29 JUL | 09:15

Se reedita el drama de los presidentes argentinos y sus vices

Ejemplos y tensiones del pasado. La tirante relación entre los integrantes del binomio presidencial no es una novedad en la historia nacional. Los antecedentes, muchos de ellos todavía frescos...Por Alberto Amato
... en la memoria colectiva
 
 
Javier Milei y Victoria Villarruel, sonrientes, subidos a un tanque durante los festejos por el 9 de Julio (Foto AP/Gustavo Garello)
 
 
Tan bien marchan las relaciones entre el presidente Javier Milei y la vicepresidente Victoria Villarruel, que al menos una vez por semana hay que ratificar eso, que andan muy bien y ambos marchan del brazo y por la calle, o en tanque de guerra. Da igual.
 
 
Hoy se van a encontrar en La Rural. El vocero presidencial, Manuel Adorni, ironizó el otro día, lo hace muy bien, sobre la posibilidad de una foto juntos, en la celebración del campo en la ciudad. El tipo dijo que todo dependía del fotógrafo: “Si encuentra un buen ángulo, a lo mejor tenemos una foto juntos”. Eso es la ratificación del aserto inicial: las relaciones andan muy bien. Las relaciones Milei-Villarruel andan como la mona. La tensión entre ambos se corta en el aire con una pluma y de nada valen los gestos amistosos para las fotos improbables.
 
El mensaje de Villarruel en redes sociales
 
El último pico de tensión estuvo signado por los cánticos maledicentes de los jugadores del seleccionado de fútbol dirigidos a sus otrora rivales franceses en el mundial de Qatar, que ganó Argentina y perdió Francia en la final. Los cantos fueron un dechado de bestialidad, aunque tampoco se podía esperar de los exitosos atletas que volvían de ganar la Copa América que expresaran su alegría con un canto gregoriano. Presidente y vice expresaron opiniones opuestas sobre el caso y la cuerda ya no aguanta un tironcito más. De manera que es muy probable que hoy ambos simulen un entendimiento que no existe, mientras por el aire vuelan dardos emponzoñados y alfanjes afilados. Vamos, lo normal.
 
 
En las democracias modernas, y también en las antiguas, el vicepresidente no da para más, salvo que el azar o el destino fulminen al ciudadano en ejercicio y hagan del eterno segundo un mandatario obligado. Nadie recordaría hoy a Lyndon B. Johnson si a John Kennedy no le hubiesen volado la cabeza en Dallas en 1963. El de vice no es un cargo que genere expectativas políticas o ambiciones desmedidas, lo que es un contrasentido, porque quien acepta ser candidato a vice tiene expectativas políticas y ambiciones, tal vez no desmedidas, pero ambiciones al fin. Todo vice sabe muy bien que su destino es estar detrás, pero no como un monje negro, sino más bien como la de alguien que no debe hacerse notar; debe ser protagonista pero débil, brillar tal vez, pero sin opacar al otro, al titular: es un puesto ingrato y deslucido que poca gente sabe llevar adelante con grandeza. De todo se deduce que, dado que todo el mundo está avisado, hay que pensar muy bien en aceptar la descolorida responsabilidad de ser candidato a vice.
 
 
El ejemplo más fresco es el de la estadounidense Kamala Harris. En Estados Unidos, un vicepresidente brilla un rato en la ceremonia de asunción y después se hunde en las sombras. La renuncia del presidente Joe Biden, que fue vice de Barak Obama, sacó a Harris del ostracismo y la elevó a la categoría de candidata presidencial el próximo noviembre, si es que la consagra la convención del partido Demócrata.
 
 
En nuestro país, de haberse mantenido el espíritu de la Constitución reformada en 1994, hasta la figura del ministro Jefe de Gabinete hubiese sido casi tan importante, o más, que la del Presidente. Y ni hablar de la del vice. Pero eso no pasó y no tiene miras de pasar. Argentina padece lo que un experto definió hace unos años como “sistema presidencialista imperial”, común a la mayoría de los países de América Latina.
 
Eduardo Duhalde y Carlos Menem. El primero dejó la vicepresidencia para gobernar la provincia de Buenos Aires (Foto NA)
 
Tan poco atractivo es el cargo de vicepresidente, que algunos le escapan para gobernar una provincia. Eduardo Duhalde fue vice de Carlos Menem entre 1989 y 1991, pero renunció para asumir como gobernador electo de Buenos Aires. En 2002 llegó a la Presidencia, pero no por el voto popular sino por decisión de la Asamblea Legislativa reunida cuando todavía no se había disipado el humo del aquelarre de diciembre de 2001, el corralito, el estallido popular y el baile de las sillas de los cinco presidentes en una semana.
 
