El lunes 9 de noviembre de 1981 Leopoldo Fortunato Galtieri y su esposa llegaron sonrientes al aeropuerto de Nueva York para embarcar hacia Buenos Aires. Al jefe del Ejército se lo veía exultante y no le faltaban razones. Venía de participar de una cumbre de comandantes de América Latina en el Fuerte Lesley J. McNair, cercano a Washington, y de ser atendido en la Capital de los Estados Unidos como un
"majestuoso" Presidente de la Nación.
Ese lunes, en el aeropuerto, reinaba la algarabía hasta que entro el cónsul argentino con un "urgente" cable en la mano. El embajador Gustavo Figueroa se lo extendió y el rostro de Galtieri adquirió un rictus de tensión. El telegrama le informaba la internación de Roberto Viola en el Hospital Militar. Según me relató el mismo Figueroa, apartó a su esposa Lucía Lucy Gentile, prendió un cigarrillo y en silencio perdió su mirada en el horizonte durante un buen rato.
Al día siguiente, pocas horas más tarde de arribar a Buenos Aires, mantuvo una reunión con sus colegas de la Junta Militar y trataron la nueva situación. "Nueva" es un decir porque la decisión de expulsar a Viola ya estaba decidida, la cuestión era cuándo.
En los treinta días siguientes, con cierta indiferencia, el país seguiría a través de los diarios la crisis en la cúpula del poder militar; la entrada del brigadier Basilio Lami Dozo a la Junta Militar y el cambio de comandantes en los cuerpos de Ejército que realizaba el comandante en Jefe. En especial dos: los retiros de los generales José Rogelio Villarreal (Quinto Cuerpo) y Antonio Bussi (Primer Cuerpo). Mientras se sucedían todos estos enjuagues la civilidad atestaba las casas de cambio para refugiarse en el dólar. Se estaba en presencia de un "golpe blanco" como afirmó la revista brasileña Veja. Era un país en estado comatoso. La Multipartidaria se reunió para pedir una salida democrática pero no obtuvo la menor respuesta.
En la mañana del viernes 11 de diciembre un sonriente Galtieri, acompañado por el almirante Anaya, anuncian que tras una conversación con Viola en el Comando en Jefe del Ejército, se lo ha notificado de su relevo por "razones de Estado", a pesar de que el mandatario de facto no presentó su renuncia. También se anunció que el martes 22 de diciembre de 1981 Galtieri asumiría como Presidente de la Nación.
El 22 de diciembre, las cámaras de televisión enfocaban a los personajes del momento durante una corta ceremonia realizada en el edificio del Congreso de la Nación y posteriormente Galtieri tomaba el juramento a su nuevo gabinete. Horas antes, en el Comando en Jefe de la Armada el almirante Jorge Anaya escribió a mano la primera directiva destinada a planificar la "invasión" de "Puerto Stanley".
Según explicó en privado Anaya el 18 de diciembre, "el Proceso se ha deteriorado mucho y tenemos que buscar un elemento que aglutine a la sociedad. Ese elemento es Malvinas." Quedaba claro, entonces, que antes de asumir como presidente de facto Galtieri había cerrado un acuerdo con Anaya, del que oficialmente tomó conocimiento el brigadier Lami Dozo en la primera reunión de Junta Militar del 5 de enero de 1982.
A partir de la cumbre en el Edificio Libertador, la Operación Azul fue analizada todos los martes en el más estricto secreto. Pocos oficiales escribían sus trabajos a mano para que no se enteraran los subordinados; en el Palacio San Martín el canciller Nicanor Costa Méndez solo trataba esta cuestión con unos pocos diplomáticos juramentados; la consigna general era evitar filtraciones.
Los pocos militares o diplomáticos que fueron consultados sobre la viabilidad de la operación militar no se opusieron, apenas uno aconsejó que no se le "torciera un tobillo" a un soldado británico que pudiera dificultar una salida negociada a la cuestión. Uno, solo uno, observó que Estados Unidos iba a condenar el operativo y que Margaret Thatcher iba a mandar una fuerza para echarnos. Ese uno fue el embajador Raúl Quijano, el embajador argentino en la OEA. Horas antes del desembarco, cuando fue consultado Jorge Rafael Videla apenas logró balbucear "que Dios los ayude".
