... años de búsqueda, finalmente habían encontrado a su nieto, que vivía en Olavarría. Dos días después, Estela e Ignacio se daban su primer abrazo.
“Yo lo que quería era no morirme sin abrazarlo”. Ya pasaron diez años de aquella cadena nacional informal, improvisada ante la novedad, una tarde de agosto, en la sede de Abuelas de Plaza de Mayo, en la que Estela de Carlotto consumó un deseo que nació personal y se transformó en colectivo; había llegado a su fin la lucha terca y permanente de los últimos 36 años para encontrar a su nieto, robado de los brazos de la madre (su hija), asesinada por la dictadura en otro agosto, el de 1978, a los 23 años cuando Guido -como lo llamó antes de que se lo quitasen de los brazos-, apenas tenía dos meses de vida.
Una vida, la de Ignacio Hurban, que pegó un giro desorbitante para siempre aquel mismo 5 de agosto de 2014 cuando el mundo supo junto a él, que el hijo músico de unos campesinos humildes de Olavarría en realidad era el hijo de los militantes Laura Carlotto y Oscar “Puño” Montoya, desaparecido en 1977. Su padre, de hecho, fue identificado como tal esa misma jornada.
El hallazgo del ADN de Ignacio permitió cerrar el círculo con la pieza que faltaba. Hasta ese momento, solo se conocía que Laura estaba embarazada y que había dado a luz. Pero nada se sabía del papá. La novedad entonces fue doble. En Caleta Olivia, Patagonia atlántica, Hortensia Ardura, mamá de Puño se enteraba también que tenía un nieto más.
La noticia se sintió en las calles. Flotaba un aire de satisfacción popular. Los móviles de los canales de TV reflejaban la emoción de un montón de gente. Los portales del mundo ilustraban sus portadas con el rostro sonriente de la presidenta de Abuelas, un símbolo universal de la lucha por los derechos humanos. Había aparecido el nieto 114.
Ignacio junto a su abuela Hortensia, la madre de su papá, quien también se enteró de su existencia aquel 5 de agosto de 2014
Y Estela Barnes de Carlotto, a los 83 años, vivía para contarlo. O, mejor dicho, para saberlo. Fue la jueza María Romilda Servini, a cargo del expediente judicial por la desaparición de Guido (Ignacio) desde 1991, quien la llamó para darle la novedad antes que al resto. Incluso antes de avisarle al nieto.
“Yo le había prometido muchos años antes que le iba a dar la noticia”, contó a Infobae la magistrada. La emoción la condujo al error. Nadie pensaba que podía aparecer el nieto de Estela. Y el hecho de sentir que se había logrado lo inesperado la desenfocó. “Cuando me sonó el teléfono y me comunicaron que las pruebas genéticas del chico daban en un 99,9% que era él, me emocioné muchísimo”, admitió.
Servini, como jueza de Menores, había sido en 1982 la primera de su cargo en restituir dos nietos apropiados en los primeros años de dictadura, Cecilia Méndez y Emiliano Huaravillo. La tarde del 5 de agosto de hace diez años ella estaba en su despacho de Comodoro Py cuando la titular del Banco Nacional de Datos Genéticos de aquel momento, María Belén Rodríguez Cardozo, la llamó y le comunicó que habían encontrado al hijo de Laura Carlotto y que el padre era Montoya.
“Inmediatamente llamé a Estela. Pero no le dije nada. Le pedí que viniera a mi despacho de Tribunales”, relató. También fue convocada Rodríguez Cardozo. Estela llegó sola. Acaso no imaginaba lo que le estaban por decir. Cuando escuchó la noticia en boca de Servini, Carlotto casi se cae de la silla. La tuvo que abrazar desde atrás un secretario de la jueza. La alegría la desbordó. En ese mismo momento se enteró de que Guido (Ignacio) vivía en Olavarría y quién era su padre, cuyo nombre Estela jamás había oído.
Servini (derecha) junto a su secretario, que sostuvo a Estela de Carlotto ante la emoción de la noticia del hallazgo de su nieto, en el despacho de Tribunales donde todo sucedió
La presidenta de Abuelas sacó su celular y, aún con las manos temblando, llamó a su hija Claudia, presidenta de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI), la persona responsable, según el protocolo, de comunicar las noticias sobre hallazgos de nietos a las víctimas. Es decir, en términos institucionales y formales, Servini debió haber llamado a Claudia Carlotto, no a Estela. “El protocolo decía que debían avisarme a mí y yo avisar a la familia. Siempre fue así, pero bueno, Claudia se enojó muchísimo porque Estela estaba sola”, negó, sin embargo, la jueza ante la consulta de este medio.
La preocupación de la CONADI, que suele ser hermética con la información de los nietos restituidos tanto como de quienes están buscando su identidad, era que Ignacio se enterara por los medios a partir de una filtración involuntaria del despacho lleno de lechuzas de adorno donde Servini recibió a Carlotto. Claudia, la hermana de Laura, nunca ocultó su malestar. “Fue una locura lo que hizo, una falta de respeto total”, declaró esa misma semana a la prensa.
Las circunstancias obligaron a la titular de la Comisión a alterar el protocolo y comunicarle la novedad a Ignacio, que estaba en Olavarría, por teléfono. Le tenía que decir no solamente que era hijo de desaparecidos, sino que era su sobrino, es decir, el nieto de Estela.