Cuenta la leyenda que en 2003 Néstor Kirchner eligió como compañero de fórmula a Daniel Scioli para enfrentar a Menem en lo que fue un auténtico “primereo” a Duhalde, que le quiso imponer a su propio candidato a vice. Para seguir con las curiosidades, Scioli no pudo, no supo, o no quiso hacer lo mismo y aceptó, con Scioli nunca se sabe si de buena gana o no, que la entonces presidente Cristina Kirchner le impusiera como compañero de fórmula a Carlos Zannini para las elecciones de 2015, que fueron ganadas por Mauricio Macri. Macri tuvo como vice a Gabriela Michetti, la segunda mujer en ocupar ese cargo después de María Estela Martínez de Perón. Michetti tuvo un desempeño discretísimo y prudente en aquel mar agitado que fue el país entre 2015 y 2019.
 
 
Mauricio Macri y Gabriela Michetti, la fórmula presidencial que ganó las elecciones en 2015. En la foto, acompañados por Emilio Monzó y Federico Pinedo (Foto Reuters/Agustín Marcarian)
 
 
Para ampliar el rubro de curiosidades históricas, y dado que fue evocada unas líneas atrás, quien llegó a la presidencia de la República como vice fue María Estela Martínez de Perón, pero después de la muerte del General, el 1 de julio de 1974. Fue la primera mujer en ejercer el cargo sin haber sido consagrada por el voto popular. No era un caso único. Ya lo habían hecho a principios del siglo XX, José Figueroa Alcorta, a la muerte de Manuel Quintana en 1906, y Victorino de la Plaza en octubre de 1913, al resentirse la salud de Roque Sáenz Peña, que murió menos de un año después.
 
El que, para variar, quebró todas las reglas fue Perón. Fue el primer vicepresidente en llegar, ya como ex vice, a la presidencia de la Nación gracias al voto popular en 1946. Pero había sido vice de un gobierno de facto, el que presidía el general Edelmiro J. Farrell, mientras también ocupaba el cargo de ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión. Seamos justos, a Perón siempre le nefregó la vicepresidencia y el ministerio de la Guerra. Construyó su poder desde su modesta Secretaría, tejió una alianza de acero con la clase obrera, a la que integró a la vida social y política del país, renunció a todos sus cargos y ganó las elecciones de febrero de 1946.
 
La fórmula Perón-Perón se impuso en las elecciones realizadas el 23 de septiembre de 1973. A la muerte del líder justicialista, Isabel Martínez asumió la presidencia
 
En la Argentina, las relaciones entre presidente y vice no fueron de lo más armoniosas, por decirlo con pretendida elegancia. Fueron como esas parejas donde el noviazgo es idílico y la vida en común un infierno. El primer vice de Perón, Hortensio Quijano, murió en el cargo. Y el segundo, el marino Alberto Teisaire fue leal al presidente hasta su derrocamiento en 1955: después lo acusó de “corrupto, traidor y vendepatria”.
 
Arturo Frondizi tampoco se llevó bien con su vicepresidente, Alejandro Gómez, que lo plantó seis meses después de asumir, en mayo de 1958. Según sus críticos, Gómez conspiraba contra Frondizi con parte de los militares que lo derrocarían en 1962 y que empezaron a jaquearlo ni bien juró como presidente. Los defensores de Gómez sostienen, en cambio. Que renunció en desacuerdo con la política petrolera de Frondizi, pasto de debates que perduran incluso hoy.
 
Héctor J. Cámpora y Vicente Solano Lima
 
En los años siguientes, las parejas presidenciales siguieron la buena senda: Humberto Perette fue un calmo vicepresidente de Arturo Illia entre 1963 y 1966, cuando fue derrocado por la “Revolución Argentina” que lideraba Juan Carlos Onganía. Y, dictadura militar mediante. Vicente Solano Lima fue un fiel seguidor de Héctor J. Cámpora en su breve, y esperanzado, gobierno de cuarenta y nueve días entre mayo y julio de 1973. Juntos llegaron al poder y juntos se fueron, aun con sus diferencias, para abrir paso a la tercera presidencia de Perón.
 
Recuperada la democracia, Raúl Alfonsín tuvo como vicepresidente al cordobés Víctor Martínez entre 1983 y 1989. Como presidente del Senado enfrentó a la mayoría justicialista, lo que ya implicaba una batalla larga y dolorosa. Martínez encaró todo con cierto garbo cansino, aunque no perezoso. Encabezó varias misiones diplomáticas en el exterior y, cuando el alzamiento militar carapintada de la Semana Santa de 1987, hizo saber que, en caso de renuncia de Alfonsín, él también dejaría el gobierno.
 
Víctor Martínez y Raúl Alfonsín (Foto NA)
 
Las tensiones entre presidente y vice regresaron cuando ya la fórmula Menem-Duhalde había llegado a la Rosada y siguieron por otros caminos cuando el bonaerense se alejó de la Casa de Gobierno para ser candidato a gobernar la provincia de Buenos Aires. Menem gobernó sin vice hasta su reelección, en 1995, cuando compartió la fórmula con Carlos Ruckauf que terminó su mandato junto con Menem en 1999. Ruckauf, dicen los memoriosos, fue el primer vicepresidente constitucional argentino en completar su mandato desde Julio A. Roca, en 1938. Todos los demás vices fueron cesados por golpes de Estado, renunciaron, se retiraron antes de tiempo o dieron un portazo y si te he visto, no me acuerdo.
 
