Si algo no imaginaron jamás en el PRO es que iban a alegrarse por la tardía incorporación a la coalición no ya de un peronista, sino de la cara misma de la corporación política argentina, el hombre que le sacó las papas del fuego a los presidentes argentinos desde dirige el bloque del Partido Justicialista en el Senado de la Nación, en diciembre de 2002 (antes, fue vicepresidente del bloque PJ de la Cámara de Diputados).
Nacidos y criados en la política blanda, sin aristas, entre ingenua y zen, distantes de las pesadas definiciones ideológicas, creyentes de la comunicación segmentada y sin mediaciones de los medios de comunicación, los hombres y las mujeres del PRO se preguntan por estos días dónde acomodar su sistema de creencias, la epistemología que lo llevó a la Presidencia a Mauricio Macri y se mostró incapaz de generar la gobernabilidad imprescindible para hacer una gestión razonable en términos económicos primero, y asegurar la reelección después.
Quizás se olvidaron que Cambiemos llegó a Casa Rosada con Marcos Peña, sí, pero también con los más tradicionales Emilio Monzó, Nicolás Caputo, Horacio Rodríguez Larreta, Federico Pinedo, Ramón Puerta, por dar un puñado de nombres que fueron claves en el armado territorial y político que posibilitó llegar con lo justo a la Presidencia. Hay que incluir también mujeres como Gabriela Michetti quienes, con empatía y capacidad de escucha, lograron el acercamiento de decenas de dirigentes que despreciaban al PRO.
Algo le pasó a Macri desde el momento en que entró por la explanada de la avenida Rivadavia como Presidente y pretendió inventar la cuadratura del círculo. Tuvo que mover su pieza Cristina Fernández de Kirchner para despabilar un Gobierno que se había transformado poco menos que en una secta. "Nuestra estrategia seguirá siendo la misma", se jactaban. Pero cambiaron. Y los funcionarios que miraban desde la superioridad duranbarbiana a sus interlocutores empiezan a comprender que todavía existe en este país lo que Raúl Scalabrini Ortiz definió como "el subsuelo de la Patria sublevada", ese sentimiento irracional que no se deja enajenar, aún cuando la proa esté puesta en el futuro. "Es la Argentina, estúpido", escuchó Infobae que le decía un peronista joven y del PRO a un diputado sin filiación política conocida.
Pichetto entró por la puerta grande a la coalición que, desde su llegada, se llama Juntos por el Cambio. Fue recibido por los gobernadores radicales y del PRO, por los fundadores de Cambiemos y por el Gabinete nacional. Cada uno le fue explicando las líneas fundamentales de campaña en sus áreas respectivas y se comprometieron a entregarle carpetas con la información detallada. Esta semana, martes o miércoles, el candidato a vicepresidente almorzará con Lilita Carrió, a quien -con respeto- el llama en público Elisa. No quiere mostrarse confianzudo.
Macri en persona fue quien habilitó ese recibimiento. El Presidente está fascinado con Pichetto y se pregunta una y otra vez cómo no lo acercó antes. Siente que tiene en sus filas al número uno de los hombres de Estado de la Argentina y está feliz por haber confiado en los que le recomendaron que tomara ese paso que hubiera querido encarar antes, aunque no se animó.
Los que conocen a ambos dicen que "se ha formado una pareja". Pichetto no oculta su compromiso con la decisión que tomó y siente que tocó el cielo con las manos al formar parte de un Gobierno que valora por procapitalista, integrado al mundo occidental, laico y racional, modernista, que lucha contra el narcotráfico y las mafias que generan pobreza y marginalidad. Sabe, y no le disgusta, que en muchos lados se repite que "es más macrista que Macri".
Claro que la pregunta que todos se hacen en el círculo rojo es cómo se siente, de verdad, Marcos Peña. Es sabido que él quería que Macri fuera acompañado en la fórmula por una mujer, como sucedió desde el 2007. También que estaba convencido que con los voluntarios nucleados en "Defensores del Cambio" podían ganar si lograban entusiasmarlos, lo que cada vez resultaba más difícil. El Jefe de Gabinete había encarado reuniones de estrategia de campaña donde volvió a explicar el uso del WhatsApp, lo que podía ser una novedad para otros espacios políticos, no para Cambiemos. De hecho, esta cronista no escribió ninguna nota al respecto.
Pichetto conoce la importancia del Jefe de Gabinete en la vida política y electoral de Macri y asegura que lo admira y lo respeta. Peña sabe que el senador no es una competencia en el diseño de la comunicación. Solo que, aunque siga diciendo que no habrá cambios en su estrategia, estará obligado a hacerlo porque Macri corre el riesgo de perder centralidad y la rosca política tendrá un lugar poco recomendable a la hora de salir a ganar electores independientes. Por lo menos, el Jefe de Gabinete se adelantó comprando Conducción Política, el libro de estrategia política que escribió Juan Domingo Perón, aunque insiste en que todavía no lo leyó.
Desde un punto de vista, no habrá conflictos entre ambos: los dos quieren ganar. Y hasta es probable que conversen a fondo en torno a posibles cambios en el Gabinete antes de las elecciones y discutan nombres con la libertad de quienes buscan un nuevo equilibrio de poder en la alianza oficialista. Los problemas entre ellos vendrán después del 10 de diciembre, si ganan. Por lo menos, es lo que dicen en el primer piso de la Casa Rosada.
"Vamos a un híbrido o una mezcla de varietales; si el enólogo es bueno, puede salir genial, aunque si eso no sucede….", razona el politólogo Sergio Berensztein. Aunque para eso todavía tienen que pasar tantas pruebas hasta llegar a la meta, que todavía parece disparatado plantearlo.
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