Milei ha convencido a millones de argentinos de que la culpa del fracaso económico y la decadencia actual es de los dirigentes políticos y de algunos grupos empresarios (REUTERS/Agustin Marcarian)
Margarita Barrientos nació en Añatuya, Santiago del Estero, una de las provincias más pobres del país con un estadio de fútbol de nivel europeo. Perdió a su madre de adolescente y el padre la abandonó. Pero esas desgracias nunca la amilanaron. Se vino a Buenos Aires, se casó, tuvo nueve hijos y se puso un comedor en Villa Soldati cuando la pobreza comenzó a golpear con fuerza al país de la soja, el trigo, el maíz y el shale gas en Vaca Muerta.
(Franco Fafasuli)
El año pasado comían en sus mesas de Los Piletones unos 2.000 argentinos por día. Desayuno, almuerzo y merienda. Después se llevaban lo que sobraba en un tupper para poder cenar. En los últimos meses, la cantidad de asistentes subió a 3.700 diarios.
Margarita también les consigue zapatillas usadas, ropa y útiles del colegio a los chicos. Algunos de los que van son de Capital y otros del conurbano bonaerense. Grand Bourg, González Catán, Quilmes. Muchos llevan a sus hijos a comer, y no se animan a sentarse a las mesas hasta que transcurren un par de semanas.
Los argentinos pobres sin subsidios llegaron a la cifra de 18.500.000 el 30 de junio (Photographer: Sarah Pabst/Bloomberg)
Entonces sí, cuando el hambre no se aguanta más, se sientan a comer con enorme vergüenza. Algunos lloran desconsolados. Porque tienen trabajo, empleos informales, changas de tanto en tanto, pero no les alcanza la plata. No son de los que tienen planes sociales. Son los argentinos caídos del sistema. Los que antes podían, pero ahora ya no logran mantener a sus familias.
Aunque pueda parecer increíble, el cuadro social que se conforma en las mesas de Margarita Barrientos, se repite en las mediciones del Indec que se conocieron durante la última semana. La pobreza en el segundo trimestre del año trepó al 41,5%, con lo que el promedio de 2023 ya supera el 40% (40,1%).
Ese 40,1% no incluye a los argentinos con planes sociales, sino el porcentaje superaría holgadamente el 50%. Los argentinos pobres sin subsidios llegaron a la cifra de 18.500.000 el 30 de junio. Y los más afectados son las personas con empleos en blanco (registrados), con trabajos en negro (no registrados) y cuentapropistas. Casi un calco del promedio de los que van al Comedor Los Piletones. Gente con trabajo a la que no le alcanza la plata para comer, vestirse, educarse o mantenerse sanos.
Comedor de Margarita Barrientos (Gustavo Gavotti)
Esa es la tragedia de la Argentina de hoy. La de un país que no deja de empobrecerse desde hace medio siglo. La que asoma detrás de la inflación, de la disparada del dólar, del cepo a las transacciones comerciales y de la discusión sobre si es necesaria la dolarización, el shock de economía bimonetaria o la entrega de millones de subsidios estatales a cambio de ir a dos marchas por semana en la Nueve de Julio. Asombra que el Gobierno, y buena parte de la dirigencia política, no acierten en cómo solucionarlo.
Pero hay más. Las cifras de la pobreza medidas por el Indec llegan hasta mitad del año. La inflación ha seguido subiendo. Fue del 12,4% en julio, también fue de dos dígitos en agosto y muy posiblemente vuelva a serlo en septiembre. Los consultores privados que miden ingresos contra el costo de la canasta básica de alimentación calculan que, en estas semanas, la Argentina está atravesando la cifra escalofriante de 20.000.000 de pobres.
Ese es el resultado de las malas políticas que han aplicado todos los gobiernos de 1983 a la fecha. Es cierto que algunos han tenido mejores resultados y otros peores, como también es cierto que la pobreza, y con ella la inseguridad, el déficit de salud y el de educación, crecieron sin pausas en estas cuatro décadas.
