12 MAY | 10:31

La hazaña de un grupo de argentinos que consiguió lo imposible: llegar al Polo Norte

Un sueño que se hizo realidad entre un grupo de personas comprometidas con la problemática ambiental y preocupadas por el calentamiento global. Por Adrián Pignatelli
Preocupados y comprometidos por el creciente calentamiento global, un grupo de argentinos se propuso lo imposible: encabezar una expedición al Polo Norte y llevar un mensaje de concientización de que es responsabilidad de todos el cuidar nuestro planeta. Esta es la historia de un sueño que se hizo realidad y que se transformó en hazaña.
 
 
Fue hace poco más de tres años. En una charla luego de un almuerzo entre el general Víctor Figueroa y el ingeniero industrial Santiago Tito, que además es oficial de reserva del Ejército, el tema casi surgió naturalmente. "¿Por qué no se hace una expedición argentina al Polo Norte?" preguntó Tito, quien siempre mostró un gran compromiso por el medio ambiente.
 
 
Figueroa le encomendó al suboficial mayor Luis Armando Cataldo, uno de los argentinos que había cumplido la difícil travesía hacia el Polo Sur a comienzos de este siglo, que averiguase sobre empresas dedicadas a este tipo de expediciones. Cuando Cataldo le llevó la información, Figueroa le preguntó: "¿Te gustaría participar?".
 
 
La hazaña estaba por empezar.
 
 
Una cuestión preocupante
 
Había motivos para inquietarse. The Intergovernmental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services (IPBES) organismo intergubernamental que evalúa el estado de la biodiversidad y de los ecosistemas y que integran más de 100 gobiernos, sostiene que el cambio climático es un factor directo que está impactando en la naturaleza y en el bienestar humano. La entidad estima que el hombre había causado un calentamiento observado de aproximadamente 1°C en 2017 en relación con los niveles preindustriales, con un aumento de las temperaturas promedio en los últimos 30 años de 0.2°C por década.
 
 
Los fenómenos meteorológicos extremos, los incendios, inundaciones y sequías aumentaron en los últimos cincuenta años, mientras que el nivel medio global del mar ha incrementado de 16 a 21 cm desde 1900, a una tasa de más de 3 mm por año en las últimas dos décadas, produciendo cambios en la naturaleza.
 
 
En el mismo sentido, informes científicos de Greenpeace aseguran que la disminución del hielo terrestre en el Ártico provocaría la suba del nivel del mar y el cambio de los patrones climáticos del Hemisferio Norte a partir de la pérdida del manto de hielo ártico y el cambio en los patrones de circulación atmosférica y oceánica. Según se caliente el Ártico y retroceda el hielo, redundará en un aumento del cambio climático mundial.
 
 
 
Preparativos
 
La expedición fue organizada por la Fundación Criteria, una entidad sin fines de lucro y políticamente apartidaria, que cuenta entre sus objetivos el de atender una problemática amplia y variada, como la seguridad económica, educativa, sanitaria o medioambiental. Una de las áreas en las que se involucra es la protección del medio ambiente y la concientización, mediante un compromiso en el que trabajan junto a diversas entidades, entre ellas el Vaticano y el Instituto Antártico argentino.
 
 
En esta ocasión, la iniciativa perseguía varios objetivos: llevar un mensaje del cuidado del medio ambiente y alertar sobre el cambio climático; recoger muestras de agua que llevarían al Instituto Antártico Argentino y revivir el espíritu expedicionario del Ejército.
 
 
Primero se conformó el equipo: Víctor Figueroa sería el líder de la expedición; Gustavo Curti, el segundo jefe. Ignacio Carro estaría a cargo de la logística; Juan Pablo de la Rúa, el navegante; el diario y el registro de la expedición sería responsabilidad de Emiliano Curti; las comunicaciones dependerían de Santiago Martín Tito; Luis Armando Cataldo sería el guía polar; Tomás Heinrich el fotógrafo documentalista y Mauricio Fernández Funes el apoyo y comunicación desde la base rusa Borneo.
 
 
Del grupo, Figueroa y Catalado son reconocidos como "bipolares", ya que ambos tuvieron la fortuna de haber participado en expediciones a los polos Sur y Norte y tienen el récord de ser los dos únicos latinoamericanos en llegar a ambos puntos del planeta.
 
 
Todos poseían experiencia de montaña, eran instructores de andinismo y de esquí y habían sorteado diversos desafíos, como los que imponen, por ejemplo, escalar el Aconcagua, el Lanín o el Tolosa o transitar por los Hielos Continentales. Les entusiasmó el hecho de que hacía tiempo que no se hacía una expedición de esta envergadura. Y lo que en un primer momento les pareció algo imposible, pronto se materializaría.
 
 
Así que lo primero fue prepararse. Para esto elaboraron un riguroso plan de entrenamiento.
 
