11 AGO | 10:19

Nadie se hace cargo de Alberto Fernández

Ni las feministas, ni CFK, ni los que por años vieron en él al mejor antikirchnerista. Se cayeron las caretas y la impostura de género quedó expuesta en toda su dimensión. Por Claudia Peiró
Las chicas salieron en tropel a diferenciarse, aprovechando la denuncia de Yañez para despegarse de un político caído en desgracia
 
 
 
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Nadie se hace cargo hoy de Alberto Fernández. Ni su gran electora, la que lo entronizó y lo acompañó como vice en la gestión; ni los que durante más de diez años lo promovieron como la mejor espada contra el kirchnerismo -astilla del mismo palo, la que más molesta-, y que para esa faena lo elevaron al rango de estadista y lo elogiaron al infinito por virtudes y logros imaginarios, hasta que CFK les arrebató esa arma y la volvió contra ellos, en una exitosa maniobra de corto plazo, provechosa para su facción pero desastrosa para el país.
 
Alberto Fernández revitalizó el odio contra la casta
 
Tampoco se hacen cargo de él las feministas, grandes beneficiarias de una gestión que, en plena pandemia, con el país parado y la inmensa mayoría de los argentinos sufriendo, no encontró mejor idea que poner el pie en el acelerador de la agenda de género. A una sociedad angustiada por el largo parate económico y productivo, Alberto Fernández le respondió con el DNI no binario y la Gestión Menstrual. A la incertidumbre de inversores y empresarios, con un “Presupuesto con perspectiva de género”. A las familias desesperadas frente a las aulas cerradas, con un lote de penes de madera. A los pobres, que cada día eran más, con misoprostol (droga abortiva) a manos llenas.
 
Y, porque el doblez fue su imagen de marca, a los argentinos que a lo largo y ancho del país respetaron y padecieron las restricciones por la pandemia, Alberto Fernández les respondió con el vacunatorio VIP, las fiestas clandestinas del poder y, sobre todo, con infinita soberbia.
 
 
Un gobierno sin plan destinó 3,4 por ciento del PBI a la perspectiva de género: cuatro veces más que lo dedicado a Defensa o Seguridad y 10 veces más que el gasto del Poder Judicial.
 
 
Ninguno de los que hoy pretende no conocerlo cuestionó este uso descarado de supuestas causas femeninas -supuestas, reitero- para tapar la mediocridad de una gestión que no encaró los problemas prioritarios de la Argentina, las verdaderas desigualdades y las carencias más urgentes. La Mesa del Hambre se diluyó con la misma rapidez con que engordaba la burocracia del Ministerio de la Mujer y etcéteras.
 
 
Las feministas le hicieron la claque; las mismas que hoy dicen que el Presidente las usó. Es y no es cierto. Alberto Fernández usó el tema hasta el paroxismo: “Estoy muy feliz de estar poniéndole fin al patriarcado”, decía el presidente del que hoy todos reniegan, y entonces nadie contradecía. El impacto que tiene hoy el escándalo se debe justamente a lo descomunal de la impostura de género, entonces aplaudida a rabiar.
 
Pero Fernández no fue el único que “usó” al feminismo: todos (y especialmente todas) usaron y abusaron del feminismo. Mejor dicho, esgrimieron una supuesta defensa de la causa de las mujeres en provecho personal o sectorial.
 
Las feministas fueron las primeras en usar a las mujeres. En primer lugar, se arrogaron una representación que nadie les otorgó.
 
Hoy, una legisladora joven que pasó sin pena ni gloria por la banca trata de “psicópata” al ex presidente por haber supuestamente bastardeado una causa que ella por cierto no honró con ninguna iniciativa recordable (su reclamo de subsidio menstrual desmerece aun más la causa). Ahora pretenden que Alberto Fernández cargue con toda la culpa por la defraudación.
 
No se escuchó a las feministas protestar cuando, mientras la gente necesita trabajo, educación, salud y libertad de movimientos, la demanda insatisfecha detectada por el oficialismo fue la del no binarismo: el capricho de personas que dicen que no se identifican con ninguno de los dos sexos pasó a ser la prioridad de gestión.
 