Tras las PASO, Javier Milei es el máximo candidato a alcanzar la presidencia
Para todos los encuestadores, sin excepciones, esta radiografía de la Argentina real con veinte millones de pobres explica el desencanto de un sector significativo de la sociedad y el ascenso político de Javier Milei, el candidato de la Libertad Avanza que lideró las elecciones primarias del 13 de agosto y el que tiene al menos hasta ahora las mayores chances de llegar a presidente.
Milei ha convencido a millones de argentinos de que la culpa del fracaso económico y la decadencia actual es de los dirigentes políticos y de algunos grupos empresarios, de economistas y hasta de periodistas a los que agrupa bajo el hallazgo conceptual al que denomina “la casta”. Ahora que mantiene conversaciones con sindicalistas como Luis Barrionuevo, Gerardo Martínez o Facundo Moyano habrá que ver si logra que sus votantes le sigan creyendo lo de la casta. Hasta ahora, las denuncias de pactos con el peronismo, o con Sergio Massa, no le han provocado impacto.
A medida que crecía, Milei ha ido concentrando grupos de argentinos que se oponen a la posibilidad de que llegue a presidente. Han firmado cartas en su contra algunos intelectuales de izquierda y alineados con el kirchnerismo. Lo ha hecho un sector de la colectividad judía, también cercano a Cristina Kirchner, y pese al intento fallido del Pacto con Irán y el de beneficiar a sospechosos de participar en el atentado a la AMIA. Y hasta hay empresarios que advierten sobre el riesgo que correría la Argentina si el libertario gana en octubre.
En una entrevista con CNN Radio, el filósofo y ensayista Alejandro Katz hizo un interesante análisis vinculando la situación de pobreza en la que se derrumba la Argentina y el fenómeno electoral exitoso de Milei. Hay que decirlo, Katz es uno de esos intelectuales que llama a evitar que el libertario se convierta en presidente. Pero eso no le impide ver el atractivo de su apuesta.
“Milei es una persona que me parece, por muchas razones, muy cuestionable y que me provoca una enorme preocupación, pero Milei tiene razón cuando identifica el fracaso colectivo asociado con la responsabilidad de los sectores dirigentes de la sociedad”, explica Katz sobre la irrupción del libertario. “¿Quiénes son sus votantes? El ha sabido capturar las emociones y un argumento, que son la ira y el resentimiento. Sobre todo el de los humildes, que ven que la retribución del esfuerzo se ha vuelto muy injusta”.
Milei ha ido concentrando grupos de argentinos que se oponen a la posibilidad de que llegue a presidente
En la última semana, la Argentina ha descubierto un ejemplo extraordinario de casta política, que le sirve en bandeja a Milei los argumentos para insistir en su estrategia electoral. Casi por casualidad, un policía descubrió en la plaza más céntrica de la ciudad de La Plata a un individuo extrayendo plata de un cajero automático del Banco Provincia. Julio Rigau, a quien la historia de la corrupción argentina ya inmortalizó por su apodo “Chocolate”, fue detenido por la cantidad de dinero que se estaba llevando.
Después se fue conociendo la trama, parte del esquema de corrupción que funciona en la Legislatura Bonaerense y que se repite en muchos palacios legislativos, gobernaciones e intendencias de la Argentina. “Chocolate” tenía 48 tarjetas de crédito pertenecientes a ciudadanos que prestan su nombre a cambio de algunos pesos para que estos punteros políticos puedan hacerse de millones cada día. El amigo “Chocolate”, por ejemplo, juntaba unos 28 millones al mes que, en el mejor de los casos, iba a parar al financiamiento de alguna campaña electoral del peronismo, el sector político al que pertenece el tarjetero.