Así se llegó al 2 de abril de 1982 cuando la Argentina recuperó las islas Malvinas y el país se sumergió en un clima de inusitado golpe emocional. La Plaza de Mayo era el lugar de encuentro y allí todo se transformaba en un cumulo de pasiones. Según una encuesta realizada por Gallup a mitad de mayo de 1982, el 84,92% de los consultados dijeron que la Argentina saldría vencedora y le otorgó 2,61% a Gran Bretaña y el 71,88% consideraba como "muy eficiente" la tarea del canciller Costa Méndez.
Pasaron las semanas y del clima festivo se pasó al frío que anunciaba el invierno. El jueves 10 de junio de 1982 fue el Día de Afirmación de los Derechos Argentinos en las Malvinas y en Buenos Aires se lo celebró con escenas que manifestaban un gran sentimiento patrio y enorme entusiasmo. Quizá fue el gran día de Nicanor Costa Méndez, el personaje central en los matutinos del viernes 11, en los que aparece sonriente abrazado a Galtieri y apretujado por la multitud.
A las 18, en la Plaza de Mayo, se encendieron las luces de la fachada del Banco de la Nación Argentina, mientras la multitud ensayaba cánticos contra Gran Bretaña y los Estados Unidos. Con el paso de los minutos, la gente comenzó a corear: "Borombombón, borombombón, salí Galtieri, salí al balcón". No salió al balcón, pero en la puerta de Balcarce 50, de viva voz, dijo: "Yo siento la palabra del pueblo, al observar esta gente que llegó a la Plaza de Mayo".
Apenas cuatro días más tarde todo se precipitó y la dura realidad salió a la superficie. Era el final de todo: "Esto se acabó. Ya no nos quedan medios. Se combatió duramente hasta las últimas horas. El grupo de artillería ha sido pulverizado. El general Jofré ha logrado recomponer una posición precaria. No sé si podrá aguantar en ella y defenderla más allá de esta noche… me avisan que los ingleses están a 4 o 5 cuadras de este lugar", le dijo el general Mario Benjamín Menéndez al general Héctor Eduardo Iglesias (Secretario General de la Presidencia de la Nación) durante una conversación telefónica realizada a las 10.55 del 14 de junio de 1982. Ante tanta contrariedad Galtieri –a través del general García—mandó decirle a Menéndez que no firmara ninguna rendición.
El 14 de junio, con la caída de la tarde, alguna gente comenzó a acercarse a la Casa Rosada buscando novedades. No eran más de trescientas personas que comenzaron a gritar: "No se rindan, no se rindan". No se sabía fehacientemente lo que ocurría. Nadie pronunciaba la palabra "rendición". Las reuniones de altos mandos militares se sucedían hora tras hora. Por la noche, Galtieri se reunió con los generales de división y les relató los acontecimientos de la jornada. Luego les solicitó una tarea de asesoramiento para ser entregada al día siguiente sobre si se debía continuar el conflicto. De todos los presentes el único que se expresó a favor de continuar el enfrentamiento fue el general Alfredo Saint Jean.
Martes 15, a las 22 horas: "El combate de Puerto Argentino ha finalizado…los que cayeron están vivos para siempre, pelearon contra la incomprensión, el menosprecio y la soberbia. Enfrentaron con más coraje que armamento la abrumadora superioridad de una potencia apoyada por la tecnología militar de los Estados Unidos de Norteamérica, sorprendentemente enemigos de la Argentina y su pueblo […] No habrá paz definitiva si se vuelve al status colonial", dijo Galtieri en un discurso televisado por cadena nacional.
Mientras, en los alrededores de la Casa Rosada se iba juntando gente para protestar contra la rendición. Muchos concurrieron porque se dijo que Galtieri iba a hablar públicamente desde el balcón de la Casa Rosada, e iba a hacer severos anuncios. A las 17.30 una unidad móvil de ATC se estableció en el lugar, mientras un millar de personas ya comenzaba a realizar cánticos desfavorables al gobierno. Más tarde se agregaron los empleados públicos que salían de sus oficinas. Luego llegaron activistas. A las 18.40 avanzó la Policía Federal para dispersar al público que gritaba: "la Junta Militar la vergüenza nacional" y "rendición es traición". Finalmente, la muchedumbre fue violentamente reprimida y las adyacencias de Plaza de Mayo fueron escenario de batallas campales entre manifestantes y policías. La Avenida de Mayo fue devastada por los destrozos e incendios.