En plena pandemia, el presidente Alberto Fernández anunciaba la puesta en marcha del DNI para personas no binarias, flanqueado por su jefe de Gabinete, Wado de Pedro (de La Cámpora), y por la Ministra de Género, Elizabeth Gómez Alcorta
 
No protestaron cuando el transgenerismo copó el discurso borrando el sustantivo mujer e imponiendo una jerga alucinante: persona gestante, menstruante, persona con útero, etc.
 
En nombre de las mujeres se montó una política de agresión al sexo opuesto, de estigmatización del varón, de enemistad y apartheid sexual. En nombre de las mujeres, a través de la ESI, se les dice a niños y adolescentes que la heterosexualidad es una imposición (¿del capitalismo?), una conspiración, y se promueve abiertamente la transición de género.
 
Alberto Fernández es denunciado por violencia de género, pero para las feministas la culpa es del actual gobierno por cerrar el Ministerio de la Mujer… Recordemos que la violencia de género fue el argumento eternamente esgrimido para justificar la existencia de una carter cuya eficacia en la materia fue igual a cero. Lo confirmarían las declaraciones de la ex primera dama, Fabiola Yáñez, de que pidió ayuda a ese ministerio y no se la dieron.
 
Por algún raro mecanismo mental las chiques se convencen de que el escándalo que envuelve al ex Presidente feminista les da la razón en algo. Reclaman por los puestos perdidos y desafían: a ver si ahora la gente entiende esto de la violencia de género. Tal vez crean que, en este país, antes de que aparecieran ellas, estaba bien visto pegarle a una mujer.
 
El feminismo de tercera ola se cree fundacional pero llega cuando las mujeres estamos en pleno ejercicio de nuestros derechos, que tampoco les debemos a ellas. Ni el voto (1951), ni la emancipación civil (años 60), ni el cupo femenino (1991) fueron arrancados a los varones por un movimiento de mujeres. Antes bien, fueron resultado de iniciativas conjuntas, mixtas, o incluso motorizadas por los varones. No existió un movimiento feminista masivo ni fuerte en la Argentina en los años de mayores avances para la mujer.
 
Sin embargo las feministas presumen de que, gracias a ellas, hoy las mujeres denuncian.
 
 
El feminismo fue una tapadera de la mala política. Y de los malos políticos. No hay patriarcado en la Argentina así que no sabemos que es lo que volteó el ex presidente. No existe en este país ninguna ley -ni penal, ni civil- que consagre la superioridad del varón sobre la mujer. Ninguna. Es insólito que lo ignoren quienes dicen ser peronistas porque fue el Justicialismo el que puso a la mujer en igualdad con el varón en materia de participación política (Perón con el voto, Menem con el cupo).
 
Pero “las y los” siguen luchando contra el Patriarcado, una lucha cómoda que sólo requiere discursos y además genera muchas ventajas, materiales e inmateriales. Pensemos que a la última gestión kirchnerista no le bastó con un Ministerio que llegó a tener una planta de 1300 personas, sino que en cada cartera del Gabinete nacional creó una Secretaría o Dirección de la Mujer o de género, con los correspondientes cargos y presupuestos.
 
El feminismo, antes que una lucha, ha sido un privilegio: declararse feminista era garantía de notoriedad, trampolín hacia nombramientos, designaciones y promociones -cuando no condición mecesaria para ello-, tanto en el ámbito político como en el académico.
 
Tampoco se hacen cargo de Alberto Fernandez los kirchneristas que ya no saben qué credo feminista recitar para curarse en salud, sin ver que no hacen más que reincidir en la impostura.
 
Por caso, 39 legisladores de Unión por la Patria reafirmaron su “convicción política respecto a que en estos casos siempre le creemos a la víctima”. Entre los firmantes, seguramente hay varios abogados, que alegremente se saltean el principio de la presunción de inocencia, porque, si le creemos siempre y en todo lugar a la (presunta) víctima ¿para qué queremos tribunales? ¿Desde cuándo una denuncia equivale a una condena? También es abogada Anabel Fernandez Sagasti, senadora hiper cristinista que dijo sin sonrojarse: “Siempre, en todos los casos, sin excepción: le creo a ella. Sin importar ideologías, partidos, amistades, nada. Repito, sin excepciones”. ¿Sin importar las pruebas tampoco?
 
