estrategia para cambiar el mundo. Ambos publicados por editorial Sudamericana.
 
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