Tras pronunciar el discurso televisivo, Galtieri se dirigió al Edificio Libertador para mantener una reunión con los generales de división. Eran momentos de crisis, en especial, dentro del Ejército. Galtieri recordará al autor: "Tengo una reunión con los generales de división, donde no se plantean problemas mayores… sólo se crea una discusión cuando el general [Edgardo] Calvi plantea el tema de la no consulta con los generales, de que yo había procedido por mi cuenta. Le respondo que si es así y no está de acuerdo, ya sabe lo que tiene que hacer. Lo siguieron en el planteo [Llamil] Reston y [Horacio] Varela Ortiz. Entonces los tres pidieron el retiro. Cuando termina la reunión, los tres solicitaron una entrevista conmigo por separado. Los recibí por orden de antigüedad. El primero fue Reston (comandante del Cuerpo IV). Entró diciendo: '¿Me invita un whisky?'. En la conversación, tanto él como los otros luego, me dicen que la discusión era el resultado de los nervios que se vivían, que no había que darle mayor trascendencia. Yo respondo que es posible que así sea, que todos estábamos cansados por el esfuerzo que realizábamos. Acordé con los tres que nos olvidaríamos del pedido de pase a retiro. Sin embargo, yo me pregunté: ¿Cómo harán mañana para presentarse otra vez ante todos los generales? Le tengo que consignar que, previamente, el lunes (14), había citado a todos los generales de división para mantener una conversación el miércoles (16)."
El 16 continúan los cabildeos castrenses y se realiza otra reunión de altos mandos. Una minuta de esa reunión señala, entre otras cuestiones:
-El cónclave fue citado por Galtieri con el objeto de resolver si se continuaba o no el enfrentamiento con Inglaterra. El general [Antonio] Vaquero, entonces, dijo que así como la semana pasada los 14 generales del Estado Mayor Especial se habían pronunciado en un dictamen por continuar la guerra, ahora debía solicitarse otro. La mayoría de los generales de división expresaron que no se estaba en condiciones de seguir peleando y que había que negociar con Gran Bretaña a través de los Estados Unidos.
-El general Reston dijo: "Vea mi general, en 1945 se hizo la conferencia de Yalta, donde se dividió al mundo en zonas de influencia. Nosotros quedamos dentro de la esfera norteamericana. Si usted quiere frenar a la Thatcher tiene que ir a Washington". Fue entonces que Galtieri respondió: "De ninguna manera, no lo voy a aceptar". Reston volvió a tomar la palabra: "El concepto que existe en el exterior es que Argentina se portó como un chico díscolo, y ahora el profesor le pega con una regla en las manos".
-Galtieri respondió: "Nosotros fuimos solidarios con Estados Unidos en todo, con las manos que les dimos que nos respondan así".
-"Sí, tiene razón —volvió a responder Reston—, pero lo fuimos solamente cinco meses. Hay otros países que llevan veinte años de solidaridad, como Inglaterra".
Párrafo de la síntesis de la reunión de generales con Galtieri
En esta oportunidad, los generales Reston, Varela Ortiz y Calvi sostienen que Galtieri debe renunciar.
"Mediten bien -dijo Galtieri- hacemos una nueva reunión el jueves para adoptar una decisión". Seguidamente, el general Antonio Vaquero (jefe del Estado Mayor) le dijo a Galtieri que los generales de brigada con destino en el Estado Mayor deseaban verlo. Galtieri se entrevista con ellos y éstos le transmiten la opinión que debe irse, ya que consideran que él es el responsable de la conducción de las operaciones militares y de la situación de vacío de poder que se vive en el país.
"Además de Vaquero—relató más tarde Galtieri al autor de esta crónica- estaban [Rodolfo] Wehner, [Alfredo] Sotera, [Eduardo] Espósito, [Miguel Ángel] Podestá, [José] Tacchi y Meli, el reemplazante de Menéndez en la Jefatura III. La reunión se inicia a la una de la madrugada y termina a las tres y media. Al poco rato, empiezan una serie de planteos sobre los apoyos que estábamos recibiendo de países o mandatarios que, directa o indirectamente, habían apoyado a la subversión (Cuba y Libia). Tampoco les gustaba que hubiera mandado a Costa Méndez a La Habana. Para cerrar la reunión, a las tres y media les dije a los generales de brigada: Para continuar en el mando, yo necesito el respaldo expreso de la fuerza. A mi juicio, era necesario tomar una serie de medidas de trascendencia y, por lo tanto, se requería contar con el respaldo unificado de todo el Ejército. Deseo una respuesta en una semana. Después me voy a dormir. En verdad, antes paso por la Casa de Gobierno y aviso que 'mañana vengo al mediodía'. Me dirijo a Campo de Mayo. Era la madrugada del jueves 17".
