...como única moneda de curso forzoso. La idea es que la posibilidad esté siempre abierta a la innovación y la competencia", asegura el autor del texto.
Desde varias corrientes ideológicas se asegura que adoptar la moneda de otro país, en este caso Estados Unidos, es una pérdida de soberanía inadmisible. Sin embargo, esa idea evidencia dos grandes falacias.
Cualquier referencia a la “soberanía monetaria”, antes de profundizar en debates políticos y legales, indica una cuestión más de fondo: que se desconoce lo más importante sobre la moneda. De dónde salió, para qué sirve y a quién le pertenece (o debería pertenecer) entre otras cosas.
Mientras Argentina debate una vez más la dolarización, ante un nuevo colapso del peso emitido por el Banco Central, es necesario repasar algunas cuestiones históricas antes de sumergirnos en el debate político y técnico.
La moneda, como el lenguaje, ha sido una creación espontánea de los individuos para solucionar inconvenientes concretos. No del Estado ni de ningún ente centralizado. Antes de la irrupción de los medios de intercambio, la humanidad vivía en la problemática de lo que se denomina la “economía de la auto-subsistencia”. Es decir que nuestros antepasados tenían que auto-proveerse de todas las cuestiones que necesitaban para la mera supervivencia. A pesar que en la actualidad se idealice situaciones similares, como hace Hollywood con superproducciones como el mundo de jauja imaginario de Avatar, las condiciones eran más que problemáticas. En lugar del dinero en el bolsillo y el supermercado con las góndolas, por aquellos días había que salir a cazar para proveer el sustento de la familia. Claro que el peligro no se terminaba cuando los antiguos lograban doblegar a la bestia. Siempre el “vecino” de la cueva de al lado podía pasar por el botín a los garrotazos, donde probablemente también podía llevarse a la mujer, además de la carne.
Aunque suene a contramano de los dogmas establecidos, la moneda, que nada tuvo que ver con la centralidad del poder político en sus inicios, debe ser separada de la autoridad gubernamental.
Con el correr de los siglos se comprendió que el intercambio era más que superador que el saqueo y la violencia. Así, se aprendió que era más eficiente para todos si uno se especializaba, por ejemplo, en cazar, mientras que otros podían recolectar. Claro que los primeros “clubes del trueque” del pasado tenían el problema de la coincidencia de las necesidades. Si yo contaba con una herramienta para bajar cocos de los árboles y deseaba obtener pescado, si el pescador no estaba interesado en mis cocos yo me quedaba sin lo que precisaba. Allí irrumpen ciertos granos, la sal y luego los metales preciosos que siguen cotizando. Se había llegado a la conclusión que algunos bienes durables y divisibles podían servir para facilitar los intercambios y satisfacer las necesidades de más personas.
Cuando algunos metales como el oro y la plata ganaron espacio en materia de libre aceptación, comenzaron a utilizarse los primeros billetes. Papeles de cancelación de pagos que certificaban un valor en metal, que era custodiado mientras lo que circulaba eran los primeros “billetes convertibles”. Cuando alguien requería hacerse de los valores, siempre podía ir con sus papeles para retirar el metal. Los términos “dólar” y “libra”, por ejemplo, hacen referencia a medidas de peso por estas cuestiones.
