...tras 18 años de exilio, el 17 de noviembre de 1972. Las reuniones y los documentos secretos.
La llegada de Perón a la Argentina, tras 18 años de exilio, tuvo lugar el 17 de novimbre de 1972
Según surge de documentos confidenciales de la época, pocos creían que Juan Domingo Perón volvería a la Argentina, aunque sea por unos días. Cuando se convencieron de que la determinación del ex presidente era segura, intentaron condicionarlo con encuentros conciliatorios o acuerdos políticos. No hubo ni una cosa ni otra y Perón volvió a España y antes eligió a Héctor Cámpora como candidato presidencial para las elecciones de 1973.
- Cano, ¿qué pasa si vuelve Perón?, le preguntó un empresario durante una cena social.
- Me pongo el casco, respondió el general Alejandro Lanusse.
Con el paso de las semanas, Lanusse tendría que reconocer públicamente que su afirmación privada había sido errónea. Fue el 22 de noviembre de 1972, cuando les dijo a los corresponsales extranjeros: “Con los elementos de juicio que tengo, hasta este momento, creo que ha sido muy positiva la llegada de Perón al país y el comportamiento del pueblo argentino ante este acontecimiento tan raro”.
En la primera semana de noviembre, los militares todavía pensaban que Perón no volvía y que todo era un gran bluff. En la búsqueda de una certeza, Lanusse invitó a conversar a Olivos al peronista presentable Antonio Cafiero y, a pesar de la advertencia de Madrid sobre que no hablara con militares –porque para eso estaba Perón--, un empresario ligado con la Ferretería Francesa entró secretamente en la residencia presidencial el domingo 5 de noviembre de 1972. Conversaron sobre el eventual retorno y el dueño de casa no respetó el acuerdo de palabra: el sábado 11 de noviembre, durante una exposición ante los mandos, contó que ni Cafiero estaba seguro de la vuelta de Juan Domingo Perón a la Argentina: “En dos oportunidades, también como una manifestación de irresponsabilidad en todo ese proceso, me manifestó el Doctor Cafiero que (Héctor) Cámpora ha manejado todo esto en contra de los expresos deseos de Perón”. Además, el comandante en Jefe también tuvo que reconocer que “como no se ha acordado previamente a qué viene Perón, el gobierno aplicará sus facultades y obligaciones para asegurar paz y tranquilidad y garantizar la vida de Perón, del mismo modo que lo hará con la de todos los habitantes”.
El mismo domingo 5, por la tarde, Cámpora volvió de Madrid tras unos pocos días de consultas con Perón, en compañía de su hijo Carlos. Traía las últimas directivas para el retorno. Entre otras, la lista de los que viajarían en el charter; una agenda tentativa de actividades en la Argentina y el lapso de tiempo que permanecería. Como para que no quedaran dudas sobre las plenipotencias del Delegado, desde Madrid, José López Rega dijo: “Cámpora ha cumplido una eficiente labor, el delegado goza de toda la confianza del general y se ha ultimado todos los detalles relativos al operativo retorno.”
Primera aparición de Perón en la residencia de Gaspar Campos, tras su llegada el 17 de noviembre de 1972
Sin embargo, los diplomáticos extranjeros acreditados en Buenos Aires, como muchos jefes militares, seguían sin estar convencidos del retorno de Perón. El 7 de noviembre de 1972, la embajada de los Estados Unidos en la Argentina envió un cable cifrado para el Secretario de Estado con la siguiente información: “Los peronistas locales están anunciando el retorno del líder para el 17 de noviembre. No estamos convencidos de que todo NO SEA una treta. Seguimos creyendo que Perón regresaría solamente si se concretara un acuerdo con los militares. Sin embargo, algunos creen que ello ya ha sido logrado o está muy próximo a lograrse”.
La Embajada marchaba a destiempo porque esa noche del 7 de noviembre, a las 22.30, Lanusse habló por televisión para confirmar la fecha del 17 de noviembre: “Estoy seguro que en el pueblo surgen en estos momentos sentimientos contradictorios. Digámoslo sin eufemismos. Hay temor. Hay entusiasmo. Hay espíritu de revancha. Hay planes de todo tipo (…) Que nadie se llame a engaño: nada alterará la vida nacional. Ni un millón de partidarios, ni un millón de enemigos trastornará la actividad productiva, la paz de nuestros hogares…”.
