...de la argentina; la realidad la desmiente de manera muy estridente. Hasta ahora, el carisma y la autoridad de la Vicepresidenta saldaban ese problema. Ya no. O ya no tanto
El lunes pasado, el secretario de La Cámpora, Andrés Larroque, concedió un reportaje a El Destape, la radio dirigida por Roberto Navarro, uno de los periodistas que desde hace años reconoce su pertenencia al cristinismo. Los colegas que lo entrevistaban intentaban entender la lógica del acto que se realizó ayer en Avellaneda. Larroque explicaba que Cristina estaba proscripta pero que igual, como Perón en 1972, era la candidata. Que si de él dependía, ella debía ser candidata. Pero que si eso no era posible había que “empoderarla” para que designe al candidato. Y que para que eso ocurra todo el mundo debía encolumnarse detrás de esa idea, no dudar, no disputar espacios. Agregaba además que las PASO no servían para el peronismo y que solo contribuían a generar confusión. Y sugería que Alberto Fernández conspiraba contra ese plan, lucraba con la condena y el atentado contra Cristina.
En un momento, uno de los periodistas quiso entender ese jeroglífico y lo interrumpió:
-¿Entonces ustedes no quieren que haya PASO?
Larroque se fastidió, como si algo de esa pregunta lo hubiera ofendido.
-No confundan a la gente. Nosotros no queremos evitar ninguna PASO. No confundan a la gente.
Un rato después, Navarro salió al aire muy enojado con Larroque. No le gustó que el líder de La Cámpora acusara a su radio de confundir a nadie:
-Ustedes dicen que quieren que Cristina sea candidata pero al mismo tiempo que está proscripta y resulta que somos nosotros, y no ustedes, los que confundimos a la gente. No se metan con los periodistas de El Destape.
Hay algo que unía a Larroque y a Navarro: la palabra confusión. Para Larroque, El Destape confundía a la militancia. Para Navarro era al revés: la que confundía a la militancia era La Cámpora. Pero ambos coincidían en que la confusión existía.
Unos días antes de todo eso, Estela de Carlotto explicó que el 24 de marzo se realizará una marcha en repudio al terrorismo de Estado y no para respaldar a Cristina Kirchner por sus problemas ante la Justicia. La aclaración se debió a que el propio Larroque había convocado a la militancia para que el 24 de marzo se expresara contra la así llamada “proscripción de la Vicepresidenta”. Antes que él, Fernandez de Kirchner había propuesto casi lo mismo. Cuando le preguntaron si CFK estaba proscripta, la presidenta de Abuelas de plaza de Mayo dijo: “No sé. Yo soy apenas una docente, una directora de escuela. Escucho a Anibal Fernández y dice que no está proscripta y es un hombre que respeto mucho. Otros dicen que sí”.
Daniel Tognetti, otro de los periodistas más leales al cristinismo, sostiene que Kirchner no está proscripta y puede ser candidata. Si hasta ellos dudan, es lógico imaginarse cómo mira el resto del mundo un acto como el que ayer hizo Andrés Larroque, bajo el lema “Luche y Vuelve”. ¿Vuelve? ¿Dónde se fue, si hasta el viernes mismo daba una clase magistral y recibía un premio Honoris causa acá nomás, en Viedma? Parecen preguntas bastante pertinentes.
Durante las últimas dos décadas, el kirchnerismo tuvo la potencia para imponer discursos, relatos, o consignas, sobre lo que ocurría en el país. Las ideas surgían de un pequeño grupo de dirigentes y se instalaban en actos, corrillos, medios de comunicación, redes sociales, unidades básicas. El recorrido de términos como “lawfare”, de slogans como “Clarín Miente” o “la patria es el otro”, de conceptos como “dictadura cívico militar” o “medios hegemónicos” grafican ese poder para unificar a grandes sectores sociales alrededor de un enfoque, un punto de vista, un diseño de la sociedad y, sobre todo, una caracterización del enemigo.
Es lógico que, a lo largo de los años, ese poder se desgaste. Pero, hasta ahora, nunca había ocurrido que incluso los más cercanos entre los más cercanos reaccionen con perplejidad frente a una propuesta, en este caso la extraña idea de que Cristina está proscripta, cuando –cómo decirlo sin ofender a nadie- no lo está. El problema es que el núcleo duro del cristinismo –o lo que queda de él- se fastidia con los que dudan, con los que no repiten o con los que no obedecen y entonces los agreden. Su primera reacción es acusarlos de “confundir a la gente”, a dos segundos de señalarlos como “cómplices de los medios hegemónicos”.
Lo que sucede, en realidad, es algo más sencillo: gente que no entiende lo que le piden que repitan.
Apenas eso.
Y un clima evidente de nerviosismo.
Esos chisporroteos alrededor de la palabra “proscripción” son la expresión de un fenómeno mucho más profundo. Esta semana, por ejemplo, Eduardo “Wado” de Pedro, uno de los líderes de La Cámpora, participó de la inauguración de Expoagro. Como se sabe, esa feria está organizada por los suplementos agropecuarios de los diarios Clarín y La Nación y confluyen allí, entre otros, los productores más poderosos del sector. En la foto de inauguración aparecen el director de La Nación, Fernán Saguier, el directivo de Clarín, Jorge Rendo y el camporista De Pedro.
