Hubo un tiempo en que Domingo Cavallo no podía aparecer por la televisión. El recuerdo del corralito y el estallido del 2001 pesaban más en la memoria colectiva que la inflación cero de los primeros años del Plan de Convertibilidad. Cuando los periodistas lo entrevistaban, enseguida surgía el rechazo de la audiencia que no quería escucharlo. A veces, era el ex ministro el que se enojaba por alguna pregunta e incluso por alguna imagen de aquellos días trágicos que se ponían en pantalla mientras hablaba. Cavallo creía que se lo juzgaba con excesiva dureza.
Pero en la Argentina de este tiempo soplan vientos extraños. Quizás la reiteración de los episodios inflacionarios en los años recientes y el derrumbe económico que no encuentra piso han logrado que Cavallo sea uno de los economistas más consultados ahora que se discute si un plan de shock o la magia de la dolarización son herramientas adecuadas para hallar rápido una solución. Cavallo ya ni siquiera se enoja con los periodistas.
El viernes, por ejemplo, un rato después de que Alberto Fernández abandonara la utopía de la reelección y de que el dólar traspasara los 440 pesos, Cavallo explicaba con serenidad docente los errores del Gobierno actual por radio Continental.
Lo mismo repetía el domingo por la noche, en el buen programa que el psicólogo Diego Sheikman conduce por TN Noticias. Un Cavallo amable y racional explicaba los ajustes que necesitaba la economía argentina antes de que un nuevo gobierno pudiera intentar con éxito un plan de dolarización. Y hasta se animaba a recomendarle a los economistas de Juntos por el Cambio y a los que acompañan a Javier Milei a reunirse para intercambiar ideas.
Es que han sido tantos los errores en estos cuarenta años de democracia que no hay economistas exitosos entre los que han pasado por la función pública. A los 76 años, Cavallo da consejos como si el corralito hubiera sido un hallazgo de la economía real. Y explican como salvarnos de la inflación salvaje Nicolás Dujovne o Martín Guzmán. La Argentina es una tierra extraordinaria.
El problema para Massa fue que el dólar no bajó ni el mercado se calmó pese a que el video con la despedida electoral de Alberto se emitió siete minutos antes de la apertura de los bancos (REUTERS/Agustin Marcarian)
Ahora es Sergio Massa el que está pasando por ese laboratorio del fracaso que es el ministerio de Economía. La semana pasada enfrentó la primera gran corrida cambiaria de su gestión y, en cuarenta y ocho horas, produjo dos hechos políticos de altísimo impacto. Hizo echar al asesor presidencial, el empresario Antonio Aracre, a quien responsabilizó por la difusión de un plan para devaluar el peso y congelar precios. Y unió fuerzas con Cristina para forzar el final del plan de reelección con el que amenazaba Fernández. La operación “Alberto ya está”, como la bautizó el sindicalista Hugo Yasky, ya en modo profeta del cristinismo.
El problema para Massa fue que el dólar no bajó ni el mercado se calmó pese a que el video con la despedida electoral de Alberto se emitió siete minutos antes de la apertura de los bancos. La situación no está controlada ni mucho menos. Para el ministro de Economía, este lunes será un día de examen durísimo y esta semana terminará de definirse si podrá ser (o no) el candidato presidencial del Frente de Todos. Debe demostrar si puede parar la suba del dólar y frenar a la inflación. Tan simple como eso.
Durante el fin de semana, Massa mantuvo la hiperactividad que es su actitud ante la vida. Habló con otros ministros, con dirigentes del peronismo, con empresarios amigos y hasta con funcionarios estadounidenses que apuestan por su continuidad. A todos les dijo más o menos lo mismo: que va a frenar la corrida cambiaria; que va a conseguir U$S 1.000 millones de liquidación con el dubitativo Plan Soja 3; que va a conseguir otros 500 millones de la petrolera Chevrón; otros 680 millones de la Corporación Anfina de Fomento y que va a compensar las pérdidas de la sequía con el desembolso que el FMI va a hacer en junio por U$S 5.400 millones. El ministro hace la suma sin perder nunca la convicción y mantiene en el aire sus platitos chinos.
Por otro smartphone, Massa activa a su equipo de prensa y difunde las declaraciones del director argentino ante el FMI, el abogado Sergio Chodos, master en Columbia como Martín Guzmán. Es un funcionario que trabajó para estudios estadounidenses en los ‘90 (Shearman & Sterling, en Nueva York; y Morrison & Forster, en Washington); que llegó a la función pública con Roberto Lavagna en el gobierno de Néstor Kirchner y que el domingo estrenó el obsoleto adjetivo de “antipatria”.