El viaje del avión DC-8 Giuseppe Verdi de Alitalia iba a realizar el vuelo Buenos Aires-Roma con todos los miembros del charter y retornaría siguiendo la misma ruta, Roma-Buenos Aires. Perón y su círculo llegarían a Roma en un vuelo privado y esperaría ahí la llegada del charter y su retorno a la Argentina.
El General no quiso salir desde Madrid y se explica. Primero, algunos industriales italianos ayudaron a que el viaje se llevara a cabo y pugnaron para hacer esa ruta. La partida desde Roma tenía un mensaje, una simbología, ya que se hablaba que detrás de Perón vendrían ingentes capitales italianos a invertir a la Argentina. Además, Giancarlo Elía Valori le había dado la media palabra de un encuentro privado con el papa Pablo VI. Segundo: Perón quiso mandarle una señal de desagrado al generalísimo Francisco Franco Bahamonde. Las causas del malestar con el mandatario español se la relatará Perón el doctor Antonio Puigvert y aparecen en sus Memorias. Una mañana de abril de 1971, en medio de las confidencias, Perón le pregunto:
-¿Cómo podría yo, doctor, hablarle de un tema que me obsesiona, sin herir su sensibilidad?
-A mí lo único que me hiere es la intención. Y tal como lo ha planteado yo sé que su intención es buena. Descargue, pues, lo que lleva adentro y no se preocupe por más.
-Yo agradezco ¡cómo no! La generosa hospitalidad que se me ha dado. Reconozco también las múltiples dificultades internacionales que mi presencia aquí puede producirles y que yo trato por todos los medios de evitar siguiendo una conducta que no pueda dar lugar a falsas interpretaciones. Franco y yo tenemos la misma profesión y la misma categoría en la milicia. Llevo muchos años aquí ¡y no lo he visto nunca! No ha sido bueno para llamarme, siquiera en secreto, a compartir una taza de café y una hora de charla, o estar invitado a una cacería, etc.
“Eso lo llevaba en el alma”, fue la reflexión de Puigvert. Unos meses más tarde, cuando Perón ya estaba en la buena, el gobierno de Franco lo quiso condecorar con la Gran Cruz de Isabel la Católica y Perón se negó. Héctor José Cámpora la aceptó.
Como si no faltaran personajes en la trama que construía diariamente el morador madrileño de Navalmanzano 6, apareció en escena Rodolfo Rolo Martínez, ex ministro del Interior del presidente José María Guido, un gran señor cordobés de estirpe conservadora, que vivía en Washington y trabajaba al lado de Galo Plaza, el secretario general de la OEA. Rolo -el que había generado junto a Mariano Grondona el famoso Comunicado 150, durante la crisis de Azules y Colorados de 1962/63- se entrevistó con Perón en la quinta 17 de Octubre, después con Héctor Villalón, para analizar la situación argentina y enviar un mensaje a los altos niveles de Washington, según los cables de las agencias internacionales. Lo que no dijeron las agencias internacionales se encuentra sucintamente relatado por Emilio Perina en un corto mensaje escrito a Lanusse del 9 de noviembre, tras un encuentro con Martínez: “Perón no tomará la iniciativa para entrevistarse con Lanusse. Estará a la expectativa, a disposición, pero con la máxima buena voluntad. Perón produce toda la impresión de actuar a lo grande. Es decir, el gran gesto para una coincidencia total, en lo que hace al futuro del país. Sus metas son el monumento histórico y quedarse con una fuerte cuota de poder, desde el llano. Dentro de estos objetivos no hace cuestión de nombres; por el contrario cree que cualquier problema de no nombres es solucionable”.
Síntesis de la conversación entre Rodolfo Martínez y Perón
El tercer asunto del informe dice que Perón planea quedarse en Buenos Aires entre 4 y 6 días. “En ese lapso firmar con todos los partidos políticos y movimientos afines los ocho o diez puntos de coincidencia”. En el caso de no lograr una negociación “o ser invitado a la negociación (con Lanusse) ofrecer ese acto al país como prueba o demostración de su vocación pacifista, dejando la responsabilidad de lo que ocurra después a quienes no lo invitaron a negociar. En virtud de lo expuesto hay que decidir si se conversa con él antes o después que se haya comprometido con los sectores políticos afines.”
