La Sagrada Escritura le otorga a cada arcángel una misión específica
Cada 29 de septiembre, la Iglesia Católica celebra la festividad de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. Una fecha en la que el misterio se vuelve tangible y la jerarquía celestial toma cuerpo en tres figuras que cruzan fronteras de culto: ortodoxos, anglicanos y diversas iglesias de la Reforma encuentran en estos arcángeles la conexión espiritual con el poder divino, y todas las confesiones cristianas reconocen su presencia. En el trasfondo, resuena la antigua tradición judía que menciona siete arcángeles, tal como se recoge en el Libro de Enoc, aunque la cristiandad se aferra a estos tres, testigos y actores de la voluntad de Dios, figuras esenciales que atraviesan la línea de lo visible e invisible y que encarnan el mensaje divino en su estado más puro. La jerarquía celestial y la tradición cristiana convergen en ellos, situándolos en lo más alto del cielo y en lo más profundo de la experiencia espiritual del hombre.
Desde la antigüedad, se ha concebido a las huestes angelicales como una corte celestial, donde cada ángel posee un grado y una dignidad propios. Los ángeles, etéreos y perfectos, creados en el principio de los tiempos, no son solo los mensajeros divinos que comunican con el hombre: son seres que habitan en la contemplación perpetua de la verdad divina. Sin descanso, sin distracción, mantienen su mirada fija en el rostro de Dios y, a su mandato, surcan los cielos y la tierra.
Los tres arcángeles ocupan los más altos rangos de esta jerarquía, compartiendo con los ángeles comunes ciertas tareas, pero con responsabilidades más elevadas y trascendentales. Así, los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael se elevan por encima del resto de huestes angélicas, participando de la gloria divina y desplegando funciones aún más elevadas que las de los ángeles ordinarios. Su misión esencial es contemplar a Dios día y noche, glorificarlo sin cesar y preservar el misterio divino. Sus nombres encierran su esencia y función: todos concluyen en “El”, que significa Dios.
La tarea de Miguel, Gabriel y Rafael excede la contemplación de Dios: son transmisores de su voluntad a la humanidad
La Sagrada Escritura asigna a cada arcángel una misión específica: Miguel es el guerrero celestial que combate a Satanás y sus emisarios (Judas 9; Apocalipsis 12,7; cf. Zacarías 13,1-2), el defensor de quienes aman a Dios (Daniel 10,13.21) y protector del pueblo elegido (Daniel 12,1). Gabriel es uno de los espíritus más próximos al trono divino (Lucas 1,19). Fue quien reveló a Daniel los secretos del plan de Dios (Daniel 8,16; 9, 21-22), anunció a Zacarías el nacimiento de Juan Bautista (Lucas 1,11-20) y, sobre todo, llevó a María la noticia de la concepción milagrosa de Jesús (Lucas 1,26-38). Rafael, a su vez, se presenta ante el trono de Dios (Tobías 12,15; cf. Apocalipsis 8,2), acompaña y protege a Tobías en su peligroso viaje, cura la ceguera de su padre y libra a su futura esposa del influjo del mal.
El 6 de junio de 1992, la Congregación para la Doctrina de la Fe de la Santa Sede emitió el decreto “Litteris Diei”, estableciendo límites claros sobre la enseñanza y el uso de nociones referentes a los ángeles y arcángeles. “Es ilícito enseñar y utilizar nociones sobre ángeles y arcángeles, sus nombres personales y sus funciones particulares, fuera de lo que se refleja directamente en las Sagradas Escrituras…”, se decretó, y de ese modo se marcó una línea que protege el misterio de estos seres y evita interpretaciones personales que puedan desvirtuar su esencia.
Así, la tarea de los tres arcángeles va más allá de la mera contemplación de Dios: son transmisores de su voluntad a la humanidad, fuente de inspiración divina y canales de la gracia para los hombres.
Miguel: el guerrero de Dios
Miguel, cuyo nombre significa “¿Quién como Dios?”, es el brazo fuerte que empuña la espada de la justicia. Surge en las Sagradas Escrituras como el defensor de los fieles, luchador incansable contra Satanás y protector del pueblo de Dios. Fue él quien dirigió los ejércitos celestiales en la guerra que condujo a la expulsión del Paraíso de los ángeles rebeldes que lideraba Lucifer, y desde entonces ha seguido siendo el defensor de Dios contra el Maligno y sus engaños. Se representa con armadura, espada en mano, atravesando al dragón que simboliza el Diablo. Esa es la imagen de la eterna batalla que ya no se libra en los cielos prohibidos a Satanás, sino en el alma humana, en la resistencia de cada uno de nosotros al mal. El Diablo intenta convencer a los hombres de que Dios es un tirano, que limita su libertad y su plena realización en la creación. El Arcángel Miguel es enviado del cielo para proteger y guiar a los hombres, para enseñarles a distinguir el bien del mal, la verdad de la mentira.