Cuando los gobiernos se apropiaron de la emisión del dinero y centralizaron la moneda mediante sus monopolios monetarios, al principio (en algunos casos no hasta hace mucho) tuvieron sus valores en metal para respaldar el valor del circulante. Cuando se rompieron las convertibilidades, las monedas fiduciarias pasaron a tener un solo respaldo: la valoración que los individuos le daban a las mismas. Desde entonces, la emisión monetaria de los bancos centrales, como bien advirtió Juan B. Justo, fundador del Partido Socialista argentino, no hizo otra cosa que destruir el valor de la moneda, perjudicando, sobre todo, a los asalariados de ingresos fijos. No hay una sola excepción en el mundo. Todos los desempeños fueron malos, incluso el dólar norteamericano que los argentinos deseamos desesperadamente. No hay más que recordar la famosa escena de la película del desarrollador de Mc Donald´s, Ray Kroc, cuando compra su primer combo por 35 centavos. El mismo menú hoy en los Estados Unidos ronda los 10 dólares. Claro, que, si denominamos como “malo” al desempeño del dólar, no habría palabra para calificar al peso argentino. Los productos que han entregado los bancos centrales de dudosa independencia alrededor del mundo pueden ser catalogados como malos, pésimos, horrorosos o incalificables, como el caso argentino. Una amplia gama de “guatemalas” y “guatepeores”.
Quitarle al Estado la prerrogativa de emitir la moneda monopólica, en lugar de una pérdida de soberanía difusa es la garantía de la recuperación de la soberanía individual
Afortunadamente, la irrupción de activos como el Bitcoin y la reivindicación del viejo patrón oro, como la discusión de la competencia de monedas abren discusiones interesantes hacia el futuro. Vale destacar que estas posibilidades no deberían ser consideradas como “la” solución al problema inflacionario. No se trata de cambiar una herramienta por otra. Se trata de someter a las monedas a la libre competencia, como ocurre con los otros bienes en el mercado sin ningún tipo de cepo ni curso forzoso. Friedrich Hayek ya advertía de todo esto en 1976.
Aunque suene a contramano de los dogmas establecidos, la moneda, que nada tuvo que ver con la centralidad del poder político en sus inicios, debe ser separada de la autoridad gubernamental. De la misma manera que se hizo con la religión, aunque en el pasado esto también hubiera parecido inadmisible. Quitarle al Estado la prerrogativa de emitir la moneda monopólica, en lugar de una pérdida de soberanía difusa es la garantía de la recuperación de la soberanía individual. La de elegir los activos que consideramos mejores para nuestro ahorro e intercambios.
Claro que, en el caso de la dolarización, es válido el argumento que señale que los tenedores de dólares en argentina estarán afectados por la política monetaria de otro país y de las acciones de la Reserva Federal. Claro, pero también es innegable que, ante el peso o el dólar, todos los argentinos han elegido libremente la opción que se combate desde la política tradicional. Igualmente, nadie plantea que se establezca el dólar norteamericano como única moneda de curso forzoso. La idea es que la posibilidad esté siempre abierta a la innovación y la competencia. El mercado (las personas eligiendo todos los días) se encargará de tomar sus propias decisiones y sabrán elegir que es lo que les conviene de forma autónoma y soberana.
Vincular a la soberanía del territorio de una nación con la moneda, que debería ser un asunto privado y particular de las personas, es un dislate total
Aunque la banca central se mantenga como un dogma, y su desaparición parezca una utopía, lo cierto es que ninguna de las funciones que pretende desempeñar el monopolio monetario son compatibles con el accionar de un monopolio. En el caso de no responder políticamente del gobierno, como ocurre en casi todos los casos, con respecto a la oferta monetaria y el manejo de la tasa de interés, la banca central no puede hacer otra cosa que equivocarse y distorsionar el mercado.
Cuando estas instituciones comiencen a desaparecer, y la moneda sana vuelva a decir presente, la historia juzgará duramente el desempeño de la banca central. Algún día será considerada, además del ya innegable rol de “ladrona de guante blanco”, como la responsable de varias tragedias. Desde la interpretación que los nazis hicieron con la hiperinflación alemana, relacionándola con la “especulación judía”, hasta las últimas crisis inmobiliarias, producto de las burbujas creadas por la distorsión de las variables que manejan los bancos centrales.
Vincular a la soberanía del territorio de una nación con la moneda, que debería ser un asunto privado y particular de las personas, es un dislate total. Aunque parezca increíble, hasta algunos economistas que se autodenominan liberales no terminan de comprender esta cuestión.
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