El acto de Javier Milei en Parque Norte
Un par de frases suelen escucharse asiduamente en los últimos días entre empresarios y profesionales. Una la expresan cuando se les recuerda que Javier Milei promete aplicar políticas económicas ortodoxamente liberales. La respuesta: “Está bien, pero no a cualquier precio”. La otra la pronuncian cuando se les advierte que Milei cuenta con algunos empresarios que dicen apoyarlo. La contestación: “No en mi nombre”. Ambas expresiones simbolizan un clima de época en el que prevalece el temor a una eventual presidencia de alguien que carece de sensibilidad como para advertir que está destruyendo la democracia. La votación de la sociedad cada dos años es un aspecto instrumental, básico e imprescindible del sistema democrático; pero la democracia es también, y sobre todo, una manera de vivir en el respeto a las formas, tan importantes como la preservación de las normas electorales. Respetar las formas significa la aceptación del que piensa distinto y un esfuerzo permanente de comprensión de los argumentos del otro.
Todo, tan lejos de Milei. Muchos exponentes empresarios y profesionales (y no pocos intelectuales que jamás fueron kirchneristas) temen que la famosa motosierra del líder libertario comience por podar el sistema político que gobierna el país desde hace casi 40 años. “La elite empresaria argentina se ha mostrado en gran medida escéptica respecto de Javier Milei”, precisó el prestigioso diario británico Financial Times. Por su parte, la revista también británica The Economist, la publicación más influyente en la economía mundial y uno de los más creíbles profetas del liberalismo, puntualizó que Milei representa “un peligro para la democracia”; lo calificó como un “académico excéntrico más que como un aspirante a presidente”. “A pesar de sus credenciales neoliberales, apunta The Economist, el candidato presidencial tiene una vena autoritaria”. Milei no oculta su verdadero rostro ni dentro ni fuera del país. Él podrá llamarla “casta”, pero lo cierto es que las elites ven como un peligro la cercanía al poder de alguien con tan pocos mecanismos personales para frenar sus violentas reacciones públicas.
Vale la pena detenerse en el análisis del liberalismo y los cambios que se observan frente al líder libertario. Durante décadas, el liberalismo argentino limitó sus propuestas a los aspectos netamente económicos de ese ideario mucho más amplio y humanista, que promueve, por ejemplo, la libertad de las personas, su igualdad política y jurídica y el progreso económico. Imposibilitados de acceder al poder por el voto de la sociedad, sus dirigentes optaron en el pasado por apoyar a los gobiernos de facto para aplicar sus recetas económicas. El proyecto liberal encontró una salida electoral con Álvaro Alsogaray en los años 80, quien luego enhebró una sólida alianza de poder con Carlos Menem. Por lo que se ve ahora, el liberalismo local no está dispuesto a respaldar programas económicos afines “a cualquier precio” político e institucional. Se trata de un enorme avance político del país, con el que Milei nunca esperó tropezar. El liberalismo económico debe caminar de la mano del liberalismo político, de la urbanidad y de las buenas maneras. La democracia liberal es también una ceremonia y sus creyentes deben observar fielmente sus ritos y su liturgia. Ese es un discurso ahora frecuente entre personas que cultivan las ideas liberales.
Debe destacarse en ese orden de cosas la actitud del empresario Eduardo Eurnekian, el único entre los hombres de negocios argentinos que le puso frenos públicamente a Milei, mientras otros empresarios intentan, casi con desesperación, hablar con él o, al menos, con alguno de sus asesores. “Que se tranquilice. La Argentina no necesita un dictador, no estamos en condiciones de aguantar otro dictador”, disparó Eurnekian, en una frase célebre por su inédita dureza. Tal vez el poderoso empresario lo haya hecho porque aquella publicación del Financial Times lo vinculó directamente a él con el líder libertario (este fue empleado de Eurnekian desde 2008 hasta 2021, durante 13 años) o quizás porque el dueño de los aeropuertos nacionales –y de varios extranjeros– conserva una vieja cercanía con el papa Francisco, injustamente insultado por Milei. Pero también debe haber influido el hecho de que Eurnekian acaba de cumplir 90 años; preparó una generación de familiares directos para que lo sucedan y fue él, de algún modo, el que financió la formación intelectual de Milei, como señaló el Financial Times. Eurnekian no quiere, según parece, que la historia lo recuerde por haber malcriado a un autoritario. También es cierto que hizo valer su condición de antiguo patrón de Milei: “Que se calle la boca”, le ordenó delante de los micrófonos, y lo mandó de paso a que guarde en una cajonera profunda su proyecto de dolarización porque Eurnekian no está de acuerdo con esa propuesta de Milei. No le gusta, dijo, que el país tenga una moneda que le es ajena.