Se trata de una situación normal en cualquier país normal: un ministro relevante del oficialismo, que además aspira a ser presidente, participa de una Feria de un sector clave para la economía argentina. Es un acto protocolar. Una foto, o un gesto de camaradería, no implican una rendición, ni una concesión, ni nada más que una foto o un acto de camaradería. Salvo que durante años, el sector político al que pertenece De Pedro haya demonizado a sus actuales interlocutores -los medios más importantes, las empresas agropecuarias más poderosas- y haya denunciado como cómplices, mercenarios o vendepatrias a cualquiera que se acercara o se sacara una foto con ellos. En ese caso, explicar un gesto rutinario de madurez política se transforma en algo más complicado.
En algunos medios oficialistas, y mucho más en las redes sociales, lo de Wado De Pedro fue calificado como una “traición” o como un acercamiento a “la mafia”. “Vos no podés confraternizar con la mafia y, al mismo tiempo, pelear contra la proscripción de Cristina”, dijo, por ejemplo, la aguerrida periodista Cinthia García. Lo que tal vez no supieran los militantes es que esa foto tiene cierto trasfondo. El principal sponsor de Expoagro fue la división agropecuaria de YPF, una empresa del Estado que, en el loteo que se realizó en diciembre de 2019, cayó del lado de La Cámpora.
Hace muy poquitos días Tognetti entrevistó a la ministra de Desarrollo Social, Victoria Tolosa Paz.
-¿Cómo puede ser que le den pauta a Clarín?— le preguntó.
Tolosa Paz fue contundente.
-YPF también lo hace y es conducida por compañeros de La Cámpora.
Mientras tanto, muchos dirigentes que hace años toleran cierta prepotencia camporista empiezan a decir lo que piensan. Los dos más extrovertidos son Anibal Fernández y Luis D´Elía. Fernández ha acusado a La Cámpora de sabotear la campaña electoral del 2015, es decir, de haber favorecido la llegada al poder de Mauricio Macri. D´Elía, por su parte, se regodea al marcar el contraste que existe entre la dimensión de Néstor y Cristina Kirchner y la de Máximo, hijo de ambos y titular de La Cámpora desde su fundación, hasta el día de hoy. Antes, esas cosas no se decían.
La tensión entre ficción y realidad ha marcado la historia del kirchnerismo. Desde la oposición siempre se les marcó el contraste entre su discurso antiprivatizador y su participación en las privatizaciones de los años noventa, entre su militancia acérrima por los derechos humanos después de la llegada al poder y su falta de militancia antes de eso, entre la fortuna de los líderes y la prédica social igualitaria. Esas viejas historias vuelven a manifestarse ahora: la ficción dice que Cristina está proscripta y que La Cámpora es una organización ajena a la estructura de poder tradicional de la Argentina; la realidad la desmiente de manera muy estridente. Hasta ahora, el carisma y la autoridad de Cristina saldaban ese problema, al menos entre los más militantes. Ya no. O ya no tanto.
Pero el desamparo no es sólo conceptual. El acto que realizó Larroque obedece a un problema mucho más práctico. Cristina ha decidido, al menos hasta ahora, que no será candidata a nada. Eso abre el camino hacia un panorama desolador para los políticos que la siguen. Desde el 2003, la fortaleza de Néstor y Cristina Kirchner dentro del peronismo condicionó la conformación de todas las listas de candidatos. ¿Qué pasará ahora, si no está ninguno de los dos? ¿Cómo hará Máximo para imponer su gente en San Salvador de Jujuy, en Ezeiza o en Choele Choel?
A medida que se acerca el momento definitorio, crece la presión para que la Vicepresidenta sea candidata. No se trata de una necesidad de ella sino de los suyos, especialmente del núcleo que rodea a Máximo y Larroque. La Cámpora nació en el 2008. Pasaron quince años. Ha tenido, desde entonces, un apoyo simbólico y económico fenomenal. ¿Cómo es que con todo eso no logró formar dirigentes con predicamento popular y territorial que no dependan de que Cristina esté en la boleta? ¿Por qué su hijo no puede encabezar una lista de candidatos, si él no tiene ninguna condena? ¿Por qué Recalde o Larroque no traccionan votos? Podrán argumentar que fueron demonizados. Pero, aún si se sigue esa línea de razonamiento, ¿Cristina no lo fue? ¿Axel Kicillof no lo fue? ¿Por qué ellos lo lograron pero Máximo y los suyos no? Más y más preguntas pertinentes.
Mientras tanto, en su último discurso, en Viedma, la Vicepresidenta sostuvo que hay una misma mano detrás de varias tapas de la revista Noticias, las causas en su contra, las pedradas contra el Congreso que dañaron su despacho hace un año, el espantoso atentado contra su vida, el viaje de jueces a Lago Escondido, la condena judicial en su contra y su supuesta proscripción. Todo habría sido ideado y puesto en marcha por la misma gente. Esa denuncia no fue acompañada por los nombres de las personas que idearon todo eso, ni tampoco por pruebas que vincularan a los distintos hechos. ¿Cuál sería, por ejemplo, el hilo que une a Jorge Fontevecchia, Diego Luciani, Fernando Sabag Montiel y Brena Uriarte? Vincular unas cosas con las otras parece una muestra de audacia e irresponsabilidad.
Pero Cristina Kirchner sigue en el mundo de Cristina Kirchner, ese lugar extraño donde para condenarla a ella hacen falta pruebas categóricas e indiscutibles pero para acusar a otras personas de cualquier cosa alcanza con la palabra de una sola persona.
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