...originado a partir del virus.
La pandemia encontró un mundo tremendamente desigual. Un mundo de hiperconcentración de riqueza y con un 40% de la población mundial que carece de agua potable mientras desde la OMS se recomienda como principal medida preventiva el lavado de manos.
La pandemia encontró un mundo donde todavía hay países en los cuales las mujeres no gozan de los derechos civiles más básicos: no tienen libertad para casarse, viajar, tener trabajos remunerados, ni recibir educación superior, ni conducir sin el permiso de un tutor varón. Un mundo donde la igualdad de género constituye uno de los 17 objetivos de desarrollo sostenible de la ONU para el 2030; donde Las mujeres representan el 47% de la fuerza laboral pero sólo un 10% ocupan puestos de dirección, donde la brecha salarial es del 24% y se eleva al 40% en el mercado informal; donde se produce un femicidio cada 28 horas.
La pandemia ha encontrado un mundo que produce y reproduce desigualdades de género preexistentes y lo que ha provocado esta pandemia es profundizar esas situaciones de desigualdad de género impactando más severamente en mujeres expuestas a situaciones de mayor vulnerabilidad (por la edad, orientación sexual e identidad de género, la etnia, la discapacidad, la educación, el empleo y la ubicación geográfica), que se ven desproporcionalmente afectadas a discriminación, violencia y vulneración de sus derechos.
Ya en Abril de 2020 la ONU se refería a la violencia de género que padecen las mujeres que producto del aislamiento se ven obligadas a convivir con su agresor, “esa otra pandemia”, y nos alertaba respecto del mayor impacto económico y social que la crisis está teniendo sobre las mujeres, y cómo ello implicaba un incremento de la violencia de género en todas sus formas. Y más allá de la crítica que para algunos ha merecido este paralelismo entre violencia de género y pandemia, (pues en un caso estamos frente a una enfermedad, a un hecho que proviene de la naturaleza o que por lo menos escapa al ámbito de una decisión y acción humana, y en el otro caso, estamos frente a un delito, a una acción que responde a una estructura patriarcal de violencia machista), lo cierto es que las denuncias por violencia de género en Argentina han aumentado un 39% durante el aislamiento obligatorio.
Por qué la crisis ha profundizado las situaciones de desigualdad estructural colocando a las mujeres en situación de mayor vulnerabilidad:
1. Con la pandemia, las mujeres han asumido aún más tareas de cuidado (niños, niñas, adultos, dependientes, y tareas domésticas).
2. En un contexto de destrucción del empleo, las mujeres parten de una situación de desigualdad en el mercado de trabajo (registran mayor tasa de desempleo, de precariedad laboral, de trabajos temporales)
3. El confinamiento ha agravado la situación de las mujeres cuando se ven obligadas a convivir con su agresor pues pierden el apoyo y la contención del tejido social.
4. Muchos de los empleos revelados como esenciales en esta crisis, tal como la atención sanitaria, limpieza, supermercado, son realizadas en un alto porcentaje por mujeres, y son poco reconocidos socialmente y mal pagados.
5. Las mujeres representan el 70% de las profesiones sociosanitarias que están al frente en esta pandemia (médicas, enfermeras, farmacéuticas, psicólogas), sin embargo, la toma de decisiones, como sucede en muchos otros sectores, sigue principalmente en manos de los hombres. En palabras de la OMS: las mujeres “proporcionan salud global y los hombres la lideran”. Esta subrrepresentación de la mujer se reproduce en todos los ámbitos y sectores (10% de los cargos de directores en empresas cotizantes; 5% de los cargos de CEO; 26% en justicia; 1 de cada diez rectores; etc). Ello significa que aún cuando la población femenina representa el 50%, la mujer no está participando en la toma de decisiones que afectan a toda la sociedad. Y decir que esto es una mera casualidad o que no hay mujeres con las capacidades necesarias para ocupar los espacios de decisión, es desconocer los estereotipos, ideas y creencias que subyacen a las situaciones de desigualdad de género.
La pandemia ha encontrado un mundo desigual y ha exacerbado las desigualdades reforzando la urgencia y la necesidad de construir consensos y co-crear políticas públicas y privadas que se centren en acciones concretas y permanentes para que el mensaje de no tolerancia a la discriminación y violencia genere el cambio social que permita erradicar una de las formas más graves de violación de derechos humanos.
Recientemente el Poder Ejecutivo ha enviado al Congreso el proyecto de ley para ratificar el Convenio 190 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre violencia y acoso en el ámbito laboral, que ya cuenta con dictamen favorable en plenario de comisiones del Senado. Más allá de lo novedoso de este instrumento en cuanto al ámbito de aplicación y a las definiciones que adopta, puede constituir un importante avance para la adopción obligatoria de políticas integrales y protocolos dirigidos a prevenir y erradicar la discriminación y violencia de género en el mundo del trabajo.
Promover la igualdad de género y luchar contra toda expresión de discriminación y violencia de género, ya no es una opción y debe ser asumida como política de estado de cualquier gobierno y como un compromiso ético dentro de la política de integridad de cualquier organización. Sólo de esta manera lograremos una sociedad igualitaria y respetuosa de los derechos humanos.
La autora de la nota es abogada especialista en ética y compliance e integridad pública.
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