Más insólito resulta que, a las pocas horas, dos jueces de la Cámara de Apelaciones bonaerense (Juan Benavides y Alejandro Villordo), hayan liberado a “Chocolate” y ordenaran hasta la devolución del dinero. ¿El argumento? Fallas de procedimiento en el operativo policial y un apunte surrealista: No se puede condenar a alguien porque “retirar dinero de un cajero automático no es delito”. Como si al ex funcionario kirchnerista, José Lopez, lo hubieran exculpado porque tampoco es delito andar por la calle a las tres de la mañana con una ametralladora y bolsos con nueve millones de dólares. Pero así es como sucedió.
El mecanismo de recaudación financiera para la política de “Chocolate” Rigau, quien trabaja en el circuito del peronismo bonaerense que responde al gobernador Axel Kicillof, es apenas uno de los que se ha descubierto. Otros siguen con tranquilidad en otras muchas legislaturas y oficinas públicas de la Argentina. Y no hay protestas generalizadas desde la dirigencia política porque son muchos los que lo practican y los que se benefician.
En 2016, solo para sumar otro ejemplo, la entonces flamante vicepresidenta Gabriela Michetti intentó hacer un cambio revolucionario en el Congreso Nacional. Consistía en poner controles digitales en las puertas de la Cámara de Senadores para que quedaran registradas las asistencias de todo el personal, incluyendo horarios de entrada y salida de cada empleado.
La revuelta fue generalizada y movilizó al peronismo. Pero también a la UCR y hasta a algunos dirigentes del PRO, quienes vieron amenazada sus libertades personales y cayeron en la cuenta de que iban a tener que ir a trabajar todos los días y cumplir horarios que jamás habían cumplido. La revolución duró menos de tres meses y los controles digitales pasaron al olvido.
Esa es otra huerta del terreno fértil sobre el que cosecha Milei. Los ñoquis de las legislaturas, los tarjeteros que extraen pesos de cuentas al servicio de la política o la ineficacia histórica de las dirigencias para combatir la pobreza. Heridas sangrantes del país adolescente que encuentran a un candidato que grita, que les asegura que es ahí donde está el dinero que les falta a ellos o que blande una motosierra para cortar de cuajo toda la podredumbre que crece con los años y que ningún remedio de la política tradicional ha podido curar. La ira y el resentimiento del que hablaba Katz y atraviesa a todos los segmentos sociales.
Tratando de resistir ese escenario desfavorable, Patricia Bullrich intenta aprovechar el envión anímico de los triunfos de Juntos por el Cambio en las provincias que elegían gobernador. Hace dos semanas fue Santa Fe, hace siete días el Chaco y este domingo fue Mendoza, donde ganó la gobernación Alfredo Cornejo y la candidata apareció junto al primer radical que eligió como aliado. Apuesta a que esos votos se proyecten a nivel nacional.
Cuando llegó a la Casa Rosada a fines de 2015, Mauricio Macri pidió razonablemente que evaluaran la eficacia de su gestión por los resultados que obtuviera con la pobreza. Ese índice llegó a bajar al 24,8% en 2018 y terminó en 34,7% para diciembre de 2019, cuando tuvo que entregar el poder. La sociedad lo evaluó por esa pobreza que siguió creciendo y Macri terminó derrotado en las elecciones por Alberto Fernández y por Cristina Kirchner. “Ten cuidado con lo que deseas”, dice el proverbio chino.
Ahora les toca a Alberto, a Cristina, y también al candidato Sergio Massa, afrontar las consecuencias de una Argentina que va a cruzar la barrera de los veinte millones de pobres.
El marketing del Estado presente y los eslogans vacíos como “la Patria es el otro” y tantas frases de ocasión, se derrumban ahora en medio del hartazgo por una sola realidad. La de los argentinos que deben ir a desayunar a un comedor porque no saben si podrán volver a comer durante el resto del día. En eso se ha convertido el país al que alguna vez llamamos el granero del mundo.
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