En esas mismas horas y tras un encuentro en la casa del doctor Enrique Millán con Alejandro Díaz Bialet, Benito Llambí, José I. Rucci y Lorenzo Miguel, el jefe del Primer Cuerpo le informó a Lanusse: “Mis interlocutores carecen de certeza del viaje de JDP”. Luego, el general de división Tomás Sánchez de Bustamante concluye: “Me resultó evidente que se encuentran sorprendidos ante la perspectiva de que puede materializarse el retorno, por la falta de coordinación y aún de contradicciones con que se manifestaban en sus requerimientos y preocupaciones, esto es que carecen de una conducción”.
El sábado 11 de noviembre de 1973, el gobierno todavía seguía imaginando un gran acuerdo político con la llegada de Perón e hizo trascender en el diario La Opinión un largo pasticcio de la Comisión Coordinadora del Plan Político, con las consideraciones elevadas por los partidos para ser sintetizadas por el Ministerio del Interior. Una suma de generalidades. En otro lugar de Buenos Aires, el gobierno reclamaba por segunda vez conocer los detalles del arribo del ex presidente para, de esa manera, ajustar los planes de seguridad. En la primera ocasión, Cámpora había solicitado una reunión con la Junta de Comandantes y había sido rechazada. Finalmente, el 13 de noviembre, cuatro días antes del retorno de Perón, Cámpora y dirigentes justicialistas se encontraron con los jefes militares y trazaron las líneas generales de la seguridad y la recepción al ex presidente en Ezeiza.
El 12 de noviembre de 1972, en una nota dirigida al “presidente de la Nación, teniente general Alejandro A. Lanusse”, se comunica que el Movimiento Nacional Peronista “satisfaciendo los patrióticos anhelos de pacificación, unión y reconstrucción Nacional…ha logrado concretar todas las medidas para su regreso a la Patria el próximo 17 de noviembre”.
A partir de la oficialización de la fecha por parte de Cámpora, Lanusse emitió una instrucción de procedimiento para toda su Fuerza suspendiendo “todo tipo de entrevistas y/o conversaciones con dirigentes justicialistas sin distinción de jerarquías en el ámbito de la Capital Federal y Gran Buenos Aires.”
El martes 14, Perón y su reducida comitiva volaron de Madrid a Roma en un avión privado, propiedad del dueño de la FIAT, Giovanni Agnelli, y la multitudinaria y heterogénea delegación argentina que lo iba a buscar salió de Buenos Aires hacia Roma a las 16.07, tras ser despedida por unas dos mil personas, como relató la escritora Marta Lynch.
En Roma, Perón se alojó en el Palazzo San Giorgio en Velabro y tras varias actividades fue al Grand Hotel para saludar a la delegación que había viajado para acompañarlo en su regreso. Tras cartón, se trasladó a un pequeño salón donde leyó un mensaje expresando al pueblo argentino: “Sin distinción de matices y categorías políticas, que sepan interpretar mi viaje como una empresa de paz y pacificación, que haga posible en el más breve plazo la institucionalización que el país ha perdido desde hace 18 años (…) Asimismo, tomo yo las palabras del gobierno argentino, que no solamente me ha invitado a regresar al país sino que hace poco tiempo he leído aquí, en los diarios de Italia, que quiere establecer un diálogo conmigo, para lo cual no tengo ni necesidad de pedir audiencia sino de concurrir a los lugares que se ha determinado para establecer ése diálogo entre el gobierno y mi persona, que en este sentido no es sino un agente de la paz que anhelamos alcanzar en nuestro país”.
En la Argentina todo era tensa espera. El gobierno había declarado el 17 día no laborable, prohibió las concentraciones y solo se podía acceder al aeropuerto de Ezeiza con un pase de “invitado especial”.
Eran las once y ocho minutos de la mañana del lluvioso viernes 17 de noviembre de 1972, cuando el avión de Alitalia paró sus turbinas y comenzó el momento del desembarque. El vuelo Roma-Dakar-Buenos Aires se había desarrollado sin inconvenientes, y no hizo falta echar mano a los planes alternativos: A) descender en Asunción y B) Montevideo. La Opinión, en su contratapa, anunciaba que el brigadier Ezequiel Martínez, por decisión de la Junta de Comandantes, se entrevistaría con Perón. Una cosa es lo que la Junta imaginaba y otra el deseo del General.