Eurnekian no quiere, según parece, que la historia lo recuerde por haber malcriado a un autoritario
También en el periodismo es perceptible la certeza de que la lucha por la libertad deberá reanudarse con Milei. Antes de recibir cualquier crítica, el líder libertario recurrió al mismo arsenal que usaron los Kirchner para neutralizar a la prensa: mentir sobre el periodismo, injuriarlo y convertirlo en su principal enemigo. El último episodio sucedió con el periodista Diego Sehinkman, a quien le reclamó que le enviara una lista de invitados a su programa de televisión; solo después de revisar la lista decidiría la aceptación o no de la invitación de Sehinkman. La vio y no le gustó; luego explicó su rechazo con argumentos típicamente conspiranoicos. Mucho antes, en mayo pasado, condicionó también un reportaje que le había concedido al diario La Gaceta, de Tucumán; exigió que el periodista no le hiciera preguntas sobre portación de armas y sobre venta de niños y órganos. El histórico diario tucumano rechazó tales condiciones y el reportaje no se hizo. “Convalidar esa pretensión –por fuera de la ética periodística– hubiera significado avalar una afectación de la libertad de prensa y una falta de respeto hacia nuestros lectores”, escribió La Gaceta para contar lo que había pasado con el líder libertario.
Milei parece haber vivido en un Tupperware en los últimos 20 años, porque desconoce en los hechos las agresiones que el periodismo sufrió durante el kirchnerismo primero y con el cristinismo después. Nunca cesaron. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA intervino directamente en el país para velar por el derecho de las personas solo en dos oportunidades en el pasado reciente: durante el gobierno militar y cuando mandaba Cristina Kirchner. Hasta esos extremos llegó la agresión del cristinismo a la prensa. Como en todo colectivo humano, en el periodismo hay buenas y malas personas, hay honestas y también deshonestas, pero no todas son corruptas como sostiene Milei. Tampoco la publicidad oficial convierte sin más en corrupto a un medio o a un periodista. La hipocresía del candidato libertario lo llevó a trenzar una alianza con el sindicalista Luis Barrionuevo, el único dirigente que aceptó públicamente que
“tenemos que dejar de robar por lo menos dos años”.
Milei tiene derecho a ir o a no ir a programas periodísticos, pero no tiene ningún derecho a ponerle condiciones al ejercicio del periodismo libre. La prensa, en cualquiera de sus formatos, tampoco debe aceptar sus condiciones. Durante el auge del kirchnerismo, el peor insulto que se le ocurría a esa corriente política era la de señalar falsamente a algunos periodistas como cómplices de la última dictadura militar. Nos cambiaron las historias personales a muchos periodistas; la calumnia venía, además, de un matrimonio que jamás se había enfrentado a los militares durante el fulgor político de estos. Los dos Kirchner, Néstor y Cristina, estuvieron tan lejos de todo aquello que el marido llegó a cometer el papelón de pedir disculpas “en nombre de un Estado que no ha hecho nada”. Un imperdonable olvido del juicio a las juntas militares ordenado por Raúl Alfonsín.
Ahora, Milei comete la misma injusticia, pero al revés. Culpa a algunos periodistas de haber sido guerrilleros cuando nunca lo fueron. Nadie sabe si lo hace porque alguien le da información falsa o si cae en tales agravios consciente de que está mintiendo. El periodismo creía que estaba cerca de recobrar su plena libertad (y la tranquilidad, que no es una condición menor) cuando descubrió que la lucha por sus derechos elementales podría empezar de nuevo, otra vez. No habrá remedio en tal caso: empezará.