 
Tampoco La Cámpora, agrupación ya no tan juvenil, se hace cargo de la parte que le toca en los fallos de esa gestión: la foto que reveló la fiesta de Olivos en plena cuarentena estuvo precedida por la campaña “La Cámpora te vacuna”, un intento de apropiación partidaria de una política estatal.
 
Ni siquiera pueden exhibir una trayectoria impecable en la materia que hoy causa escándalo. En 2018, cuando Julián Eyzaguirre, máximo referente universitario de la agrupación, fue denunciado por acosar sexualmente a varias compañeras -al parecer exigía favores íntimos a cambio de incluirlas en las listas para el Centro de Estudiantes- y por reiteradas violencias contra sus parejas, La Cámpora se limitó a desplazarlo de la universidad y refugiarlo en la Legislatura porteña.
 
Eso sí, en ese momento, la agrupación tenía una Responsable Nacional de Género. Curiosamente el cargo lo ocupaba la Intendenta que hoy más critica a Alberto Fernández y que, insultando la inteligencia del público, pretende hacer creer que hasta CFK fue víctima de violencia por parte del presidente que ella misma designó.
 
La muy cristinista Mayra Mendoza aprovechó para arremeter contra todos los heterosexuales, como corresponde a una cultora del transfeminismo: “Dado el perfil de Alberto Fernández, hombre varón cis que evidenció no poder asumir la conducción política de una mujer como Cristina Fernández, y que siempre se preocupó por saber si iba a estar herido en su masculinidad, tiene todas las características de poder haber ejercido violencia de género”, fue su dictamen. La acusación descansa.
 
O sea, si el ex presidente agredió a su mujer la culpa es de todos los varones heterosexuales.
 
Tampoco se hacen cargo de Alberto Fernández los justicialistas que permitieron que un “socialdemócrata” confeso completara hasta el paroxismo el contrabando ideológico de un movimiento cuyos líderes fundadores jamás hubieran avalado el verso del feminismo de tercera ola, caballo de Troya de un furibundo antinatalismo y de la desnaturalización de la persona humana.
 
A fines del 2020, el entonces presidente, traicionando promesas hechas, forzó la legalización del aborto, para colmo con un proyecto bestial redactado por su amiga Vilma Ibarra -principal ideóloga y diseñadora de la política de género de la gestión de Alberto Fernández- que no fija límite temporal para terminar con la vida de un ser humano en gestación, contra lo que sostienen sus propagandistas. Una flagrante contradicción con la doctrina justicialista pero natural en un hombre que se definió como “más hijo de la cultura hippie que de las 20 verdades peronistas”.
 
 
Este contrabando ideológico, que Fernández extendió con entusiasmo y complicidad de la mayoría de los referentes del PJ (que ahora lo renunciaron), fue habilitado en realidad por Néstor y Cristina Kirchner aunque esta última hoy no quiera hacerse cargo del estrago.
 
La ESI, lo no binario, la falsa brecha salarial de género y el aborto también configuran una traición a la identidad política en cuyo nombre gobernaron. La última gestión kirchnerista creyó que podía venderles a los argentinos una realidad paralela. Una en la cual los problemas del país se resolvían con gestión menstrual, DNI asexuado y penes de madera.
 
En el 2021, esa impostura sufrió un primer revés en las urnas. No entendieron y siguieron adelante, con el resultado conocido.
 
La género-manía a la que Alberto Fernández le abrió las compuertas con anuencia, acompañamiento y hasta fervor de las activistas no ha sido un aporte a la condición de la mujer ni ha mejorado nuestras sociedades. Sólo ha sido una distracción, una excusa cómoda. Seguimos padeciendo injusticias sociales gravísimas, marginalidad, violencia, tráficos ilegales, desempleo.
 
En 50 años sin feminismo, las mujeres logramos votar y ser votadas, y alcanzamos la igualdad de derechos con los varones.
 
En 20 años de ultrafeminismo y transfeminismo, la causa de las mujeres ha sido alevosamente utilizada por gobiernos (nacionales, provinciales y distritales) para disimular su mediocridad, con la complicidad activa de un ejército de “empoderadas” que hoy no quieren hacerse cargo de su triste legado.
 
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