Fue una renuncia anticipada la que marcó el principio del fin del gobierno de la Alianza entre 1999 y 2001. Fernando De la Rúa había triunfado sobre Eduardo Duhalde-Ramón “Palito” Ortega, junto con su compañero de fórmula, Carlos “Chacho” Álvarez. Pero en septiembre de 2000, Álvarez denunció que el gobierno que integraba había sobornado, o había intentado sobornas, a un grupo de senadores para que votaran una ley de reforma laboral. Álvarez sí que dio un portazo y renunció el 6 de octubre de 2000, luego de que De la Rúa decidiera respaldar a los acusados por su vice. Catorce meses después, De la Rúa renunciaba en medio de una gigantesca crisis económica. Aquella fue la última vez que Álvarez se ocupó de un caso de corrupción, y no por que le hayan faltado ni ejemplos ni oportunidades para hacerlo.
 
Fernando De la Rúa y "Chacho" Álvarez. El vicepresidente renunció a su cargo tras denunciar un caso de corrupción (Foto Reuters)
 
Néstor Kirchner tampoco tuvo demasiados problemas con Scioli. Más bien fue Scioli el que tuvo varios dramas con Kirchner que lo vapuleó, lo elogió, lo llevó de arriba abajo como un barrilete, le lanzó ponderaciones y dardos entre 2003 y 2007, nada pareció afectar mucho la armadura de acero y amianto, lubricada con tanto esmero, del ex motonauta que sería el candidato impulsado por Cristina Kirchner para pelear los comicios de 2015 frente a Macri, y que hoy integra las huestes libertarias de Milei.
 
Cristina Kirchner ganó las elecciones de 2007 junto al radical Julio Cobos. Fue un drama griego que Cristina Kirchner representó con la fuerza dramática de Sófocles. Cobos se ganó el infierno del kirchnerismo cuando, el 17 de julio de 2008, en una dramática sesión del Senado que debatía la resolución 125, que imponía derechos de exportación a las exportaciones móviles del campo, debió desempatar, como titular de la Cámara, la reñida votación de los legisladores. Y votó en contra. Desde entonces, y hasta hoy, la entonces presidente y su vice no se han vuelto a dirigir la palabra. Y así, en empecinado desprecio mutuo, terminaron sus mandatos en 2011.
 
Julio Cobos y Cristina Kirchner, sonrientes, mucho antes del quiebre marcado por la votación de la 125 en el Senado (Foto NA)
 
Para su segundo período presidencial, reelecta en 2011, la señora Kirchner eligió como vice a Amado Boudou, un singular personaje capaz de dar a la Justicia y como dirección particular, la de un médano de la costa atlántica, con lo que intentaba al menos demorar un proceso en su contra. En agosto de 2018, Boudou fue condenado a cinco años y diez meses de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, por los delitos de cohecho pasivo y negociaciones incompatibles con la función pública en el llamado Caso Ciccone. La Justicia investigó la intención del entonces vicepresidente de adueñarse, a través de terceras personas, de esa empresa encargada de imprimir papel moneda.
 
La condena fue ratificada por la Cámara Federal en 2019, que confirmó que el vicepresidente había manipulado en su beneficio tres organismos del Estado: la Casa de Moneda, la AFIP y la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia. En diciembre de 2020, la Corte Suprema rechazó por unanimidad una apelación de Boudou. Su condena entonces quedó firme y le fue notoriamente reducida por haber hecho en la cárcel unos cursos dedicados a la reeducación y reinserción de los delincuentes comunes. Es el primer vicepresidente de la historia en haber sido condenado por corrupción.
 
Amado Boudou, primer vicepresidente en ser condenado por corrupción en la historia argentina (Foto EFE/ Aitor Pereira)
 
La fórmula Alberto Fernández-Cristina Fernández de Kirchner ganó las elecciones de 2019. Por razones de espacio, pero también de buen gusto, estas líneas van a eludir la desdichada y sangrienta relación entre el entonces presidente y su vice, plagadas de zancadillas, emboscadas, trapisondas, boicots y otras yerbas que desmigaron a una gestión ya débil de por sí, signada por la ineficiencia y la crisis económica.
 
Ahora, Milei y Villarruel encaran, embozados ambos, un nuevo tramo de las espinosas relaciones de los presidentes con sus vicepresidentes. Relaciones que proclaman unidad y coincidencia, pero que ejercen, como en un escenario de Shakespeare, en medio de desencantos, ambiciones, complots y acaso hasta de traiciones.
 
Para los vicepresidentes, Sarmiento, que cuando quería podía ser una muy mala persona, acuñó una frase hiriente y corrosiva que envolvía a Adolfo Alsina: “A Alsina lo voy a tener para tocar la campanita en el Senado”.
 
Este Sarmiento también, decía cada cosas…
 
infobae.com

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