En esas horas de fuertes discusiones, Vaquero fue tomando la opinión de cada uno de los generales de división. El general Osvaldo García no estuvo en las reuniones porque se encontraba al frente del Cuerpo V, pero de todas maneras fue consultado telefónicamente. Vaquero lo llamo para informarlo y consultarlo: "General García, aquí se han reunido los generales y determinaron relevar a Galtieri. ¿Usted está de acuerdo?". La respuesta del militar fue lacónica: "Sí, como militar estoy de acuerdo".
Sigue el relato de Galtieri: "Vaquero, a la mañana siguiente, me viene a ver. Me dice: 'Los generales te piden el retiro del Ejército y la renuncia a la Presidencia'. No sé qué pasó entre la madrugada y el mediodía. Seguro que habrán hablado con algunos retirados". Vaquero lo despertó y le anunció la decisión de los generales. Según se supo, la primera reacción de Galtieri fue explosiva. Se sentó en la cama y dijo: "Cómo me van a hacer esto a mí". Caminando por la habitación en calzoncillos, alzando la voz, le ordena una reunión con los generales por la tarde y Vaquero responde que el cónclave no debe hacerse porque carece de sentido. Finalmente, Galtieri aceptó los argumentos.
La mirada de la Fuerza Aérea Argentina
Para el más alto nivel aeronáutico de ese momento, la caída de Galtieri fue una jugada de Nicolaides, acompañado por algunos generales que en el pasado habían sido afectos a Roberto Viola. En esos momentos, Lami Dozo habló con Anaya:
–Negro, que se vaya Galtieri es un problema del Ejército, pero que deje la Presidencia de la Nación es un problema de la Junta Militar.
-Anaya: Va a ser un problema bárbaro.
En esas horas, Lami Dozo recibió al vicealmirante Carlos Pablo Carpintero, jefe de Logística del Estado Mayor de la Armada, con el encargo de Anaya de que asuma la Presidencia de la Nación, pero que antes debía dejar "los fierros" (abandonar la comandancia de la Fuerza Aérea), y el jefe aeronáutico condicionó: "En la primera etapa no, sino quedo a la intemperie". Luego de hablar con los brigadieres mayores se dio cuenta de que no estaban "entusiasmados".
Más tarde Lami Dozo recibió un llamado de Nicolaides:
Nicolaides: –¿Me invitás con un café?
Lami Dozo: -Te espero en el edificio Cóndor.
Una vez que estuvieron frente a frente, Nicolaides no perdió tiempo:
Nicolaides: -Nosotros queremos que sea (Reynaldo) Bignone.
Lami Dozo: -No puede ser, le falta condiciones de mando y tiene el problema de su hijo.
Nicolaides: -Mire brigadier, el Proceso comenzó con un general del Ejército de Presidente y debe terminar con un general del Ejército.
La Fuerza Aérea no acepto la decisión del Ejército y la Junta Militar se partió. El día que asumió Bignone, Lami Dozo no asistió y el 17 de agosto dejó la comandancia en jefe de la Fuerza Aérea. Apenas estuvo nueve meses en el cargo: Malvinas lo arrastró.
El sábado 19, la nueva Junta Militar se reunió en el Edificio Libertador. Según el relato de Jorge Isaac Anaya a este cronista, en una minuta dictada el 18 de marzo de 2007, que ambienta la situación institucional de esos días, en las horas previas a la reunión de la Junta, "Nicolaides pidió que se firmase el cese de hostilidades, a lo cual Anaya se negó (condición que ponía Gran Bretaña para liberar a los detenidos), porque su hijo 'no se lo iba a perdonar si lo hacía'" (un hijo de Anaya era helicopterista de la Armada y estaba preso en las Malvinas).
Luego, "la nueva Junta encara la designación del nuevo Presidente de la Nación, lo cual según los Estatutos del Proceso, debía ser resuelto por unanimidad. Entonces, Nicolaides propone al general (RE) Reynaldo Bignone. El brigadier Basilio Lami Dozo se propone a sí mismo y Anaya a Nicanor Costa Méndez. Pero como los Estatutos del Proceso especificaban que tenía que ser un jefe de las Fuerzas Armadas, la propuesta de Anaya no fue aceptada, pese a que sugirió que el Estatuto fuera modificado en ese sentido. En este punto, Lami Dozo expresó: "Acá se rompió el Proceso" y avisó que retiraba al personal de la Fuerza Aérea afectado a la función pública".
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