Lo usó al acusar, sin nombrarlos, pero aportando datos en clave para individualizar a tres economistas de la oposición. Massa le apuntó así a los ex ministros Alfonso Prat-Gay y Hernán Lacunza, y al ex titular del Banco Central, Guido Sandleris. Todos ellos fueron funcionarios durante el gobierno de Mauricio Macri.
Massa sabe que con esa munición de fogueo poco puede hacer para mejorar su situación ante los mercados financieros, pero se trata de un simulacro que busca mantener sosegados a sus socios del kirchnerismo. Es que nada supera como motor de la desconfianza del Fondo a los 31 votos de diputados K en contra del acuerdo que cerró Guzmán, o a la aprobación parlamentaria de la moratoria previsional que empujó Máximo Kirchner.
Ahora no hay excusas para el ministro de Economía. Son tres las mesas en las que rinde examen Massa. Desde este lunes ante los mercados; día a día ante la sociedad con los números de la inflación y en esta semana definitoria ante el tablero electoral de Cristina. La Vicepresidenta respaldó su ingreso al Gobierno con la expectativa de que terminara siendo el candidato a presidente.
El gran interrogante para esta estrategia de Cristina es si podrá sostener a Massa candidato (Franco Fafasuli)
Pero ese experimento ha quedado a la deriva con la suba alocada de la inflación. Destrozado el intento de Alberto Fernández de competir por la reelección, Cristina Kirchner apuesta todavía a mantener su dedo como el gran ordenador de las candidaturas en el peronismo. Y le dará a Massa una última oportunidad de recomponer algo de las variables económicas para que siga siendo el candidato presidencial sin someterlo a discusión.
Desde la debacle económica de Martín Guzmán y Silvina Batakis, Cristina comenzó a elaborar su estrategia de salvación electoral construyendo el refugio de la provincia de Buenos Aires ante la posibilidad, cada vez más cercana, de una derrota impactante a nivel nacional. La idea siempre la de una boleta sábana en la que Massa fuera el candidato a presidente; con Axel Kicillof compitiendo por la reelección a gobernador y reservándose la alternativa de ir como candidata a senadora. Como en 2017, es el espacio ideal para mantener una cuota de poder en el Congreso y los fueros parlamentarios para resguardarse de la condena judicial a seis años de prisión por corrupción en la causa Vialidad.
El gran interrogante para esta estrategia de Cristina es si podrá sostener a Massa candidato en el caso de que la crisis económica y financiera no amaine. El jueves, la Vicepresidenta hablará en un acto en La Plata y dará algún indicio de sus pasos futuros. Su hijo, Máximo Kirchner, habló este fin de semana de un “candidato de consenso”. Está claro que el dedo no se negocia.
El plan alternativo es Daniel Scioli, siempre activo desde la embajada en Brasil y el primero que lanzó su candidatura presidencial en medio de la tormenta con el auspicio de Alberto. Pero él también entiende el juego del peronismo y ha empezado a activar sus olvidadas conexiones con el kirchnerismo.
Esta semana se fotografió junto a la intendenta de Quilmes, la camporista Mayra Mendoza, y el martes recibirá a Kicillof en Brasilia. Con fuerza, con optimismo y también con un cuidadoso manejo de la oportunidad. Scioli, que tiene entre sus aliados entusiastas a los movimientos piqueteros albertistas, entiende que el dedo de Cristina sigue teniendo en el peronismo más influencia que la herramienta competitiva de las PASO.
En casi ochenta años de historia, el peronismo ha resistido muchas adversidades para poder subsistir. Es un movimiento que sobrevivió a dos golpes de estado y a la proscripción de su fundador. Que se sobrepuso a una guerra interna entre varias de sus facciones, que se dirimió a balazos y que dejó cientos de muertos. Y que mantuvo competitividad electoral alumbrando un presidente de derecha (Carlos Menem) y dos de izquierda (Néstor y Cristina Kirchner). Uno privatizaba empresas y los otros las estatizaban. Incluso hubo peronistas, como Oscar Parrilli, que participaron activamente de los dos procesos. Y sin sonrojarse.
Tanta resilencia, sin embargo, no le ha alcanzado al peronismo para superar el Síndrome de Estocolmo que lo tiene aferrado al liderazgo de Cristina. Ninguno de sus gobernadores, ni de sus legisladores, ha logrado reunir el temple suficiente para enfrentarla. Y todo indica que será, una vez más, el dedo de la Vicepresidenta el que señale el rumbo y el nombre de los candidatos para transitar un camino que huele a derrota.
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