Antes de pisar tierra argentina, Perón conversó con Santos y Jaime sus custodios españoles, como bien recordó Norma López Rega al autor. No había armas arriba del avión porque Perón dijo que iba como “prenda de paz” y antes de decolar de Fiumicino se hizo revisar los bolsos de viaje.
El vicecomodoro René Salas subió al avión por la escalerilla de la Primera Clase y pidió hablar con el recién llegado. Antes de ordenar requisar todo, le dijo que las instrucciones que él tenía eran que bajara acompañado por no más de cinco personas, que no podía acercarse a los invitados especiales, ni a los periodistas, y que serían trasladados al Hotel Internacional de Ezeiza. Así se hizo, aunque se sumaron los dos españoles. Perón bajó primero y atrás lo siguieron Isabel, el Delegado y López Rega. Al pie de la escalera lo aguardaba una caravana de automóviles que encabezaba un Ford Fairlane, color claro. A partir de ese momento Perón estaba bajo el cuidado especial del comisario Díaz, quien en algún momento, para darle más gravedad a lo que se vivía, o para ejercer algún tipo de presión, “llegó a apuntarlo al General, con un revólver en la espalda (cuando amago con abandonar el hotel) …y los restantes íbamos detenidos, todos cagados en las patas, y cuando llegamos al cuarto del hotel el General se sentó en la cama y dijo: Que bueno, al fin me puedo sacar los botines, y nos hizo aflojar la tensión a todos.”
Todo era seguido en directo por la televisión. A los pocos minutos, el automóvil que lo conducía se detuvo y el general Perón se bajó para saludar con su característico dos brazos en alto a los invitados especiales. La imagen congelada, simbólica, de ese día, retrató a Perón con su traje azul oscuro. A su derecha López Rega; Jorge Osinde que había corrido a su encuentro; Isabel con su tapado sobre los hombros y el Delegado observando el momento. A su izquierda, Rucci cubriéndolo de la llovizna con un paraguas y Juan Manuel Abal Medina imperturbable, viviendo el momento, con el dedo índice de su mano derecha tocando su mandíbula. La sonrisa de Perón no pudo tapar la tensión del momento argentino que se vivía detrás de las cámaras. El ex presidente Arturo Frondizi –que horas antes había opinado que no se debía realizar el viaje– apareció, así dicen algunos, con un impermeable beige que camuflaba la ametralladora que portaba. Soldados por todas partes.
La residencia de Gaspar Campos 1065 (captura)
Hasta la mañana siguiente, dentro del Hotel Internacional de Ezeiza y sus calles adyacentes, se suscitaron una serie de hechos que, vistos muchos años más tarde, manifestaban la fragilidad institucional del momento, la violencia contenida. El principal personaje apuntado con una pistola; otro ex presidente de la Nación con una ametralladora; “colimbas” camuflados; Perón impedido de dirigirse a su casa en Vicente López, con dos ametralladoras antiaéreas 767 apuntando a las puertas del hotel; el secretario de la Junta de Comandantes, brigadier Ezequiel Martínez presionando para que vaya a reunirse con sus jefes; unos pocos miles de adherentes que habían intentado acercarse desoyendo la prohibición del Estado de Sitio; una chirinada o sublevación en la Escuela de Mecánica de la Armada y la población que observaba lo que le mostraban los canales oficiales. El recién llegado en son de paz estaba recluido en su habitación por “razones de seguridad”. La mayoría de la gente entendió que estaba “preso”. Una radiografía de la impotencia y el desencuentro. Una imagen lamentable.
Ante la posibilidad de que se desatara lo impredecible, a la mañana siguiente, Perón y sus acompañantes fueron autorizados a salir de Ezeiza y se fueron a la casa de la calle Gaspar Campos 1065, haciendo caso omiso a las presiones para lograr una cumbre con la Junta Militar. A partir de ese momento, la gente y la dirigencia tomarían a ese lugar como un obligado punto de referencia. Sólo en ese primer día, Perón debió salir siete veces a una ventana para saludar a una muchedumbre que lo vitoreaba, principalmente plagada de jóvenes que no habían vivido su primera etapa de gobierno (1946-1955). El domingo 19 se vio obligado a asomarse 25 veces a partir de las 6.55 de la mañana. A las 9.55 tuvo que pronunciar un discurso, en especial, sobre el papel de la juventud en el escenario político. En esa jornada, recibió a los dirigentes del Encuentro Nacional de los Argentinos y La Hora del Pueblo.
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