 
"Practicamos esquí de marcha en un marzo particularmente caluroso en el Campo Argentino de Polo; luego hicimos lo mismo en Caviahue y en el Cerro Tronador. No sólo ejercitamos con esquíes sino en técnicas de recuperación y en primeros auxilios. Todos estos destinos nos ayudaron en nuestro entrenamiento y en la resolución de situaciones límites que la geografía del lugar podría presentar", explicó a Infobae Gustavo Curti.
 
 
El viaje
 
El 28 de marzo de 2016 volaron a Oslo, previa escala en Londres. Llegaron el 30 de marzo. De ahí se dirigieron al archipiélago de Svalbarg, situado en el Océano Glacial Artico. Se establecieron en Longyearbyen, el poblado más grande de las islas. Ahí continuaron el entrenamiento y la aclimatación. La última etapa de este viaje, antes de iniciar la expedición en sí misma, era llegar a la base rusa Barneo, situada en uno de los puntos más inclementes de la tierra, donde hay temperaturas de 30º bajo cero, aunque el viento del Ártico hace descender la sensación térmica a menos 40. La base está a 300 kilómetros del Polo Norte.
 
 
El espíritu del grupo no decayó cuando les comunicaron un retraso en la partida, debido a la quebradura de la pista en Barneo. Luego de unos días de incertidumbre, pudieron llegar el 13 de abril. En la base quedó como apoyo el general retirado Mauricio Fernández Funes, veterano de Malvinas que combatió en la Compañía de Comandos 602 y que actualmente es director ejecutivo de la Fundación Criteria.
 
 
Extrema soledad
 
 
De la base rusa se trasladaron en helicóptero a un grado del Polo Norte, lo que significaba que debían recorrer 111 kilómetros. Era el 14 de abril del 2016.
 
 
"El sentimiento que uno tiene cuando uno ve que se aleja el helicóptero es la inmensidad de hielo. Uno se siente pequeño frente a semejante espectáculo. Y surge un imperativo: o me uno a mi grupo para llegar a la meta o la voy a pasar mal", recordó Curti.
 
 
El grupo no perdió el tiempo. Apenas descendidos del helicóptero, cada uno enganchó el arnés de su trineo, que transportaba una carga de 65 kilos, y se colocaron los esquíes. En un marco de extrema soledad, comenzaron la marcha, acompañados por una brisa permanente, el sonido de la respiración y el roce de los esquíes con la nieve. "Nos sentíamos en el medio de la nada, y con el mandato de que todo debía salir según lo planeado".
 
 
Esta expedición tuvo rasgos distintivos que la hicieron única. Uno de ellos es que Curti participó junto a su hijo Emiliano. "Yo tuve la suerte de haber ido con mi hijo. Somos los primeros padre e hijo en llegar juntos a este lugar. Me pasó algo muy extraño, porque el padre tiene que cuidar al hijo, pero en esta travesía él estaba muy preocupado por mi. Siempre estuvo muy pendiente en ayudarme y asistirme, ya sea a la hora de descargar mi equipo o preparar todo cuando llegábamos al vivac. Por suerte, siempre pude mantener mi ritmo de marcha", relató.
 
 
Cuando la voluntad le gana a la enfermedad
 
 
Luis Armando Cataldo tiene 55 años, es suboficial mayor, próximo a retirarse. Al tener un poco más de experiencia que el resto del grupo, iba como último hombre, pendiente si a alguien se la caía algún elemento del equipo o si alguien tenía alguna dificultad. De la misma manera, se adelantaba a la hora de sortear algún escollo que pudiera presentarse. "Uno mira hacia atrás y ve que no hay nadie. Es el momento de sacar fuerzas. Y uno siente que tiene fuerzas sobrenaturales. Y sobrepasa el obstáculo sin problemas", relató a Infobae.
 
 
Pero lo de Cataldo tiene doble mérito. Porque viajó con un cáncer diagnosticado: "Estoy luchando contra esta enfermedad. Me dio fuerza para seguir adelante. No estoy curado pero hago esfuerzos muy buenos; si uno quiere progresar debemos despejar la cabeza de esos sentimientos; la enfermedad la llevo pero no me supera".
 
 
"El poder está en la mente, que resulta más fuerte que la enfermedad misma. Así uno puede lograr éxitos en la vida", explicó.
 
 
 
Una larga travesía
 
¿Cómo era un día tipo de marcha? Se levantaban a las 7. Se derretía hielo para hacer agua y se desayunaba fuerte, ya que debían consumir entre 5 y 6 mil calorías diarias. El desayuno incluía un pan de manteca para tener reserva de grasa. Y a las 9 partían. Cada hora se detenían durante 15 minutos para ingerir líquidos y barras energéticas.
 
 
Había que detenerse sólo lo necesario y evitar que la transpiración se enfriase y así provocar principios de hipotermia. Cada jornada de marcha era de entre 6 y 8 horas. Entonces se instalaba un vivac y disponían de 8 horas de descanso. Se secaba la ropa y se hacía la cena. Dormían tapados en bolsas de dormir con capucha y con el gorro puesto.
 