“Estábamos todos tan emocionados, tan nerviosos, locos, creí haber conservado la compostura porque lo llamé como a cualquier otro chico después de que mi mamá me llama desde el despacho de Servini. Ella estaba en una situación de extrema felicidad y extremo estrés”, relató Claudia.
La presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo de Argentina, Estela de Carlotto, tiene actualmente 93 años (EFE/Mario Guzmán)
Junto a sus hermanos, algunos hijos y sobrinos y otros referentes de Abuelas, Claudia llamó a Ignacio desde la sede de la organización. “Hice el papel de la directora de CONADI los primeros cinco minutos. ‘¿Hola, Ignacio?’ y él ‘Sí, soy yo’. Y le dije ‘Bueno, yo soy directora de Conadi, Claudia Carlotto, y tengo que comentarte que han llegado los resultados de tus estudios de ADN y te llamo por teléfono porque sé que vivís lejos, pero esto lo hago personalmente. La verdad que quisiera comentarte que el examen dio positivo, que sos hijo de desaparecidos’”.
“Epa”, respondió el joven. Claudia continuó: “Además tengo que darte la información de que sos el nieto de Estela, y además sos mi sobrino”. En Abuelas todos escuchaban la conversación agarrados de las manos. Algunos lloraban en silencio. “Pero caramba”, respondió Ignacio y pidió “un ratito”.
“Todos estamos queriendo verte, llamame”, cerró su tía. A las pocas horas Ignacio llamó y avisó que al otro día viajaría a La Plata para conocerlos. Todo lo que pasó luego es sabido. La foto de la abuela y el nieto abrazados, mejilla con mejilla, con la misma sonrisa, tantos años de espera después que su nieto ya tenía canas.
“Fue tocar el cielo con las manos. Mi hermano Kibo (Guido), dijo ‘siento como si me hubiera tragado de suavizante Vívere’”, contó Claudia, y agregó: “Después de todo era poco posible que lo encontremos. Es mucho trabajo pero es algo que uno pensaba, si lo íbamos a encontrar, si vivía, si estaba en el extranjero. No es solo conocer a un sobrino. Él era el pródigo, el perdido, el que todos buscamos todo el tiempo”.
Ignacio y su abuela Estela
Dos días más tarde la familia se reunió con Guido. “Felizmente Guido Montoya Carlotto ya pudo abrazar a su familia, que lo buscó sin pausa y de forma incansable”, anunció Abuelas en un comunicado. “Mi nieto tan querido, tan buscado. Me costó 36 años de caminar junto a mis compañeras. Cada nieto que encontramos era un triunfo de todos. Yo tenía mucho optimismo y siempre estaba pensando cuándo tendré la dicha de verlo, de conocerlo, de todo lo que lo he soñado. Y pasó”, recordó a Infobae Estela.
El 6 de agosto toda la familia Carlotto se juntó en Gonnet. “Desde el día que lo vi lo quise con el alma”, contó la tía, dos años menor que Laura. El proceso no obstante no fue el mismo para los Carlotto que para Ignacio, un pianista criado en el campo, tímido, cuyo anonimato se rompía para siempre. Para “Pacho”, como lo conocen en la ciudad donde se crió, fue un trabajo doloroso asimilar la “nueva” identidad.
“En el nombre se juega mi concepto de lo que entiendo es la construcción de mi identidad. Una decisión mía, una postura. Primero una cuestión casi de costumbre. Soy Ignacio, qué va a hacer. Yo me autopercibía Ignacio y me resultaba muy extraño cambiarlo, no así el apellido. Era algo que podía pasar cuando lo veía escrito ‘Montoya Carlotto’”, explicó en una entrevista hace unos años. Para Ignacio, llamarse Guido era una carga, una decisión que podía tapar todo lo anterior.
“Ante mí se abrió una puerta, tras la cual estaba esperando ser contada una historia tan trágica como la peor, y que si bien sabía, jamás la imaginé propia”, escribió Ignacio cuando se cumplieron ocho años de su identificación. “Le gusta más ‘identificación’, que ‘restitución de identidad’”, que le hincha un poco”, comentan a su alrededor.
“Estela me dice Pacho, como me dicen mis amigos. Y está bien para mí también. Sabía que era muy fuerte para Estela. Le dije ‘llamame como quieras’. Ella me dice ‘no te voy a llamar como vos no quieras, te voy a llamar como vos quieras’. Y nos pusimos de acuerdo”, contó Ignacio, quien en una breve charla con Infobae explicó que hay dos fechas en las que prefiere mantener un bajo perfil supremo: el 5 de agosto y el 24 de marzo.
“Me dolió un poco porque es el nombre que le puso la madre, en la pancita era Guido. Pero lo respeté. Respeto el cariño que le tiene a los que lo criaron, lo criaron bien dentro del delito que cometieron”, consideró Estela. Ignacio, que este lunes sacó un disco nuevo, no comparte la idea de que sus padres adoptivos sean culpables de un delito porque, asegura, nunca supieron de dónde llegó él ni la historia negra que había detrás de la inocencia del bebé.
“Yo estoy para mimarlo, para abrazarlo, escucharlo, respetarlo completamente. Es bueno saber que los encuentros llegan”, dijo Estela, que hace ya una década disfruta del contacto con Ignacio, o Guido, y que es, de alguna manera, un reencuentro con su hija asesinada 46 años atrás.
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