... en medio de los temores sobre cómo reaccionarán los mercados tras la victoria de Milei
Axel Kicillof consuela a Sergio Massa en el escenario del Complejo C. El gobernador leyó un extenso discurso y el candidato a Presidente aseguró que hay 60 días para revertir los resultados
Reunidos en un salón del primer piso del Complejo C, donde funcionó el búnker de Unión por la Patria, unos 100 dirigentes “vip”, entre ministros, candidatos, asesores, diputados y senadores, nacionales y provinciales, trataban anoche de convencerse mutuamente de que el panorama después de las PASO no era tan complicado como parecía. Sergio Massa aún no había llegado al búnker, y todos esperaban instrucciones sobre cómo continuar después de las primeras señales de debacle del oficialismo.
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Los dirigentes del Frente Renovador, sobre todo, predicaban que era mejor enfrentar a Javier Milei y a Patricia Bullrich, la ganadora de la interna de Juntos por el Cambio, que a Horacio Rodríguez Larreta, porque tenían por delante la tarea, más accesible, decían, de absorber los votos huérfanos del alcalde porteño, moderado. Sin embargo, esas arengas íntimas no bastaban para convencer a los referentes más experimentados, conscientes de que remontar el resultado catastrófico del peronismo, en las generales, será por lo menos complicado, si no imposible.
Durante las primeras horas de la tarde, varios habían puesto el grito en el cielo con los sorprendentes números de Milei en el interior. Pero le rezaban a la “santa” provincia de Buenos Aires para que les permitiera dar vuelta el resultado. Las plegarias no sirvieron para lograr el milagro que esperaban, aunque el porcentaje en el territorio bonaerense les permitió remontar algunos puntos y evitar que la debacle fuera absoluta. “Volvimos a respirar, la provincia nos dio oxígeno. Ahora hay que ponerse a trabajar”, dijo, con cierto tono de alivio, uno de los armadores del búnker, visiblemente agotado por el primer tramo de la campaña, que a partir de hoy volverá a empezar, esta vez rumbo hacia el 22 de octubre.
“Estamos jodidos”, admitía un referente del kirchnerismo, inclusive cuando los datos de la provincia de Buenos Aires le indicaban que al menos Axel Kicillof se posicionaba como ganador en la provincia de Buenos Aires. “Quizá nos salva Grabois”, agregaba otro, esperanzado con que los 23 puntos que aparecían en las primeras tendencias para Massa fueran subsanados con una sorpresa por izquierda dentro del propio frente. No ocurrió. El dirigente del Movimiento de Trabajadores Excuidos (MTE) apenas alcanzó el 5 por ciento, como se preveía.
Mientras tanto, se consolidaba la tendencia que ubicaba a La Libertad Avanza como fuerza más votada; a Juntos por el Cambio en segundo lugar, y al oficialismo en tercer puesto. A pesar de los razonamientos positivos, se hacía realidad el panorama peor evaluado en las semanas previas en el comando electoral de la calle Mitre, bajo la guía del consultor catalán Antoni Gutiérrez-Rubí y del jefe de campaña, Wado de Pedro, y del armador territorial, Máximo Kirchner, que se refugió en la privacidad de las reuniones políticas y la estrategia, y prácticamente no apareció en público durante la totalidad de la carrera proselitista hacia las Primarias.
Los intentos de disimulo atravesaron el final de la jornada en el enorme complejo frente al parque Los Andes. Sobre todo, entre aquellos dirigentes que habían sido designados para enfrentar las cámaras, fuera cual fuera el resultado. Uno a uno, Matías Lammens, Julián Domínguez, Cecilia Moreau y Daniel Scioli recibieron palabras de aliento del resto de los dirigentes con los que compartían la espera, antes de salir al ring que representaba la carpa de prensa, montada en la intersección de Av. Corrientes y Leiva. El objetivo era evitar reproducir en público los semblantes del backstage, cuando era un hecho que UP, como conjunto, no había logrado superar los 30 puntos que esperaba reunir con la suma de los votos de Massa y Grabois.