 
Curti explicó que los peligros a los que estaban expuestos eran variados: "Si bien estábamos entrenados en este tipo de actividades, los riesgos iban desde una quebradura, en el manipuleo del trineo de fibra de vidrio, el engriparse, o la posibilidad de quemarse con el combustible que se llevaba".
 
 
La otra amenaza era el oso polar. Estaban en el Ártico, que en griego significa "oso". "Donde entrenábamos estaba la mayor concentración de osos polares. Tienen una particularidad, que no se asustan. Y por eso ataca. La ley del lugar exige ir armado para defenderse", contó Cataldo.
 
 
Santiago Tito, el oficial de comunicaciones, explicó: "Debía reportar todos los días a Mauricio Fernández Funes, veterano de guerra de Malvinas, que estaba en una base científica a 400 km de distancia y era el responsable de organizar equipo de rescate en caso de que tuviéramos algún problema". Llevaron cerca de 200 baterías.
 
 
 
Situaciones límite
 
 
"Lo que más nos impactó -recordó Tito- fue cuando, en un momento de la travesía, dos bloques de hielo chocaron; debimos quitarnos los esquíes, y ayudarnos unos a otros a cruzar una especie de loma de burro de un metro de altura. Cuando estaban pasando los últimos, se produjo un ruido tremendo, producto de la separación de los hielos. Salimos corriendo para evitar quedar atrapados o caer al agua. Estábamos preparados para todo, menos para ese ruido, que fue como un trueno que se extendió por unos segundos y que nos asustó bastante".
 
 
Día a día debieron enfrentar situaciones complicadas. No podían detenerse por mucho tiempo para evitar los efectos de hipotermia y congelamiento. "Hubo descompensaciones por el frío, pero siempre un compañero estaba para asistir. Hasta ir al baño era difícil.", destacó Santiago Tito y agregó: "Estaba seguro que mi compañero daría su vida por salvarme, ese era el espíritu del grupo".
 
 
En el Polo
 
 
La travesía hasta el Polo Norte demoró diez días. Curti recordó: "Cuando llegamos, sentí una alegría inconmensurable, es un sentimiento indescriptible. Lo primero que me pasó por la mente fue agradecer a Dios, que nos permitió tener tanta dicha de poder haber realizado esta actividad".
 
 
Cataldo, por su parte, expresó: "Tuve una mezcla de sensaciones. El saber que pisé los dos puntos más extremos del planeta me enaltece y me consideré un afortunado. Lo primero que me pasó por la cabeza es que uno puede; que a pesar de todos los avatares, el planeta puede ser mejor, que podemos cuidar el medio ambiente".
 
 
"Nos abrazamos, tomamos fotografías", apuntó Cataldo. El grupo clavó en el hielo la bandera argentina y se cantó el himno en el punto exacto del Polo Norte geográfico. Hubo que hacerlo rápido, porque los bloques de hielo se desplazan continuamente. En su mayor parte, el Ártico es un extenso océano cubierto de una banquisa, esto es, una capa de hielo.
 
 
En el lugar, concretaron una comunicación histórica. Entablaron contacto radial con la base Belgrano II, la más austral que tiene Argentina en la Antártida.
 
 
"Tuvimos una conferencia, eran las puntas del planeta más alejadas. El jefe de la base era un instructor y amigo, fue una emoción gigantesca; en las dos puntas se estaba haciendo patria", expresó Tito.
 
 
Una experiencia que cambia la vida
 
Para los entrevistados, "la importancia de esta expedición fue la de llevar el mensaje del cambio climático y cómo afecta al planeta".
 
 
"Esperábamos encontrarnos con una pista de patinaje y solo hay una fina capa de hielo; los expertos dicen que la geografía del lugar comienza a asemejarse a lo que hoy es el norte de Alaska o de Canadá. También fue un gran mensaje de esperanza porque hace mucho que la Argentina no llevaba su bandera hacia otros puntos del mundo", apuntaron.
 
 
"Esta experiencia me cambió como persona -aseguró Santiago Tito- Cuando volví sentí que hice un clic en el sentido que debía comenzar a formar a otros. Me impactó el video que nos habían mandado de una salita de 5 años, en el que nos invitaban a contar nuestra experiencia. Fue el primer colegio que visité a la semana de volver, y los chicos nos esperaban con un montón de dibujos sobre la expedición. Les prometí que llevaría sus dibujos al Papa Francisco; diez días después les mandé las fotos desde el Vaticano".
 
 
 
 
Los miembros de la expedición coincidieron en que se cumplió el objetivo de llevar el mensaje de concientización de la problemática del calentamiento global: "Probamos lo que en un primer momento fue un sueño y lo transformamos en realidad gracias al trabajo en equipo y al sentido de comunidad que nos unió para cumplir nuestro objetivo, que fue llegar al Polo Norte".
 
infobae.com

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