Con el tiempo, se entrelazan historias y mitos que se asocian a su figura. Algunos estudiosos ven en él reminiscencias del dios babilónico Marduk, o lo relacionan con Hermes, mensajero y mediador entre cielo y tierra en la mitología griega. Incluso su festividad, el 29 de septiembre, podría ser el eco lejano de celebraciones en honor a Mitra, divinidad solar de los persas y luego los romanos. La devoción al arcángel Miguel nace en Oriente y se expande por Europa con rapidez, alcanzando su apogeo tras su aparición en Monte Gargano, en Italia, a San Lorenzo Maiorano en una cueva que se convirtió un lugar de peregrinación y espiritualidad que, durante siglos, recibe a papas, reyes y santos. Cerca de la cueva se levantaba entonces el santuario-basílica, que sigue siendo uno de los lugares de culto más importantes y magníficos entre los dedicados al Arcángel Miguel.
En 2013, el papa Francisco dedicó el Estado de la Ciudad del Vaticano a San José y San Miguel Arcángel, reconociendo una vez más su papel como defensores de la fe y de la Iglesia.
La misión esencial de los tres arcángeles es contemplar a Dios día y noche, glorificarlo sin cesar y preservar el misterio divino. Todos los nombre todos concluyen en “El”, que significa Dios.
El Arcángel Miguel, el “guerrero celestial”, es el protector de los espadachines, maestros de las armas. Sus habilidades como juez de almas también lo convirtieron en el patrón de todas las profesiones que implican el uso de una balanza, como comerciantes, farmacéuticos, pasteleros. Y también es el santo patrón de la policía.
Gabriel: el mensajero poderoso
El nombre Gabriel proviene del hebreo y significa “Poder de Dios” o “Dios es fuerte”. En la Biblia también se lo presenta como un ángel de la muerte, mientras que para los musulmanes es uno de los principales mensajeros de Dios y el ángel que reveló el Corán al profeta Mahoma. En la tradición cristiana, es la voz que lleva la palabra divina al hombre. Es el revelador de secretos, que se aparece a Daniel, a Zacarías -a quien reveló el nacimiento de Juan el Bautista- a José para que renunciara a repudiar a María por su concepción milagrosa. Y, sobre todo, a María, anunciando que Dios la eligió para ser madre de su único Hijo y con él la llegada de la esperanza por la concepción de Jesús. Es el arcángel que susurra la voluntad de Dios y ayuda a escucharla con el corazón abierto. La iconografía cristiana lo representa como un joven alado, sosteniendo un lirio, símbolo de pureza y de la Anunciación a María, y es protector de todos aquellos que llevan mensajes: carteros, periodistas, comunicadores.
Rafael: el sanador y protector
Su nombre proviene del hebreo y significa la “Medicina de Dios”. Y así es Rafael. Es el arcángel que vela por la curación del cuerpo y del alma, protector de los viajeros, de los jóvenes y del amor conyugal. En la Biblia, se le encuentra junto a Tobías en su viaje para cobrar unas deudas dejadas por su padre. Durante el viaje, Rafael, en forma humana, encontró una novia adecuada para Tobías e hizo que el padre del niño recuperara la vista. Al devolverle la vista, Rafael le abre los ojos a la verdad del Todopoderoso, además de cazar a los demonios que persiguen a la hija que le ha prometido, hace posible su matrimonio y su amor.
El poder del Arcángel Rafael cura la ceguera, así como la fe y el amor que los sacerdotes nos muestran y comunican cada día. Asimismo, la intervención divina, a través de su emisario, disipa las nubes entre el hombre y la mujer, volviéndolos puros y adecuados para unirse, en nombre del amor bendito de Dios y de la Iglesia.
A menudo se le representa con un pote de medicinas y un pez, símbolos de su poder sanador y su papel de intermediario que cierra las heridas entre el cielo y la tierra. Aunque no se menciona en el Corán, para los musulmanes es el ángel encargado de tocar la trompeta el que señalará el inicio del Día del Juicio (según otras tradiciones, Gabriel es el responsable de esta tarea).
La misión de estos tres arcángeles se enraíza en la misma fuente: contemplar a Dios y ser reflejo de su voluntad en el mundo, comunicar a los hombres su gracia y su protección. Miguel, el guerrero; Gabriel, el mensajero; y Rafael, el sanador. Tres caminos para una misma verdad.
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