Fabiola Yañez cuenta las horas. Hace casi tres meses denunció a Alberto Fernández por violencia de género en una causa en donde la fiscalía ya recolectó una serie de pruebas y testimoniales y se prepara para pedir la indagatoria del ex presidente. Pero la preocupación que carcome a la ex primera dama tiene que ver con otra cosa: en medio de su conflictiva separación, teme que el ex jefe de Estado lleve adelante una serie de movimientos para dejarla sin nada y que terminen quitándole a Francisco, el hijo de ambos.
El martes, los abogados de Alberto y Fabiola tuvieron una audiencia de conciliación en la causa por alimentos. Hasta el momento, la Justicia dispuso una medida cautelar en la cual ordenó que Fernández le pague el 30% de la jubilación que cobra como ex presidente de la Nación. Son unos 3,8 millones de pesos de la pensión de privilegio que recibe por su condición de titular del Ejecutivo. En las próximas horas volverán a verse las caras.
Pero a la ex primera dama no le cierra para nada lo que le ofrecen: el ex mandatario le garantiza solo un año de alquiler para ella y su hijo en Madrid, donde viven, con una suma máxima de 1.500 dólares. “En Argentina puede parecer muchísimo, pero en España ¿qué se puede conseguir por esa plata?”, dice Fabiola a sus íntimos. A eso Alberto le agregó la oferta de 3500 dólares para vivir. Explicó lo que cobra como ex presidente y le descontó sus gastos y el embargo que le impuso la Justicia por la causa de los negociados con los seguros. Pero, dice Fabiola, con eso tiene que pagar alimentos, colegio y prepaga. Los números no le cierran.
Fabiola Yáñez cuando declaró en España (EFE)
Está convencida de que Fernández busca forzarla a volver a Buenos Aires. “Alberto está acostumbrado a vivir de prestado. No tiene idea de cuánto valen las cosas”, rezongó ante sus amigos. Y encima hay algo que no deja de dolerle: para volver, el ex jefe de Estado solo está dispuesto a pagar el pasaje de ella y de su hijo, pero no el de su madre, que viajó a España para ayudarla con la crianza de Francisco.
“Alberto está haciendo los números para que viva en la Argentina. Y si él no puede salir a la calle, qué queda para mí. Ni a la plaza voy a poder ir”, aseguró a su círculo. Guarda la esperanza de conseguir un trabajo en España en donde sí puede buscarse un medio de vida, algo que -cree- es imposible para ella en el país del que su ex pareja fue presidente.
A Madrid llegó el 2 de diciembre del 2023. Ocho días después, Fernández le entregaba el bastón presidencial a Javier Milei. El ex jefe de Estado alquiló un departamento de cinco habitaciones por 5.500 euros. El nivel de vida rondaba el doble. Le mandaba flores a diario. Estaba convencido de que iba a ser nombrado embajador argentino en España. Pero eso no sucedió.
En junio se cumplieron seis meses de la convivencia que mantenía en Argentina, aunque uno vivía en el chalet principal de la residencia de Olivos y ella se había mudado al cuarto de huéspedes con el bebé. Ese dato no pasa desapercibido para Fabiola. El Código Civil establece que el derecho a la compensación económica se extingue a los seis meses del cese de la convivencia. En el fragor de discusión, teme que la próxima jugada de Alberto Fernández sea sostener que ella no está habilitada para pedir ninguna compensación por los 16 años de convivencia que los unieron. En esa lógica, cree Fabiola, el objetivo final es sacarle al nene. Es que el ex presidente reclama que ella regrese a la Argentina para tener un régimen compartido de tenencia de Francisco.
Desde que Fabiola decidió denunciarlo por violencia de género el 7 de agosto pasado -luego de que trascendieran las fotos de ella con el brazo y el ojo violeta, encontrados en el celular de María Cantero, ex secretaria de Alberto Fernández-, el diálogo está roto. A Alberto le prohibieron tomar contacto con ella. Incluso la sospecha en torno a que la habría hostigado, pese a esa orden, generó que le secuestraran el teléfono celular. Después, la propia querella y los registros telefónicos determinaron que esa disposición no se violó. Pero Fabiola sostiene que no solo no hablan. Tampoco le pasa nada. “Ni blanco, ni negro, ni verde... Nada”, ironizan en su entorno.
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