Una vista muestra casas y edificios destruidos por bombardeos israelíes, en Jabalia, en el norte de la Franja de Gaza, 11 de octubre de 2023 (Reuters)
El viernes, el gobierno israelí dio 24 horas a la población civil del norte de la Franja de Gaza para evacuarla al sur del territorio, en previsión de una gran ofensiva militar. Hamas, por su parte, “dijo a los residentes de Gaza que no se movieran, a pesar del plazo dado por Israel”, informó Reuters el mismo día.
Amigos y familiares lloran a Daniella Dana Petrenko, de Haifa, asesinada en un ataque mortal por terroristas de Hamas en un festival, al que asistió con su novio. Como esta familia, miles de familias israelíes enterraron a sus amigos, parientes, novios, padres, hijos tras la invasión yihadista del 7 de octubre pasado (Reuters)
Personas razonables pueden criticar a Israel por no dar tiempo suficiente a los civiles para alejarse del peligro: hay, sobre todo, ancianos, discapacitados y enfermos de Gaza -y quienes les ayudan- que pueden verse obligados a quedarse en casa.
Personas razonables también pueden oponerse a otras medidas que los israelíes han tomado en respuesta a la masacre de judíos más mortífera desde el Holocausto. No parece ni correcto ni inteligente que Israel corte el suministro de agua y electricidad a Gaza hasta que los rehenes de Hamas sean devueltos, no porque Israel no deba hacer lo que sea necesario para conseguir su liberación, sino porque las personas que más sufren con esta medida son las que menos pueden influir en el destino de los rehenes. Los dirigentes de Hamas, estoy seguro, se han abastecido ampliamente a sí mismos y a sus fuerzas de combustible, generadores, agua potable y otros artículos de primera necesidad.
Pero lo que la gente razonable no puede discutir es el cinismo con el que Hamas está llevando su parte de la guerra. Es un cinismo que el resto del mundo no debería recompensar con nuestra credulidad, no sea que una vez más nos convirtamos en idiotas útiles de Hamas.
Pensemos en ello: Hamas lanzó un ataque con un desenfreno como el que mostraron los nazis en Babyn Yar o el grupo Estado Islámico en Sinjar. Lo hizo sabiendo que provocaría la respuesta israelí más furiosa posible. ¿Por qué poner en peligro a millones de palestinos? Porque Hamas ha aprendido que se beneficia al menos tanto de las muertes palestinas como de las israelíes: cuantas más de cada lado, mejor.
Asesinar judíos es un fin en sí mismo para Hamas, porque cree que cumple un objetivo teológico. El pacto original de Hamas invoca este mandato: “El Día del Juicio no llegará hasta que los musulmanes luchen contra los judíos y los maten. Entonces, los judíos se esconderán detrás de rocas y árboles, y las rocas y los árboles gritarán: ‘Oh musulmán, hay un judío escondido detrás de mí, ven y mátalo’”. Más tarde Hamas suavizó el lenguaje de “judíos” a “sionistas” y de “matar” a “resistir a la ocupación con todos los medios y métodos”, pero el significado es el mismo.
Hamas también consigue objetivos prácticos y propagandísticos poniendo a los palestinos en peligro. Más civiles en las zonas de combate significa más escudos humanos para sus fuerzas. Más palestinos muertos y heridos significan más simpatía por su bando y más condena de Israel.
Por eso Hamas convirtió el hospital central de Gaza en su cuartel general durante el conflicto de 2014. Por eso almacenó cohetes en escuelas. Por eso ha utilizado mezquitas para almacenar armas. Por eso dispara cohetes desde zonas densamente pobladas de Gaza. Hace todo esto sabiendo que Israel, que se ha comprometido a respetar las leyes de la guerra, trata de evitar alcanzar esos objetivos y, cuando los alcanza, que ello dará lugar a acusaciones de crímenes de guerra y a exigencias diplomáticas de moderación. En cualquier caso, Hamas gana ventaja.
El cinismo no acaba ahí. Durante una ronda anterior de enfrentamientos, el líder político de Hamas, Jaled Meshaal, denunció a Israel por cometer un “Holocausto” contra los palestinos. Lo dice el jefe de un grupo terrorista que niega el Holocausto. Hamas también suplica la compasión internacional por lo que dice es la insondable pobreza de Gaza. De hecho, el producto interior bruto per cápita de Gaza, de 5.600 dólares en 2021 en términos de poder adquisitivo, no es mucho menor que el de la India.
Pero Hamas gasta fortunas en construir una maquinaria bélica cuyo único propósito es golpear a Israel. En 2014, The Wall Street Journal informó de que con el dinero que Hamas podría haber gastado en construir un solo túnel para infiltrarse en Israel, podría haber comprado suministros de construcción “suficientes para construir 86 casas, siete mezquitas, seis escuelas o 19 clínicas médicas.” En aquel momento, Israel había identificado al menos 32 túneles de este tipo.
Un Hamas que quisiera una Gaza más próspera -una que no obligara a sus vecinos a levantar vallas a su alrededor y torres para vigilarla- podría tenerla, simplemente desistiendo de sus objetivos ideológicos. Si Gaza es la prisión al aire libre que tantos críticos de Israel alegan, no es porque los israelíes sean caprichosamente crueles, sino porque demasiados de sus residentes suponen un riesgo mortal. Como prueba, basta con echar un vistazo al pogromo del 7 de octubre.
Mientras escribo, las fuerzas israelíes parecen estar a punto de lanzar su asalto terrestre a Gaza. Con esa invasión, la balanza de la simpatía mundial, junto con el peso de la presión diplomática, se volverá sin duda contra Israel. Esa ha sido siempre parte de la estrategia de Hamas: como el niño que asesina a sus padres y luego, a través de sus abogados, suplica clemencia al tribunal porque es huérfano.
Hamas quiere los beneficios de ser un perpetrador y la simpatía de ser una víctima al mismo tiempo. Que se salga con la suya dependerá, en parte, de la comunidad internacional, que en este caso le incluye a usted, lector.
Deberíamos ser capaces de hacerlo bien. La causa principal de la miseria de Gaza es Hamas. Es el único culpable del sufrimiento que ha infligido a Israel y que ha provocado a sabiendas contra los palestinos. La mejor manera de acabar con la miseria es eliminar la causa, no detener la mano del eliminador.
* Este artículo apareció originalmente en The New York Times.
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