Para el momento en que Sergio Massa llegó al complejo cultural, pasadas las 21, no había vuelta atrás: estaba confirmado que Javier Milei había dado el batacazo, con sendos triunfos en 16 provincias, y UP se ubicaba en el tercer puesto. También estaba confirmado que Cristina Kirchner y Alberto Fernández no irían a dar la cara en la derrota, a diferencia de 2021, cuando aceptaron pararse con las caras largas en el escenario. El candidato, que llegaba directamente desde Tigre, subió por las escaleras hasta el primer piso, donde lo esperaban Máximo Kirchner y Wado de Pedro. Se dedicaron mutuos abrazos y palmadas en las espaldas, entre sonrisas livianas. Después se sumó Kicillof, el gobernador de la provincia más poblada, que había sido eje de fuertes críticas subterráneas durante la campaña, tanto del kirchnerismo como del massismo, por “cortarse solo con su Clío”, y que finalmente se alzó como el único triunfador en su distrito, a nivel provincial como nacional. “Al final nos salvó Axel”, admitió un funcionario nacional. A él también lo abrazaron.
En ese encuentro íntimo, que duró más de una hora, se habló principalmente de la manera de enfrentar esa misma noche, pero sobre todo, el oscuro día siguiente, con la principal preocupación puesta en el fantasma de una corrida cambiaria por el triunfo del candidato que promete dolarizar la economía. Massa buscó tranquilizarlos. “No hablaron casi nada de estrategia para adelante”, dijo uno de los asesores de Massa, pero advirtió, a priori, que a partir de ahora habrá un “replanteo total” del plan de campaña.
Massa-Rossi, la fórmula oficialista (Foto: Franco Fafasuli)
Gutiérrez-Rubí había estado desde temprano en el Complejo C, y se fue pasadas la 1, cuando se empezaba a vaciar el edificio de militantes y dirigentes golpeados por el desenlace adverso. “Ahora vamos a ir con el concepto de nueva mayoría”, dijeron cerca de Massa, ya de madrugada. Después del discurso del jefe del espacio, los voceros de UP ya empezaban a poner en marcha ese probable slogan, con el que el Frente Renovador se prepara para machacar durante las próximas semanas antes de las generales. Se tratará de llamar a radicales, peronistas desencantados, e incluso larretistas no dispuestos a votar a Bullrich, a dejar a un lado el disgusto y acompañar al tigrense. Quieren presentarlo ante los que dudan como mal menor, en comparación con “la piba” y con Milei, referentes de derecha y ultraderecha.
El ánimo forzado de la militancia buscó envalentonar a los principales candidatos en los discursos de cierre de la jornada, pero el contraste con la alegría que había inundado el búnker en las PASO presidenciales de 2019 era insoslayable. Primero habló el rival en la interna con Massa, Juan Grabois, que se puso “a disposición” pero pidió que incluyeran sus ideas sobre “humanismo” en la agenda; después le tocó al aspirante de la Ciudad, Leandro Santoro, que reivindicó su propia performance y llamó a apoyar la boleta completa; y finalmente, a Kicillof, el único que ganó en su distrito, y que se despachó con un largo discurso, como siempre, pero como pocas veces, leído. “¡Dale, Massa!”, le gritaron varios desde el llano al candidato recién estrenado, que se preparaba para dirigirse al país frente a las cámaras.
Massa no aludió a la derrota, y se mostró dipuesto a convencer de que aún está a tiempo de revertir el escenario en octubre. Aunque su mirada, en realidad, está puesta, por pura necesidad, en el ballotage. Será la única oportunidad, aunque difícil de alcanzar, de dar vuelta la catástrofe que le devolvieron las urnas. Un hecho que, a pesar de los intentos de imprimir optimismo en las caras y discursos de los dirigentes, no se le escapaba a nadie anoche durante la salida del calefaccionado Complejo C a la noche fría de Chacarita.
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