El Ayatoallah Ali Khamenei durante una audiencia. La huella de Irán está detrás de la mayoría de los conflictos que encienden Medio Oriente (Europa Press)
Desde hace casi 45 años Irán está empecinado en hacer de Medio Oriente un hervidero insoportable. Más allá de políticas erráticas de las potencias occidentales, el régimen conducido primero por el ayatollah Ruhollah Khomeini y desde su muerte en 1989 por Ali Khamenei, ha dedicado su tiempo a intentar llevar su revolución y cosmovisión no sólo a los países vecinos, sino al resto del mundo. Tal es su mandato evangelizador.
Para ello creó células y brazos armados que se fueron extendiendo a lo largo de toda la región, pero que tuvieron trascendencia internacional. Hezbollah, la fuerza terrorista libanesa chiíta, es su principal ejemplo. En la actualidad es comandado por Hassan Nasrallah. Ese brazo armado, con presencia política en un país que alguna vez fue ejemplo de estabilidad y prosperidad, extendió sus tentáculos a todo el globo. América Latina es uno de sus polos de acción más significativos.
En esas más de cuatro décadas, Teherán tejió estructuras y se mostró más que receptivo a financiar diferentes grupos armados. Es el caso, también, de las milicias hutíes en Yemen que controlan gran parte de aquel país arábigo y representan un dolor de cabeza permanente para Arabia Saudita, histórico enemigo de Irán. Esos rebeldes se potenciaron desde el 7 de octubre, día de la masacre del grupo terrorista Hamas contra el pueblo israelí.
Hamas, aunque con raíces sunitas, es otro de los beneficiarios. Recibe gran parte de su financiamiento del régimen iraní. No hay barreras teológicas que detengan marcha alguna si el objetivo común es hacer desaparecer Israel. Qatar también forma parte del club de amigos de los extremistas palestinos, aunque desde hace algún tiempo pretende cambiar su imagen y se muestra al mundo como un negociador en quien confiar. La vida de los 136 rehenes que mantienen cautivos en los túneles de Gaza dependen en gran medida de sus gestiones. Para muchos, una cuestión de public affairs.
Desde ese lúgubre sábado de octubre, Medio Oriente volvió a ser el centro de atracción. Todos los ojos se volvieron a esa incandescente región. Ucrania, castigada por Rusia desde hace casi dos años, pasó a un segundo plano en la consideración mundial. Celebra Vladimir Putin, que hará pasar a sus tropas otro duro invierno refugiadas en las trincheras, mientras espera que la moral europea se derrumbe por completo.
Ese fatídico día también marcó un quiebre en el acoso de las milicias proiraníes diseminadas por Siria e Irak hacia bases norteamericanas apostadas en la zona. También los hutíes, embanderados súbitamente en la causa palestina, comenzaron a herir el comercio mundial al disparar drones contra buques cargueros que pasan por el Golfo de Adén camino al Mar Rojo. Ese hostigamiento está dañando la cadena de suministro global y encareciendo los fletes. También afecta a China, que dice quejarse ante Irán en voz baja. Tan baja que nadie lo escucha.
Pero el ataque de este domingo contra la Torre 22 -un centro de suministro norteamericano cercano a la triple frontera entre Jordania, Siria e Irak, clave para la lucha contra el Estado Islámico- cruzó una línea roja. Tres soldados murieron: William Rivers, Kennedy Sanders y Breonna Moffett. El atentado con drone fue atribuido por Washington a la Resistencia Islámica de Irak, un grupo solventado por Irán. El régimen teocrático intentó despegarse, algo esperable.
Joe Biden prometió responder a ese crimen. Presionado por el Partido Republicano, su administración evalúa diferentes opciones. De acuerdo a un artículo publicado por The Wall Street Journal, la Casa Blanca tiene tres o cuatro caminos para tomar: un bombardeo selectivo a algún objetivo en territorio o aguas iraníes, algo que no ocurre desde los años 80; atacar blancos iraníes en el exterior, como ocurriera en enero de 2020 con el general de la Guardia Revolucionaria Islámica Qassem Soleimani en Bagdad; barrer con esos grupos apoyados por el régimen con bombardeos; profundizar las sanciones económicas contra Teherán con el respaldo de los países aliados. O una combinación de algunas de ellas.
La primera de las alternativas es la más arriesgada. Podría extender una guerra que debía concentrarse en la Franja de Gaza a toda la región y al mundo. Los interrogantes serían múltiples a medida que aliados de uno y otro lado comenzarían a involucrarse más activamente: Irán tejió una sociedad amplia con Rusia, China y Corea del Norte. Tiene aceitados lazos en América Latina -Cuba, Nicaragua y Venezuela- y en África -Sudáfrica, con su “gesta” antiisraelí-. Específicamente en la región sólo encontraría alianzas en Siria y en una desmembrada Irak.
Su bombardeo contra un grupo suní al que considera terrorista tensionó las relaciones con Pakistán, que respondió de igual forma. Tanto Teherán como Islamabad aseguraron haber dado vuelta la página tras el llamado a consultas de sus embajadores. Pero las heridas -y las muertes provocadas- están aún muy frescas como para descartar que pueda suscitarse allí otro foco. India observa.
Por estas horas, Washington sopesa sus alternativas. Podría tomarse un tiempo antes de actuar. También sabe que deberá ser lo suficientemente contundente para disuadir cualquier otro ataque que acarre una nueva muerte norteamericana en un contexto demasiado crítico y sensible. Tan convincente deberá ser la respuesta como para que no vuelva a cruzarse otra línea roja que podría ser definitiva y cambiar el presente tal como lo conocemos.
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fuente infobae.com